
Ayer, martes de carnaval, tuvimos la obligada, deseada, esperada y querida laconada familiar de todos los años, de la que hice muchas foos para poder hacer a la noche una entrada de nuevo, como el año pasado, pero mejor y añadiendo las orejas y filloas de mil tipos que se sirvieron. Supongo que los que me conocéis bien sabréis que no es nada raro que absolutamente todas las fotos me hayan salido movidas (debí llevar el móvil). Yo sí me sorprendí y me enrabieté. Así que no hay entrada este año de la laconada de casa. Como se me había acabado la batería de la cámara y tuve que esperar a que se cargara antes de ver el nefasto resultado, la frustración que me dio el descubrimiento me llevó a irme a la cama, encender mis lamparitas de sal y sumergirme en mi libro. Y ahí ya fui feliz. Es que hace unos días terminé el último Vila-Matas que he leído, "Historia abreviada de la literatura portátil", del que no haré ningún comentario (para qué, y menos después de leer la fabulosa entrada de Ybris "Como cerdos"). Entonces, como es mi costumbre desde que tengo uso de razón o desde que recuerdo, que no es lo mismo, tuve que ir inmediatamente a coger otro libro y leer aunque fuera una página y ya disponerme a dormir. (Tengo entendido que nos pasa a muchos que consideramos el leer como un placer inmenso). Normalmente ya lo tengo preparado, aunque me suele gustar esperar a la última sensación al cerrar el libro que ya es pasado para así elegir mejor. Y dudé entre volver a leer alguna novela del siglo XIX, que tanto me gustan y que tanto hace que no leo, y digo volver porque no tengo en casa ninguna sin leer (y mira que tengo libros pendientes aún) o cogerme un ruso, que también me encantan; o, mejor aún, el grupo formado por la intersección de la novela rusa del XIX... Me levanté de la cama y de repente, no sé por qué, cogí un libro en cuanto lo vi: los "Cuentos", de William Carlos Williams, al que debo reconocer que no conocía hasta que leí sobre él cosas a través de Vila-Matas primero y luego se me empezó a aparecer en todas partes, como cuando conoces a una persona a la que nunca has visto y luego coincides en tantos sitios. Y pensé: Fauviña, mejor que leas cuentos, te irá mejor. El caso es que sentí lo que en los días siguientes leí en varios blogs sobre la novela del XIX, sobre las novelas rusas, sobre Ana Karenina y el sumergirse en el libro como el que se sumerge en el agua con todo el placer que suponemos se siente en el vientre materno... y precisamente me pasa lo mismo con este libro, aunque no sea ni ruso ni del XIX. Valga esta entrada para, a falta de laconada y orejas y filloas (este año con la novedad de la mermelada de calabaza casera y la de guindas negras y el cabello de ángel para acompañar a las filloas además de tomarse como siempre, sin nada, o con limón y azúcar, o con miel.
Y yo no creo en lo de los iones negativos y esas historias, pero entre las lámpara y el libro se me pasó la rabia de las fotos movidas.