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sábado, 20 de febrero de 2010

BASURA




Yo pienso que a lo mejor se forma una familia para intentar matar la orfandad que cada uno sufre desde que nace. Por eso me sentía tan solo cuando veía cómo mamá le llevaba la sopa y el pan al viejo y él no la miraba a los ojos, demasiado concentrado en la chimenea, como imaginándose su propia hoguera, intentando acostumbrarse a las llamas aunque sea con los ojos que le negaba a mamá-
Todos nos sentíamos solos.

Bariloche, Andrés Neuman, Compactos Anagrama: 7,00 euros.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Kafka Blues

Hace mucho que no visito vuestros blogs y que cuido poco éste. Y no es ni por dejadez ni por hartazgo, sino por otros motivos de fuerza mayor que algunos conocéis y a otros no os interesarán demasiado. Pero como imaginaréis, tengo un montón de libros de los que me gustaría hablaros, o mejor dicho de los que tengo muchas ganas de seleccionar y copiar un párrafo o varios para formar una entrada que me resulte especialmente sugerente y así pueda alentar a la lectura y al mismo tiempo construir mis puzzles habituales unido (el párrafo) a una obra de arte que, además, significan algo para mí, que por supuesto no sabéis normalmente pero que no importa, no es mi intención que descubráis la canalización de mis sentimientos, una especie de mural del cole, sino recomendar un libro y, de paso, recordaros algún cuadro o foto que me parezca que en ese momento merece la pena ser contemplado -y en muchos otros.

Esta vez, saltando todo orden en cuanto a las lecturas (como siempre), voy a hacerlo de otra forma. Hace tiempo (ya ni me acuerdo cuánto, ni dónde fue)hablamos BLAS y yo (y algún otro bloguero, creo recordar que estaba en el ajo Elphaba, quizás Candela...) de Murakami. Yo decía que no me gustaba, pero a la vez tenía algo que me atraía, que me enganchaba; pero no consideraba que tuviera ninguna calidad literaria, sino solamente la de los "best sellers", en los que no englobo a todos pero sí prácticamente todos, que ni leo porque no me gustan ni me atraen ni me interesan; en conclusión: que no sabía qué me pasaba con sus libros. Mejor dicho, con su libro, pues esto me pasó con Tokio blues, y decidí dejar al autor olvidado porque definitivamente no me había gustado: me autoconvencí de que quizás me había enganchado como puede hacerlo cualquiera con un programa tonto de la tele o al solitario del PC o a los diarios de deportes -a los que les gusten los deportes.

Un día, paseando por la FNAC -a la que no he vuelto desde que me timaron (aún estoy esperando que entreguen un pedido del día 6 de octubre del año pasado en el que regalaban un paraguas y antes de ayer le llegó a la persona destinataria ¡el paraguas! sin los libros, después de un cruce de infinitos correos en los que me dicen que tuvieron un problema y que lo están intentando solucionar y que a la mayor brevedad recibirá el pedido la persona que tiene que recibirlo; ahora ya ni me contestan) y ante su desfachatez y falta absoluta de un mínimo de profesionalidad y de ética apoyándose en el prestigio de la marca que han tirado por los suelos o más abajo y enfangado con todo lo que corra por los subsuelos, he dejado de ser socia y de comprar allí y por supuesto no volveré a hablar de ellos a no ser que sea mal.

El caso es que por aquel entonces aún confiaba en "la marca" (y gasté mucho dinero allí, qué pena); también paseaba y siempre salía con algunos libros, ya conocéis mis vicios; pues ese día vi por todas partes la portada de Kafka en la orilla, de Murakami, claro; calentito, recién salido del horno; inmediatamente me atrajo ese gato que me miraba -con esos ojos que a mí se me parecía a Max- y el título, como siempre que veo el nombre de Kafka. Hasta la colección de la editorial se llamaba "Maxi" ;-). Pero al ser de Murakami... Seguí adelante, con paso firme y seguro, pero no sé qué me pasó cuando se me cruzaron los cables y me di la vuelta, cogí uno que no estuviese estropeado ni abierto (una manía, ya sé) como si fuera una autómata obedeciéndo órdenes de un plano superior (no estoy loca, no, jaja) y lo llevé en una mano, bajo, y me dirigí a la caja a hacer cola (tantas cajas y tan pocos cajeros, ay) sin mirarlo, para no arrepentirme y darme la vuelta. Lo compré.

En casa lo coloqué en una de las librerías y ahí quedó. Y llegó un día en que me atreví, lo cogí y lo empecé. Aluciné con lo que descubrí, pues vi que estaba en un error (yo); que el tío es un genio y los libros muy buenos y que era yo la que me equivocaba, ¡o el traductor! pues el idioma japonés no se puede traducir así como así, y todo el contenido estaba compuesto por frases cortas o cortísimas seguidas continuamente de comas y formando párrafos grandes. Nosotros no hablamos así, ni así escriben los clásicos siquiera. Empecé a leerlo obviando las comas e imaginándome la
puntuación yo (que escribo mal pero corrijo muy bien, jeje) y, por supuesto, me encantó.

Tiempo después, hace unas semanas, encontré una opinión de María Zamparelli en un club de lectura que me fascinó, porque decía todo lo que yo pensaba y me gustaría saber expresar tan bien pero no soy capaz; así que le escribí para pedirle su consentimiento para publicarlo en el blog y accedió; yo, encantada y agradecidísima, lo copio aquí:


Me resulta por demás curioso que las reseñas a las que nos refirió "X" sobre la novela de Murakami sean tan superficiales en su contenido. Después de todo esta novela no es la primera del escritor quien además, según una reseña en la revista The New Yorker ,se vislumbra como posible candidato al premio Nobel de Literatura.
¿Por que no comenzamos por el principio? Al dar inicio la novela el protagonista, Kafka (algo así como cuervo y hay que tomar en cuenta qué simboliza el cuervo en la mitología china) el protagonista de quien curiosamente no conocemos el nombre conversa con otro muchacho llamado Cuervo. El capítulo se titula precisamente El joven llamado Cuervo. Desde ése primer "diálogo" el autor nos plantea la realidad y tono de esta novela. Según avanzamos descubrimos que ese otro personaje llamado Cuervo no existe. Es una manifestación de la conciencia, del ego, de la realidad interior de Tamura. Quién sabe si de sus temores existenciales. El autor no nos lo va a explicar ni tampoco tirará la línea divisoria entre la realidad, la mitología, lo espiritual o lo onírico. ¿Para qué? Todo convive igual que convive en los mitos griegos, romanos, celtas, chinos etc. Lo que desconcierta al lector contemporáneo, mejor dicho, a algunos lectores contemporáneos, es que todo cohabita en el mismo plano. Y es pertinente recordar que es una novela, una realidad que construye un escritor. Otro aspecto que desconcierta a algunos lectores es que el autor ancla esa "irrealidad" en íconos publicitarios, en un viejo que parece un loco que habla con gatos, un chofer que guía camiones.
Aquí ya entramos en los personajes y su caracterizació n. Kafka Tamura es un muchacho de quince años a quien su padre ha condenado a un destino trágico. En un principio sólo sabemos que el padre es un escultor famoso. El padre de Kafka ha creado el destino de su hijo a base de un misterio: la desaparición de su madre y hermana. A mi me parece una buena metáfora para caracterizar a un dios mitológico. Kafka es entonces el héroe que necesita salir al mundo para enfrentar su destino. Murakami caracteriza a Karka como un muchacho pcoco común. Cuervo así lo indica. Kafka lleva preparándose fisicamente varios años para enfrentar el viaje que emprenderá. El autor nos señala una y otra vez la pulcritud que guarda en relación a su cuerpo y el orden que imparte a los lugares que visita. No es cualquier muchacho de quince años. Tiene una misión y un propósito y se ha preparado a lo largo de un tiempo para cumplir con el mismo.
Paralelamente se desarrolla el personaje de Nakata. Un viejo que se comunica con los gatos. Es un ser humano quien por haber perdido la capacidad cognocitiva, también por un evento misterioso, puede acceder al mundo vedado a otros mortales. Algo así como un sacerdote o un monje. Sólo cuando visita la biblioteca Komura y entra en contacto con la palabra escrita y la señora Saeki comienza el final de Nakata. Es importante observar que Nakata y el caminonero cargan con la piedra de la entrada. Nakura habla con la señora Saeki sobre la piedra y ella muere. ¿Era ella también un espectro? ¿Otra deidad maligna que asediaba a Tamura?¿Una sirena, un demonio?
El punto cimático para Tamura es salir del bosque (otro símbolo muy común en la mitología y las leyendas al referirse a un lugar sin orden claro, lleno de misterios y peligros). Un bosque peculiar en el que habitan soldados de la Segunda Guerra Mundial, la señora Saeki joven, niña. Es un bosque en el que habita una realidad incomprensible. Una realidad a la que Tamura debe ignorar una vez esté de camino hacia el mundo real. Bajo ningún concepto debe mirar hacia atrás (como la esposa de Job). Cuervo intentará persuadirlo para que lo haga, para que sucumba pero la puerta se está cerrando (Nakata la está cerrando) y Tamura debe salir antes de que sea demasiado tarde. El héroe ha escapado el destino "inevitable". Cuervo se tranforma en un verdadero cuervo que vuela sobre el bosque. Tamura es un héroe moderno. Escapa su determismo histórico, sentimental, religioso, mitológico, etc. Escapa de los espejismos para retomar su vida.
La novela tiene mucha tela de dónde cortar. Le otorgo diez estrellas de diez a esta primera lectura.



OTRO "AÑADIDO" DE MARÍA ZAMPARELLI EN RESPUESTA A OTRA PERSONA:

"Y": El uso del cuervo me llamó la atención desde el principio pues me hizo recordar la película de Akira Kurosawa, Los sueños, en la cual hay una escena que muestra un árbol cargado de cuervos quienes salen volando despavoridos. Busqué en internet sobre el tema del cuervo y encontré que en la mitología china puede significar, entre otras cosas, un maleficio, un mal de ojo, en fin algo que no pinta bien para el futuro. A pesar que Murakami es japonés la literatura japonesa tiene gran influencia de la china.
Entre lo que leí sobre Murakami encontré que ha incursionado en el mundo del cine y eso también me parece que se evidencia en las imágenes de calidad cinematográficas que se desarrollan en la novela.
María


Y OTRAS QUE YA NO COPIO AUNQUE ME LO SUGIRIÓ, PUES ME PARECE UN ABUSO TOTAL; LO QUE HE COPIADO ES LO QUE YO PIENSO Y ME HABRÍA GUSTADO SABER EXPRESAR ASÍ DE BIEN.

-DEDICADO ESPECIALMENTE A BLAS Y A Y A TODOS Y TODAS LOS QUE HABLAMOS SOBRE MURAKAMI AQUELLOS DÍAS Y, POR SUPUESTO, CON TODO MI AGRADECIMIENTO A MARÍA ZAMPARELLI Y MI FELICITACIÓN POR ESCRIBIR TAN BIEN (MARÍA). Seguiré leyendo tus críticas, María, aunque no estoy segura de si volveré a leer algo de Murakami, por miedo a que mi teoría se desplome como un castillo de naipes: fue bonito mientras duró...


martes, 2 de febrero de 2010

Petersburgo

Poco a poco, pasito a pasito, como una hormiga, incluso la de la fábula porque ya pasaron los tiempos de ser cigarra, voy leyendo libros, ¡SIGO LEYENDO! y ahora estoy con uno en concreto sobre el que ya confesé no haberlo leído en otra entrada de este blog, y acerca del cual hoy iba a buscar información en internet, ¡no sé por qué! ya que no suelo hacerlo; quizás algunas veces después de -leído, claro; y cuál no sería mi sorpresa al encontrar un artículo de mi adorado Enrique Vila-Matas (a quien desde aquí mando un afectuoso saludo ;-) )sobre esa obra maestra que esta menda lerenda lee a su manera... Tantas ganas he sentido de traerlo aquí que lo copio y pego sin cuadro, puzzle ni nada; ni falta que hace; y, si me apetece poner algo más, ya editaré.


CRÍTICA: RELECTURAS
La brecha de 'Petersburgo'
ENRIQUE VILA-MATAS 08/08/2009



Andréi Biely escribió una de las obras mayores del siglo XX, cuyo centro es el lenguaje y la necrópolis moderna

Petersburgo, La palabra quedó suspendida en el aire, solitaria, única. Nadie en el plató de televisión podía negar haberla oído. Como de pasada, la había dejado caer Nabokov al nombrar por sorpresa las cuatro obras maestras de la prosa del siglo: "Son, por este orden, Ulysses, de Joyce; La metamorfosis, de Kafka; Petersburgo, de Andréi Biely, y la primera mitad del cuento de hadas de Proust En busca del tiempo perdido".


Mezcla estrambótica de humor oriental y trascendencia, siempre próxima a estallar, como la bomba contra el senador.

¿Petersburgo? ¿Quién era Biely? Corría el verano de 1965, y en aquellos días todavía existía un cierto interés por esta clase de inocentes asuntos. Grove Presse no tardó en reeditar, a los pocos meses, aquella misteriosa y casi olvidada novela rusa de 1906. Pronto se supo que, aunque había sido adscrita inicialmente por los críticos de su tiempo a la corriente simbolista, Petersburgo jamás se había distinguido por ser una obra fácil de clasificar. Y por sus experimentos con el lenguaje y su intento de abarcar la vida cotidiana de una ciudad entera, hasta había llegado a ser considerada como el Ulysses ruso. A mí me parece que es una de las novelas más extrañas y complejas que se han escrito nunca. La he releído estos días y no influye en lo que digo el estado de ánimo con el que abordara este libro el 6 de octubre de 1981 cuando comencé a leerlo por primera vez y aún me sentía bajo los efectos narcóticos de varios ensayos franceses que lo situaban en la cima de la complejidad universal. Asombra ahora, al volver a leer Petersburgo, no sólo esa complejidad -tan admirable, sin duda-, sino la desbordante facilidad técnica con la que Biely superpone en el libro varias capas de interpretación y sobre todo la facilidad -propia de un genio- con la que sabe reunir tanta exuberancia de imaginación y verbo en un espacio urbano a fin de cuentas tan limitado como mortal, pues la gran ciudad de la Perspectiva Nevski se alimenta sólo de un gran ideal o, mejor dicho, de una moda.

-¿De qué moda?

-¿Quiere que la defina con palabras? Es como un ansia general de muerte; me emborracho con ella.

Sin perder el humor, Petersburgo dramatiza en clave de palimpsesto esa ansia general de muerte y poetiza el fin de un lenguaje (que Biely manipula a fondo) y de una cultura que se agota ante nuestros propios ojos. El lenguaje y la necrópolis moderna parecen los centros de la narración. Pero no se sabe cuán realmente importante es el argumento. Porque Biely, al igual que sus maestros Shklovski y Eichenbaulm, era un teórico literario que distinguía entre fábula y trama. Para Biely, la fábula era el argumento, mientras que la trama era el modo narrativo que agrupaba los hechos contados. Y la fábula o pretexto para fraguar Petersburgo es sencilla, pariente lejana de Los demonios de Dostoievski: el frágil y joven pensador Nikolai Apolónovich recibe la orden de atentar con bomba contra su propio padre, el senador zarista Apolón Apolónovich Ableújov, de quien Biely nos dice, con pronunciada ironía, que es de ilustre procedencia, pues "tenía en sus orígenes a Adán".

Seguramente no cuenta demasiado en este libro la fábula y sí, en cambio, la trama, entendida como una forma, como un modo de contar, tal vez un modo tan desaforado como sutil de llevar la contraria a una cierta línea recta ortodoxa, occidental. Releyendo Petersburgo, he recordado unas palabras del diario de Eichenbaulm: "Shklovski está en lo cierto cuando dice que deberíamos escribir de nuevo libros incomprensibles como el zorro que gira bruscamente a un lado mientras que el perro continúa su búsqueda todo recto". De hecho, estas palabras ya resuenan como un eco al comienzo mismo de la novela de Biely: "La Perspectiva Nevski es (debo decirlo) rectilínea, siendo como es una avenida europea". Atamos cabos. Aunque, si lo pensamos bien, ¿acaso no estamos en Oriente? ¿Por qué tendría que ser tan recta la Perspectiva? En la trama, la gélida ciudad de Petersburgo y su gran avenida, así como el sonámbulo deseo de parricidio y el ansia general de muerte, actúan como pretexto para hilar un discurso de novela policiaca, pero también de novela mística (a la que no le faltan los mundos paralelos), de novela política, de novela intertextual, de novela de corte vanguardista, y hasta de novela de costumbres. Es un libro palimpsesto que hoy, habituados como estamos a la plaga de novelas planas que nos invade, puede incluso llegar a sorprender más de lo que pudo hacerlo cuando, con su acento vanguardista, apareció en 1906 en Rusia.

En Petersburgo, que anunciaba una promiscuidad de géneros que más tarde se abriría camino en la narrativa del siglo, se superponen numerosas escrituras, consecuencia de la visión que Biely tenía del arte: una visión como de anamnesis, de invasión de la conciencia artística por un superconsciente, de especie de desposeimiento de uno mismo. Sabiendo esto, quizá no nos resulte tan extraño que Biely sufriera en 1911, en Sils Maria, sobre el peñasco en que Nietzsche había tenido la intuición del eterno retorno, una especie de gran crisis nerviosa. Había experimentado el ascenso incandescente de las "lavas del superconsciente". ¿Se separó de sí mismo? Todo indica que, a través de una fría ecuación intelectual, llegó a experimentar la misma apertura de mente que pueden facilitar ciertas drogas que logran nuestra conexión completa con el cosmos. Por una brecha de su cerebro entró el mundo exterior, entraron los vivos y, sobre todo, una legión de muertos.

El artista, aquel que sabe percibir algo superior a su realidad, se exilia de sí mismo y el magma supranatural penetra impetuosamente en él. Esta sensación de apertura, de fisura o de hueco, la describe Biely con frecuencia. En ella se inspiran varios episodios de Petersburgo: es el tema de la brecha que, al final del capítulo tercero, se forma en el cerebro del senador: "Algo, con un rugido semejante al del viento en la chimenea, succionó rápidamente la conciencia de Apolón Apolónovich a través del boquete azul del parietal: hacia más allá del infinito".

Creo que nunca mi propia risa de lector ha llegado a conmoverme tanto. Mezcla estrambótica de humor oriental y trascendencia, siempre próxima a estallar, como la bomba contra el senador. La grieta, la fisura sobrenatural, la rotura, son imágenes cardinales en la temática de esta nerviosa novela. Como texto policiaco, Petersburgo gira en torno al posible atentado parricida y desgrana lentamente una acción inmóvil, de suspense y horror y, en definitiva, de angustiado eterno retorno. Como novela política, no está del lado de los terroristas, pero tampoco simpatiza con los poderosos; las mismas pesadillas atormentan a unos y otros, y todos son agentes de destrucción, del mismo modo que Apolónovich padre y Apolónovich hijo son la misma cara de la misma moneda, o de cierta promiscuidad fisiológica: el uno imagina a su padre durante la cópula, y el otro sueña en abrir un agujero para espiar a su hijo.

Como novela intertextual (como novela de recapitulación de los temas esenciales de la biblioteca de su patria, porque también todo eso es Petersburgo) es simplemente extraordinaria: Gogol, Pushkin, Dostoievski, Lermontov, Chejov, están discretamente presentes en la trama que resume, en un no menos discreto pero efectivo plano secreto, la historia de la línea más noble de la gran narrativa rusa. Como novela mística, por su parte, ofrece seguramente la cara más interesante y la más alucinante de este palimpsesto. El hombre es un vestigio de otra cosa. Biely alude a las otras realidades y a huellas olvidadas. Y con una prosa rítmica que nos embruja hace avanzar su endiablada trama, es decir, su modo o forma extraña de estructurarlo cósmica y mentalmente todo; su modo de conducirnos con severidad -puntuada por un narrador irónico, cervantino- hacia esa ruina general en la que ya estábamos instalados, sin saberlo, antes de comenzar a leer tan grandísima obra maestra.

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miércoles, 13 de enero de 2010

Soseki. Inmortal y tigre.




Soseki. Inmortal y tigre.

Fernando Sánchez Dragó

Planeta. 352 pp. 19 e.

( 27/11/2009 )


Beppo”, “Plutón”, fueron gatos nacidos de la literatura de Borges o Poe… Otros muchos hubo que lograron trascendencia gracias a escritores que les rindieron justicia poética, como Kipling, Neruda, Perrault, Baudelaire, Umbral... Y más allá de nuestra tradición, Natsume Soseki, autor de Yo, el gato, referencia que atraviesa muchos de los sentidos de este libro de Sánchez Dragó porque ofrece el relato de un gato que fustigó a los humanos de su tiempo. Soseki. Inmortal y tigre rinde homenaje a aquel gato de más de cien años, sin rumbo y sin botas, en la piel de un felino que nació en un pueblo de Soria y no se rindió, hecho como estaba de aventura, hasta dar con un hogar, amor, familia y un nombre. Que bien podía haber sido “Teseo”, porque en la “casona-laberinto” en que vivió, junto al escritor y su mujer, encontró su destino.

Pero dejemos al lector lo que constituye el dispositivo de la trama y obviemos preámbulos que nos hagan detenernos en un autor que nos tiene habituados a toda clase de excentricidades, salvo a ésta de entreverar de ternura un relato que va y viene entre ser cuento de niños que pueden entender los adultos y cuento de adultos para niños. Aunque si la excusa es dedicar a su nieta la historia de un gato que acabó por tener su lugar en un cuento, arroparlo con los versos de Rubén Darío (para que guarde en recuerdo“al abuelo que un día le quiso contar un cuento”), e incluir la presencia de su destinataria en diálogos que entrecortan la narración inicial para enfatizar ese propósito,… la resolución final se arrima demasiado a los costados del escritor. ¿Y?: pues que la aventura de ese héroe doméstico discurre junto a la del proceso de creación del cuento, y a la biografía de sus obsesiones. Y el proyecto de narración se abisma en un monólogo que evidencia cierta improvisación en la técnica compositiva, a la vez que brinda un curioso anecdotario. Pero siempre regresa a “Soseki”. Y sí, acaba siendo la historia del gato que se instaló de tal manera en sus afectos que su muerte sólo halló alivio en la escritura de esta obra, que le mantendrá vivo en el nirvana de la literatura. ¡Y, por supuesto, en la presencia de nuevos gatos!: uno, “Teseo”, como no podía ser de otro modo. El otro sigue buscando su nombre.
Pilar CASTRO, AQUÍ

Bueno. Copio una reseña porque, aparte de estar tan prohibido y cada vez más el reproducir cualquier fragmento de una obra (¿?), la verdad es que aquí hay muchísimos que podría traer, pero ninguno que pudiera reflejar el alma del libro, que es el libro entero y todo lo que no está en el libro y uno puede imaginar.
Le seguía, señor escritor, incondicionalmente en la tele (hablo en pasado porque no tengo Telemadrid, aunque supe de algún episodio por otros medios...). Lloré con su muerte, la muerte de Soseki; lloré con el episodio increíble de las risas en la tele; no llegué a tiempo cuando el autor firmó ejemplares en La Coruña hace nada, cosa que jamás he hecho ni deseado hacer hasta ese momento; al día siguiente firmó el escritor en la prensa el artículo tan polémico sobre "el voluntariado que mola" con el que estoy tan de acuerdo y que incluso he sufrido; pero ni Papá Noel ni los Reyes Magos de Oriente quisieron que me quedara sin él y no llegó uno sino que me trajeron dos (uno lo cambié por Petersburgo y La vida perra de Juanita Narboni), sin autógrafo ninguno de ellos, pero ése va dentro del libro...

Lloré también con el libro, y me purifiqué.

No os lo perdáis. Gatistas lectores, gatistas no lectores, lectores no gatistas, y ni gatistas ni lectores. Ya me contaréis (que os leo). Un libro fuera de serie. De verdad. Y sé que me creéis.

No puedo dejar de citar o vincular el obituario que quizá debería haber sido lo que tedría que haber copiado aquí. No lo sé.

El blog está abandonadísimo (y los vuestros también) por motivos personales que no me atrevo a exponer, pero son graves; algunos los conocéis en parte, muy pocos lo sabéis todo (creo que sólo dos de vosotros más quizás, o, seguramente, vuestro gato) y os podéis imaginar qué fuerza ha tenido este libro para que volviera yo por aquí.

Cariños y salud para todos,

Fauve.






(Fotos encontradas en google images).

sábado, 8 de agosto de 2009

Centro


Tengo la seguridad de que cuando estuve por primera vez en Varsovia mi ignorancia sobre Bujara era absoluta. Quizás hubiera percibido vagamente su nombre en alguna novela. ¿Existe tal vez un “hechicero de Bujara” en Las mil y una noches? Es posible que hubiera visto por descuido el nombre en la vitrina de algún negocio de alfombras. Pero desde el día en que Issa apareció con sus folletos de viaje, Juan Manuel y yo nos entregamos, cada quien por su cuenta, a rastrear todos los datos que teníamos a nuestro alcance sobre las ciudades uzbecas del Asia Central para imprimirle mayor verosimilitud a los relatos.

Apenas unas semanas atrás, poco antes de emprender el viaje a esa región, oí a un teósofo mexicano de paso por Moscú decir que Bujara era uno de los ombligos del Universo, uno de los puntos (creo que hablaba de siete) en que la tierra logra establecer contacto con el cielo. No sé qué haya de cierto en ello, pero cuando a la hora del crepúsculo llegué a la ciudad y percibí la configuración cóncava de la bóveda celeste llegué a sentirme en el centro mismo del planeta. Posiblemente todo ello influyó para que, al trasponer las murallas que rodean la ciudad antigua, la sensación de imantación y magia que desprendía fuera más poderosa: llegaba al zoco, a la kasbah, a los inextricables barrios de la judería con el mismo total asombro que la frecuentación de algunos libros o de ciertas películas me produjo en la infancia.

El corazón de Bujara parece no haber conocido ningún cambio en los ocho siglos últimos. Caminé con Dolores y Kyrim por ese laberinto de callejuelas que con dificultad admiten el tránsito de dos personas a la vez. Estrechísimos senderos que sorpresivamente desembocaban en amplias plazas donde se yerguen las mezquitas de Poi-Kalyan, de Bala-i Jaúz, el Mausoleo de los Samánidas y el de Chashma-Ayb, el espigado y hercúleo minarete de Kalyan, los restos del antiguo bazar. A cierta hora, avanzada la noche, el viajero deambula por callejones desiertos (flanqueados por casas de un piso o excepcionalmente de dos; sin ventanas, en cuyas puertas de madera labrada cada centímetro está trabajado, distintas todas entre sí pues cada una narra de algún modo la historia y señala la estirpe de la familia que la habita, renovadas cada ciento cincuenta o doscientos años con las mismas grecas, leyendas y signos que ostentaban en el siglo XVIII, el en XV, o en el XII) y oye como procedente de otras épocas el eco de sus propios pasos.

Contemplo las postales que compré en Bujara. Lo cierto es que no reconozco del todo esos lugares; pude o no haber estado en ellos. Me deslumbra, sin duda, saber que conocí las maravillas que cual hábil tallador barajo ante mis ojos; apenas logro reproducir la ciudad; recuerdo sobre todo el ruido de mis pasos, las conversaciones con Dolores y Kyrim, el aire de embriaguez, de deleite que me invadió cada vez que una de esas callejuelas se abría para dar paso a las suaves formas de un mausoleo; recuerdo la música del Islam que se filtraba por algunas ventanas, también ella posiblemente muy poco transformada desde que los antepasados de los actuales moradores erigieron ese centro religioso de pronto convertido en un emporio comercial donde confluían caravanas de los distintos confines del Turquestán, y de más lejos aún: de la China, de Bizancio, de la Russ incipiente; se entendían por señas, emitían palabras que sólo unos cuantos comprendían, desplegaban entre las arcadas del bazar y en los lugares adyacentes sus mercaderías, mostraban dinero, cordeles anudados, canjeaban en una serie de tianguis complicadísimos, canutos de polvo de oro y trozos de plata; las monedas de Toledo se confundían con las acuñadas en Creta, en Constantinopla, con las del Oriente entero. Después de caminar una noche por Bujara, los fastos de Samarcanda, conocidos al día siguiente, ¡tanto oro, tanto esplendor, tal extensión de muros, tal altura de cúpulas!, me parecieron en comparación cosa de nuevos ricos, un raro sueño de grandeza que preludiaba a cierto Hollywood. ¡Como si Tamerlán hubiera intuído la posterior existencia de Griffith o de De Mille y se divirtiera en mostrarles el camino!

¡Pero no todo fue silencio y quietud en la noche de Bujara!

Se iniciaba el mes de noviembre. Finalizaba en el Uzbekistán la cosecha de algodón y en sus ricas ciudades se celebraban las bodas. Hubo un momento en que Bujara se hundió en el estruendo y la locura. Y fue entonces, al contemplar una de las procesiones nupciales, cuando debí sentir el aleteo, su primer roce, sin lograr siquiera precisarlo, de una historia ocurrida veinte años atrás cuando Juan Manuel y yo conversábamos en Varsovia con una pintora italiana, una mujer más bien detestable, y le sugeríamos viajar a Samarcanda. Ahora advierto que debió ser Bujara la ciudad que teníamos que recomendarle; todo lo que entonces inventábamos para animarla se me antoja posible en Bujara. Cuando le hablábamos de Samarcanda lo que de alguna manera se bosquejaba en nuestra imaginación era la otra ciudad.

Mientras recorríamos callejones en nuestro intento de llegar al centro de la ciudad, el verdadero ombligo del Universo al que seguramense se refería el teósofo, Kyrim contaba con fruición historias atroces oídas en casa de amigos de sus padres; con toda seguridad esos relatos se vienen transmitiendo de generación en generación y así pasarán a los siglos por venir; tratan de crímenes espeluznantes, de cadáveres descuartizados de modo complicadísimo. La fruición del narrador revela esa crueldad que posee en los más insólitos momentos a las tribus del desierto; pero, como Las mil y una noches, tales relatos carecen de sangre real, son una especie de metáforas de la fatalidad, de las cuitas y fortunas que integran el destino humano (¡porque Alah será siempre el más sabio!) y en vez de empavorecernos nos crean una especie de soltura, de reposo.

No es difícil que cuando Issa, la pintora italiana, hizo el viaje al Asia Central haya conocido Bujara. Es posible que haya contraído allí la enfermedad que le arrebató la razón y de cuyos detalles nunca logramos enterarnos del todo.

Capítulo II de "Nocturno en Bujara", dentro de "Vals de Mefisto", de Sergio Pitol.

lunes, 20 de julio de 2009

"Cero no ser"


Julián Ríos

“España lo importa todo en literatura, sin ningún control de calidad”


( 31/01/2008 )



Como él mismo escribió parodiando a Hamlet, “Cero no ser”. Y él, Julián Ríos (Vigo, 1941), que renovó con Larva (1983) la narrativa española contemporánea, cero no es. Menos aún estos días, en los que presenta Cortejo de sombras (Galaxia Gutenberg), un libro inédito de relatos, escrito en 1968, que ya anticipaba al genio del idioma que es.


Pregunta: Después de 40 años de olvido, ¿qué le ha hecho publicar Cortejo de sombras ahora?
Respuesta: En realidad no hubo olvido sino aplazamiento. En el prólogo detallo las razones que me llevaron a ir aplazando la publicación del libro. La principal fue que poco después de Cortejo, me metí en el cortejo de damas e idiomas de Larva, que iba para larga, y pensé que era mejor dar a conocer antes ese nuevo proyecto, que me parecía más ambicioso.
P: ¿Y luego?
R: Luego se interpusieron otras obras y finalmente reservé Cortejo para el momento en que pudiera encajar, como una pieza que le faltaba al puzle, en el conjunto de mi obra. Ahora abre la publicación de todos mis libros, antiguos y nuevos, con mi nuevo editor.
P: ¿Por qué prefiere no someterse a un cotejo con esa sombra de hace 40 años ?
R: Porque no tengo nada que añadir ni que quitar. Lo escrito escrito está. Ahora sólo puedo ser, y no es poco, su curioso lector.
P: ¿Qué es lo que más va a sorprender de este libro al lector del Ríos de hoy?
R: La persistencia de ciertos temas y obsesiones, el cortejo constante de la forma, la necesidad de contar y de meterse en la piel de unos personajes.
P: ¿Se reconoce en el autor del libro o, definitivamente, “yo es otro, otro autor”?
R: Sí, me reconozco. Un reconocimiento no exento de reconocimiento, de gratitud, porque escribir en España entonces era bastante ingrato.
P: ¿Y no siente nostalgia del escritor que fue?
R: Podría sentir nostalgia de la juventud que se fue; pero creo que el dicho francés “Il faut que jeunesse se passe” es cierto sobre todo para artistas y escritores. El escritor exigente aspira a llegar a ser perro viejo.
P: ¿Qué haría falta para que volviese a Tamoga, el pueblo en el que transcurren los relatos, siente que aún Te ahoga?
R: Tamoga es un país del pasado y sólo puedo volver a él en la lectura o con la imaginación. Ya no ahoga porque es agua pasada…
P: ¿Galicia es quizá su ítaca particular?
R: Cavafis explicó muy bien qué significan las ítacas: ante todo un largo viaje. Confío en que mi particular camino de Compostela sea muy largo…
P: ¿Cuándo terminará su exilio?
R: No hay exilio porque la España que amo, así como nuestra lengua y la literatura que me interesa, las llevaré siempre dentro.
P: ¿Cómo explica la ausencia de enternecimientos y de seudomasoquismos expiatorios por el libro?
R: Porque respeté al joven que lo escribió y no me puse en pose paternalista.
P: ¿Y por qué el libro es tan desolado, tan triste?
R: Porque el país era así de triste, no estaba para demasiadas alegrías.
P: Ya sabemos que no siente saudade del libro, pero ¿cómo el escritor convencional de Cortejo de sombras se convirtió en el demiurgo del lenguaje de Larva?
R: Convencional no me parece el término justo. Tal vez clásico sea más exacto. Pero ese lado “cortés” no quita lo valiente de otras experiencias como Larva. Y Larva sólo es una fase de la metamorfosis.
P: ¿No asoma el Ríos de hoy en expresiones como cuidamaba, o gocespasmos?
R: Sí, efectivamente, en una de las vertientes del Ríos de hoy. Esas expresiones pertenecen a un capítulo, “Palonzo”, en el que la escritura aspira a ser creativa para decir lo indecible.
P: ¿Sigue siendo la subversión del lenguaje la mejor aspirina para el mal de los Pirineos?
R: Ya no hay Pirineos, a lo sumo: picos pardos de Europa. Y mal haya quien mal piense...
P: Por cierto, ¿cuál es hoy ese mal?
R: No soy doctor, que ausculten los especialistas.
P: ¿Y en nuestra literatura?
R: Que se importa todo, sin ningún control de calidad, y que con frecuencia se prefiere el sucedáneo al auténtico original.
P: ¿Es Larva el libro más libre de nuestro siglo XX?
R: No sé si el más libre; pero a lo mejor el más “libro” porque no nos deja olvidar que estamos leyendo.
P: ¿Cómo ha conseguido dejar de estar considerado un joyceano enfermo de retruécanos y calambures?
R: Retruécanos y calambures son el tuétano, la “sustanciosa médula” de nuestra literatura más clásica...Todo autor suele evolucionar con los años. En mi caso me parece que con el tiempo he aprendido a disimular las dificultades, a parecer más fácil; pero probablemente los críticos y los lectores también han evolucionado y aprendido a ver facetas que se les escapaban.
P: Es el maestro de muchos de los autores jóvenes más interesantes (Fernández Porta, Ferré): ¿Qué relación tiene con ellos, los lee, los comprende o aconseja?
R: Los leo con mucho interés, intento comprenderlos; pero nunca me permitiría darles un consejo. El único que me parece válido en literatura es el lema de la rabelesiana abadía de Thélème: “Haz lo que quieras”.
P: Acostumbra a dar giros radicales a su obra... ¿En qué está trabajando ahora?
R: Son los giros de la espiral, mi figura favorita. Acabé recientemente un nuevo libro de ensayo, Quijote e hijos, subtitulado Una geneología literaria, que saldrá esta primavera, y estoy a punto de entregar al editor mi novela Puente de Alma.
Nuria AZANCOT
http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/22309/Julian_Rios/

domingo, 19 de julio de 2009

Conversación por azar con desconocido


_ Buenas noches _dice el hombre, apenas le parece escuchar al otro lado del teléfono la voz de la mujer_, perdone usted mi atrevimiento. Puede que ya no se acuerde de mí. Han pasado bastantes días desde la última vez que hablamos. Me llamo Armando Duvalier. Sí, Duvalier, con V de victoria. ¿Me recuerda ahora? ¿Le dice algo mi nombre? (Establece una pausa y su mirada se posa sobre los polvorientos claveles de plástico puestos sobre la mesita del teléfono.) Armando Duvalier, el cazador de leones. ¿Sigue sin acordarse de mí? ¿No recuerda que hace cosa de tres meses estuvimos hablando por teléfono cerca de una hora y que en un primer momento usted me confundió con un tío suyo, hermano de su padre, del que no sabe nada desde hace años? ¿No? ¿Cómo es posible, señorita? Vamos, vamos, haga memoria. Fue, como le digo, hace unos tres meses, día más, día menos. A esta misma hora. Y también estaba lloviendo. Yo tenía que llamar al consulado de la República de Bolongo por un problema de pasaporte, pero equivoqué el número, o hubo uno de esos extraños cruces que de vez en cuando se producen y me salió usted. Me dijo que no tenía nada que ver con Oblongo y que ni siquiera había oído hablar de ese país. Entonces le pedí disculpas y, sin saber cómo, nos enredamos hablando. Le dije que yo era cazador y que estaba a punto de regresar a África. Usted aceptó gentilmente mis disculpas y me preguntó dónde estaba Bolongo. Yo le dije que era uno de esos estados de nuevo cuño, ubicado en el corazón del Africa Ecuatorial. ¿Va recordando ahora? Usted me dijo que siempre había deseado conocer África y yo empecé entonces a hablarle de algunos paisajes africanos que conozco bastante bien. Usted me contó luego que aquella misma mañana había comprado un décimo de lotería, y que si le tocaba el primer premio pensaba gastarse la mitad dando la vuelta al mundo porque viajar era algo que le chiflaba. ¿Se acuerda ahora, señorita? ¿No recuerda que mientras estábamos hablando se le quemó lo que tenía puesto en el fuego? ¡Ah, por fin! ¡Por fin se acuerda! ¡Claro que sí, era imposible que lo hubiese olvidado! ¡Sí, sí, Armando Duvalier! Al fin y al cabo, los cazadores de leones no abundamos tanto. EN fin, señorita, prometí que volvería a llamarla a mi regreso de Oblongo y aquí me tiene. Soy hombre que cumple lo que dice. Llegué ayer por la mañana, pero hasta esta tarde no he tenido ni un solo momento libre. Así que aquí estamos otra vez. Dígame ahora cómo van sus cosas. ¿Le tocó la lotería? ¿Va a decirme que estoy hablando con una millonaria que está preparando sus maletas para dar la vuelta al mundo? ¿No le tocó? ¿No tuvo usted suerte? No se preocupe, otra vez será. Ya sabe usted lo que dice el refrán: de nada sirve madrugar si la suerte no te acompaña. Consolémonos pensando en que, por lo menos, gozamos de una salud excelente. La salud, como dijo alguien, es la primera de las libertades. Claro está que no todo se reduce a la salud del cuerpo, está también esa otra salud, tan importante como la primera, la salud del alma… ¡Ah, sí! ¡Le aseguro que la nostalgia y la pesadumbre son mjuy malas enfermedades! ¡Conozco bien sus efectos! Pero, en fin, no vaya a pensar tampoco que soy uno de esos nostálgicos impenitentes que se pasan la vida suspirando. Nada de eso. Soy, por el contrario, un hombre de acción, no puedo permitirme el lujo de suspirar. Lo que sucede, eso sí que lo reconozco francamente, es que, cada vez que regreso de uno de mis viajes africanos, me siento solo en esta gran ciudad. Hubo una época en la que la tenía llena de amigos. Gente divertida y amable con la que me sentía profundamente identificado. Personas que medidas con el baremo de la burguesía puede que no fuesen demasiado ortodoxas en sus ideas y en su comportamiento (quiero decir en su forma de afrontar los problemas que la vida en sociedad plantea a todos los hombres), pero que precisamente por eso tenían para mí un encanto especial. Recuerdo, por ejemplo, a T. P., que componía hermosos poemas a base de números primos, dormía sobre la piel de una boa y enamoraba a las adolescentes describiéndoles el rojo escarlata de las amapolas. Recuerdo también a J. J., que un día, viendo un partido de baloncesto en su televisor, descubrió maravillado que todos los jugadores negros proyectaban sobre el parquet largas sombras blancas. Y sobre todo, recuerdo a R. R., vivía también solo (todos mis amigos, en realidad, vivían solos), en un piso de trescientos metros cuadrados rodeado de gatos con mirada humana que le reconocían como padre y le amaban apasionadamente. ¡Ah, sí, muchas veces pienso todavía en mi inefable y queridísimo R. R.! ¡Si usted supiese cuántas noches nos hemos pasado en blanco hablando sobre Dios y sobre el infinito! ¡Si usted supiese cuántas confidencias nos hicimos en el centro de aquel círculo de ronroneantes y solícitos felinos, mientras fuera, en las calles, resonaban las sirenas y los silbatos de la policía! R. R., señorita, amaba profundamente a los animales y descubrió que esas incomprendidas criaturas, privadas del don de la palabra, sienten también la necesidad de ser amados por los hombres. ¿Por qué crees Armando, me preguntaba, que los pulpos viven cerca de la costa, a un tiro de piedra del pequeño pueblo de pescadores? ¿Por qué crees que en las noches de plenilunio se encaraman a las rocas y proyectan sus grandes ojos fosforescentes hacia los hombres que pasean por el malecón? Aquel dulce amigo, señorita, amaba incluso a los insectos (por los que casi todos los hombres sienten una repugnancia invencible), y más de una vez me confesó que por las noches, al regresar a su casa, las cucarachas acudían en procesión a recibirle a la puerta, agitando las antenas con tanto alborozo como los perros mueven la cola. En fin, l que quiero decirle es que todos aquellos amigos desaparecieron, se esfumaron en sus respectivas magias, y me dejaron solo. Si, claro, no murieron todos, algunos consiguieron casarse, pero ésos dejaron de importarme. Y yo dejé de interesarles a ellos. ¿Cómo? ¿Qué dice usted? ¿Cree que envidio a los amigos que consiguieron casarse? No, no, nada de eso. La envidia es un sentimiento que nace de la contemplación de la felicidad o de un bien del prójimo, pero yo no creo (y se lo digo con el corazón en la mano), que el simple hecho de estar casado sea, por sí solo, motivo de envidia. En fin,, sea como sea, lo cierto es que esta ciudad se despobló de amigos y que, cuando regreso aquí, después de pasarme tres meses en la selva, empiezo a sentirme solo antes de que acabe de deshacer las maletas. (…)

El cazador de leones. Javier Tomeo.

lunes, 13 de julio de 2009

LECTURA Y LIBERTAD II


El lector apasionado tiene cuatro libros sobre la mesa. Los cuatro por leer. Esta tarde hha ido a la librería y después de una hora paseando entre las mesas de novedades y repasando, en las estanterías, las cubiertas de los libros de aquellos autores que ma´s le gustan, ha escogido cuatro. Uno es un libro de cuentos de un escritor francés de quien le gustó mucho, hace años, una novela. La siguiente novela que publicó no le gustó tanto como aquella primera (de hecho, no le gustó nada), y ahora ha comprado este libro de cuentos con la esperanza de reencontrar todo lo que le había encantado años atrás. El segundo libro es una novela de un escritor holandés de quien intentó leer las dos novelas precedentes, pero sin mucho éxito porque, al cabo de pocas líneas, tanto la una como la otra se le cayeron de las manos. Curiosamente, eso no ha hecho que renuncie a intentarlo de nuevo. Curiosamente, porque de ordinario, cuando a un escritor no le aguanta veinte líneas de un primer libro, quizás lo vuelve a intentar con el segundo pero nunca con el tercero, salvo que los críticos en que confía sean especialmente elogiosos con él, o que algún amigo se lo haya recomendado fervorosamente. Pero en este caso no ha sido así. ¿Cómo es, por tanto, que ha accedido a intentarlo de nuevo? Quizá por el inicio. Ese inicio que dice. “el botones irrumpió gritando: “¡Señor Kington! ¡Por favor, señor Kington!” Kington estaba en el hall del hotel Ambassador, leyendo el periódico, y estaba a punto de levantar la mano cuando se le ocurrió que nadie, absolutamente nadie, sabía que estaba allí. Ni siquiera levantó la mirada cuando pasó el botones. Sería la decisión más inteligente que nunca hubiera tomado.”
El tercer libro es también una novela, la primera novela de un autor americano de quien no ha oído hablar nunca. La ha comprado porque, a pesar de la cita inicial (“Ah, cómo brillan sus tejas en la florida alborada, cuando los gallos con sus cantadas turban la calma del dormitar…”), la ha hojeado brevemente y le ha atraído. El cuarto libro es de cuentos, de un autor también holandés e inédito hasta aquel momento. ¿Qué le ha atraído del libro? Si ha de ser sincero, de entrada, la desmesurada abundancia de iniciales: hay tres de ellas (A., F., Th.) antes de las tres palabras que forman el apellido. En total, seis palabras: tres para el nombre y tres para el apellido. Además, la primera de las palabras del apellido es “van”. Adora los apellidos que empiezan por “van”.
¿Cómo es, por cierto, que de los cuatro libros que el lector apasionado tiene sobre la mesa, dos (el 50 por ciento exacto) son holandeses? Porque la celebración de la feria del libro de la ciudad, dedicada este año a la literatura neerlandesa, ha hecho, por un lado, que estas últimas semanas las editoriales hayan publicado más autores de aquella lengua y, por otro, que las principales librerías de la ciudad le dediquen mesas especiales, reuniendo en ellas tanto estas novedades como libros de autores holandeses y flamencos publicados años atrás y que, desde que dejaron de ser novedad, acumulaban polvo en el almacén de la distribuidora. El lector apasionado tiene los cuatro libros delante y no sabe por cuál empezar. ¿Por los cuentos del francés de quien le gustó una novela hace unos años? ¿Por la novela del joven americano de quien no sabe nada? Así, si (como hay grandes posibilidades) le decepciona inmediatamente, ya habrá eliminado uno de los cuatro y el dilema será sólo entre los otros tres. Claro que lo mismo puede pasarle con la novela del holandés que se le cayó de las manos, justo en la primera página, en dos ocasiones anteriores. El lector abre el segundo libro y lo hojea. Abre el tercero y hace lo mismo. Hace lo mismo con el cuarto. Podría decidirse a partir de la tipografía, el tipo de papel… Intenta que algún elemento del libro (alguna frase aislada, el nombre de algún personaje) le haga decidirse. La misma disposición de la página. Los párrafos, por ejemplo. Sabe que muchos autores luchan por abrir párrafos con regularidad, convenga o no, al texto, porque creen que así el lector, cuando vea la página poco apretada, se sentirá más atraído por ella. Pasa lo mismo con el diálogo. Un texto esponjado, con abundancia de diálogos, es (según la norma al uso) atractivo para la mayoría de la gente. Puede ser que4 en general sea así, pero a este lector en concreto le pasa exactamente lo contrario: la abundancia de puntos y aparte le da mala espina. Tiene un prejuicio contra ellos, simétrico al prejuicio que los amantes de la abundancia de párrafos tienen contra la escasez de puntos y aparte, que encuentran aburridísima o petulante.
¿Por cuál empezar? La solución sería, como hace a menudo, empezarlos todos a la vez. A la vez a la vez no, claro: pasando de uno a otro; igual que no se ven nunca seis canales de televisión a la vez, sino que pasas de uno a otro. Siempre, evidentemente, hay un libro que abre primero y del que lee un párrafo, un cuento, un capítulo, el 20 por ciento del las páginas, antes de pasar a otro. El problema, aquí, es que no se decide por cuál empezar. Se levanta y enciende un cigarrillo. ¿Por qué encender un cigarrillo es una solución para cuando no se sabe qué hacer? Encender un cigarrillo sirve para demostrar que estamos pensando, que meditamos intensamente, que recordamos, que esperamos a alguien (apartando de vez en cuando la cortina para echar una ojeada a la calle), que nos impacientamos (en la sala de espera de la maternidad, con el suelo lleno de colillas). Se enciende un cigarrillo después del coito; se enciende un cigarrillo para apagarlo en la ingle de la amante masoquista y excitarnos aún más. Se enciente un cigarrillo para buscar la inspiración, para que la nicotina nos ayude a no dormirnos, para no comer cuanto tenemos hambre y no podemos o no queremos hacerlo. El lector apasionado da la última calada y vuelve a la mesa. Los cuatro libros están allí y, al lado, la bolsa de plástico con el logotipo rojo de la librería. Cae la noche, pasa una moto, se oye una radio. ¿Se oyen muchas radios en las novelas? Si, de repente, los cuatro libros desapareciesen, desaparecería también el dilema: por cuál empezar. Coge la novela del americano. La abre por la primera página. Pasa el dedo con fuerza por la separación entre las dos hojas, para que se mantenga abierto, y lee: “Justo cuando la enfermera estira la sábana para cubrirle la cara, el muerto abre los ojos y musita alguna cosa incomprensible. La enfermera chilla, suelta la sábana, dice el nombre del paciente, le toma el pulso. Corriendo, sale al encuentro del médico. “¡Doctor, el enfermo de la 114 no está muerto!” “¿Cómo que no está muerto?” “No está muerto. Ha abierto los ojos, de repente. Le he tomado el pulso…” El médico intenta disimular la contrariedad que aquella noticia le provoca.”
El lector cierra el libro. El inicio es el mejor momento de un libro. La primera frase, el primer párrafo, la primera página. Las posibilidades son, siempre, inmensas. Todo tiene que ir viniendo aún, poco a poco, a medida que los caminos que hay al inicio vayan esfumándose y finalmente (es decir, al final) sólo quede uno de ellos, generalmente previsible. ¿Conseguirá el escritor mantenernos seducidos hasta la última página? ¿no habrá un momento, dentro de cinco, dieciocho o ciento sesenta y siete páginas, en que la seducción se romperá? Nunca un relato es tan bueno como el abanico de posibilidades que ofrece justo cuando empieza. No se trata, en ningún caso, de que el lector tenga que prever las continuaciones posibles, y encontrar alguna mejor que las que le ofrece el escritor. De ninguna manera. ¿Cómo continuaría él la historia del hombre uqe lee el periódico en el hall del hotel Ambassador y, cuando gritan su nombre, no contesta? No lo sabe ni le interesa encontrarle alguna continuación. Es aquel momento de indecisión, en el que se reparten las cartas, lo que le atrae. El planteamiento le recuerda vagamente aquella película de Hitchcock con un Cary Grant a quien confunden con otro hombre en el hall de un hotel. Pero no le interesa lo más mínimo pensar en ello. Escribir su continuación, sea cual sea, tiene que llevarlo a la imperfección.
Los escritores se equivocan cuando desarrollan los planteamientos iniciales. No deberían hacerlo. Deberían, sistemáticamente, plantear inicios y abandonarlos en el momento más sugerente. Es en ese momento del inicio cuando las historias son perfectas. ¿Es que no pasa igual con todo? ¡Claro que sí! No sólo en los libros, sino también en las películas o en las obras de teatro. Y en la política. Si eres tan inocente como para creértelo, ¿no es mil veces más interesante, positivo y entusiasmador el programa político de un partido que su ejecución una vez elegido para gobernar? En el programa todo es idílico. En la práctica, nada se respeta, todo se falsea; la realidad impone su crueldad erosionadota. Y (en l vida que está fuera de los libros) el inicio de un amor, la primera mirada, el primer beso, ¿no son más ricos que lo que viene después, que inevitablemente lo convierte todo en fracaso? Las cosas tendrían que empezar siempre y no continuar nunca. La vida de un hombre, ¿no es riquísima en posibilidades, a los tres años? ¿Qué será de ese chico que ahora apenas empieza? A medida que avance, la vida lo irá marchitando todo: de todas las expectativas cumplirá bien pocas, y eso si tiene suerte. Con los libros pasa exactamente lo mismo. Pero así como el lector apasionado no puede parar la vida si no es tomando la decisión de cortarla, los libros sí puede pararlos en el momento más esplendoroso, cuando las posibilidades son aún más numerosas. Por eso nunca acaba ninguno. Sólo lee los inicios, las primeras páginas como máximo. Cuando el abanico de bifurcaciones de la historia se va reduciendo y el libro empieza a aburrirle, lo cierra y lo coloca en la estantería, por orden alfabético del apellido del autor.
La decepción puede producirse en cualquier momento. En el primer párrafo, en la página 38 o en la penúltima. Una única vez llegó a la última página de un libro. A punto de empezar el último párrafo (un párrafo corto, de aproximadamente un tercio de página) sin que se hubiese producido la decepción, tuvo miedo. ¿Y si aquel libro no le decepcionaba ni en la última línea? Era del todo improbable; seguro que, aunque fuera en la última palabra, la decepción llegaría, como había llegado siempre. Per, ¿y si no? Por si acaso, apartó la vista rápidamente, a cinco líneas del final. Cerró el libro, lo colocó en su lugar y respiró a fondo; aquella demostración de firmeza le permite continuar fantaseando que, más tarde o más temprano, (el día menos pensado, en cuanto por fin se decida), tendrá el suficiente coraje para dejar de aplazar cada vez la decisión definitiva.

“Los libros”, en Ochenta y seis cuentos. Quim Monzó.
Compactos Anagrama, 11,00 euros precio editor.

domingo, 5 de julio de 2009

LECTURA Y LIBERTAD I

Foto: encontrada en internet.

REPORTAJE: IDA Y VUELTA
Libertad de la novela
ANTONIO MUÑOZ MOLINA


Una novela es la libertad. El acto físico de abrirla es tan simple, tan rotundo, tan cargado de sentidos posibles, como el de abrir una puerta, una puerta de salida y una puerta de entrada. Hasta la tapa del libro parece una puerta que se abre. Salimos de algo y entramos en algo, cruzamos un umbral que se despliega entre nuestras manos, y al principio, como en algunos lugares misteriosos, nos encontramos en la sombra, y sólo gradualmente se acostumbran los ojos a la nueva claridad que irradia del interior del libro. En la casa de veraneo de sus abuelos Proust se encerraba a leer en un retrete con una pequeña ventana desde la que veía el campanario del pueblo. Juan Carlos Onetti leía de niño encerrado en un armario, a la luz de una linterna, acompañado por un gato al que acariciaba tan silenciosamente como pasaba las páginas, y decía que la causa de su mala vista era haber gastado los ojos leyendo en aquel refugio. Muchas tardes de verano yo he leído en un granero lleno de trigo recién cosechado, y en el tacto del papel había residuos del polvo de la trilla.


Empezar a leer se parece mucho a empezar a escribir: es encontrar un hilo y seguirlo, escuchar una voz y dejarse hechizar

Pero no siempre logra uno ese estado de encierro gustoso, de inmersión en aguas muy profundas, ese fervor de libertad en el interior de una novela. Tan necesarias como el libro en sí son las circunstancias: muchas páginas y mucho tiempo por delante, sin distracciones, sin estorbos, con un grado de concentración que según nos dicen cada vez es más difícil, pero sin el cual la experiencia integral de la novela no llega a cumplirse. A lo largo de dos viajes sucesivos en tren y de las ocho horas de un vuelo transatlántico yo he tenido esa oportunidad de lectura perfecta, y también la suerte de haber hallado el libro preciso para satisfacerla, una novela recién publicada que un amigo me trajo de Londres justo cuando preparaba el equipaje, The Winter Vault, de Anne Michaels.

Yo no sabía nada de esta autora. Tan sólo recordaba el título de una novela anterior, Piezas en fuga, que tuve en casa y no leí cuando se publicó hace años en español. Después he sabido que no es partidaria de dar demasiada información sobre su propia vida para que ese conocimiento no interfiera en el encuentro del lector con el libro, que debería ser lo más limpio posible. "De verdad creo que leemos de manera distinta un libro cuando sabemos incluso los detalles más banales de la vida de su autor", ha dicho. Es verdad que yo me he beneficiado de mi ignorancia: el deseo de la lectura lo despertó el título de la novela, La bóveda de invierno, y también un indicio sobre el argumento: en 1964 un ingeniero recién casado viaja con su mujer a la región del Alto Nilo para trabajar en el salvamento del templo de Abu Simbel, que habría sido anegado por las aguas de la presa de Asuán. Nada más. La libertad de la novela es también nuestra potestad de entrar en ella sin obligaciones ni prejuicios y decidir soberanamente si seguiremos leyendo o la dejaremos al cabo de unas páginas, porque en ese reino privado no obedecemos a nadie ni nos dejamos coaccionar por la opinión de otros que parezcan saber más y ni siquiera por la presión inmensa de lo que parece gustarle a todo el mundo. De nuestras preferencias o rechazos soberanos no tenemos que dar cuenta a nadie. La novela existe para nosotros en ese espacio de intimidad que nos protege tras la puerta cerrada de la lectura.

En el fondo, empezar a leer se parece mucho a empezar a escribir: es encontrar un hilo y seguirlo, escuchar una voz y dejarse hechizar y guiar por ella. La voz de Anne Michaels, despojada de biografía, de información, de prejuicios a favor o en contra, empecé a escucharla con una claridad singular cuando abrí su novela junto a la ventanilla del tren que me llevaba al norte, y luego me acompañó en la habitación de un hotel y en otra travesía de vuelta por los verdes cantábricos que se disolvían después en los ocres y amarillos de las llanuras de Castilla. Subí al avión y en cuanto me abroché el cinturón de seguridad ya abrí la novela para que la voz me acompañara, y mi viaje sobre el Atlántico se correspondía con los que emprenden los personajes de la novela, el ingeniero Avery y su mujer, Jean, sus idas y vueltas entre Canadá y Egipto, entre el dulce amor compartido y la desgracia y el remordimiento, y también los viajes que se cuentan el uno al otro, los que se enredan con sus vidas y los que les dieron origen y permitieron que se encontraran. La voz de la novela está hecha en realidad de muchas voces que se escuchan también en ella, y que no se pierden en el clamor general, tan poderoso sin embargo como el de los ríos que alimentan literalmente el fluir de la trama, el San Lorenzo, en Canadá, el Nilo, y de golpe -con esa sorpresa de la lectura que sólo es plenamente efectiva cuando se carece de información previa- el Vístula, el río de Varsovia. En 1945, al otro lado del Vístula, las tropas soviéticas permanecían detenidas mientras los alemanes aplastaban sanguinariamente la sublevación de los polacos y mientras metódicamente minaban y demolían una ciudad entera ya convertida en cementerio.

"No hay dos hechos tan apartados entre sí que no puedan juntarse", dice uno de los héroes de la novela, otro ingeniero, el padre de Avery, que alentó en su hijo desde que era niño el amor por las máquinas y por las grandes obras públicas, por la capacidad humana de comprender y transformar el mundo. La nieve de las cumbres que se ven a lo lejos desde el interior de una selva africana será luego el agua del gran río que fluye por el desierto. El empeño colosal de domar su corriente para que haga fértiles campos de cultivo y produzca la electricidad que mejorará las vidas de millones de personas también traerá consigo una escala de destrucción formidable: paisajes, aldeas, formas de vida, mundos enteros arrasados, miles o centenares de miles de otras personas que son despojadas de todo sin que se les pida su opinión en nombre de un progreso del que ellas no se benefician. Los ingenieros desmontan piedra por piedra el templo de Abu Simbel y lo reconstruyen en otra parte, pero el templo ya es una falsificación. Terminada la guerra la Ciudad Vieja de Varsovia es levantada de nuevo por los supervivientes, pero cuando más se parece a la que fue destruida más mentiroso resulta el simulacro.

La novela es la libertad: Anne Michaels acumula en la suya vidas inventadas, hechos históricos, informaciones sobre ingeniería y sobre botánica, exactitudes de la poesía y de la ciencia, y en esa acumulación hay un desbordamiento de abundancia y un rigor de arquitectura sin peso. La puerta de la novela da a las latitudes del mundo y a las bóvedas más secretas de la experiencia humana.

Piezas en fuga. Punto de Lectura. Madrid, 2001. 400 páginas. 7,60 euros.

http://www.elpais.com/articulo/semana/Libertad/novela/elpepuculbab/20090704elpbabese_5/Tes

domingo, 7 de junio de 2009

Cómicos


No estoy seguro de cómo me convertí en comediante o actor cómico. Tal vez no lo sea. No vale la pena discutir sobre esto. En cualquier caso, me he ganado la vida muy bien durante muchos años, haciéndome pasar por uno de ellos. Cuando niño, no recuerdo haber maravillado a nadie con mi ingenio. Soy un sujeto muy prudente y no tengo ni el deseo ni los medios de analizar lo que hace que un hombre resulte divertido para otro. He leído muchos libros de autores que se dicen expertos en la materia, explicando la base del humor e intentando describir lo que es gracioso y lo que no lo es. Dudo que algún comediante pueda honradamente decir por qué es gracioso y por qué el vecino de al lado no lo es.
Creo que todos los comediantes llegan a serlo por tanteo y por error. Esto era ya ciertamente verdad en los viejos días de las variedades y estoy seguro de que aún lo es hoy. La pareja corriente consistía en un actor serio y en otro bufón. El actor serio cantaba, bailaba, o hacía ambas cosas a la vez. Y el actor cómico imitaba unos cuantos chistes de otros artistas y sacaba otros pocos de los diarios y de las revistas cómicas. Luego se dedicaban a actuar en pequeños retratos de variedades, en clubs nocturnos y en salas de fiestas. Si el cómico tenía inventiva, gradualmente iba descartando los chistes robados y los que ya habían pasado de moda e intentaba presentar algunos propios. Con el tiempo, si tenía algo de talento, acababa por emerger del personaje vulgar que había empezado a ser para transformarse en una personalidad distinta y propia. Desta ha sido mi experiencia y también la de mis hermanos, y creo que lo mismo les ha ocurrido a la mayor parte de los demás actores cómicos.
Calculo que no existen ni un centenar de comediantes de primera fila, hombres o mujeres, en todo el mundo. Son material mucho más escaso y valioso que todo el oro y las piedras preciosas del planeta. Pero, como hacemos reír, no creo que la gente comprenda verdaderamente lo necesarios que somos para que conserve su equilibrio. Si no fuera por los breves momentos de respiro que damos al mundo con nuestras tonterías éste conocería suicidios en masa, en cantidades que podrían compararse favorablemente con al mortalidad de los conejos de Noruega.
Estoy seguro de que casi todos habrán oído contar la historia del hombre que, desesperadamente enfermo, va a un psicoanalista y le explica que ha perdido el deseo de vivir y que piensa seriamente en el suicidio. El doctor escucha su relato melancólico y luego dice al paciente que lo que necesita es poder reírse a gusto. Aconseja al infeliz que vaya aquella noche al circo y que pase la velada riéndose con Grock, el payaso más divertido del mundo. El doctor resume:
-Después de que hayha visto a Grock, estoy seguro de que se sentirá mucho más feliz.
El paciente se pone en pie, mira tristemente al doctor, da media vuelta, y se tambalea hacia la puerta. Cuando empieza a abrirla, el doctor dice:
-A propósito, ¿cómo se llama usted?
El hombre se vuelve y mira al psicoanalista con ojos apesadumbrados:
-Soy Grock.
Cuando un actor cómico interpreta un papel serio, siempre me produce una profunda pena ver cómo los críticos lanzan histéricamente al aire sus sombreros, bailan por la calle y abruman al actor con sus felicitaciones. Siempre me he imaginado el hecho de que tal cosa provoque el asombro y entusiasmo de los críticos. Apenas existe ningún cómico vivo que no sea capaz de realizar una gran actuación en un papel dramático. Pero hay muy pocos actores dramáticos que puedan desempeñar un papel cómico de una manera destacada. David Warfield, Ed Wynn, Walter Houston, Red Buttons, Danny Kaye, Danny Thomas, Jackie Gleason, Jack Benny, Louis Mann, Charles Chaplin, Buster Keaton y Eddie Cantor son todos cómicos de primera fila que han interpretado papeles dramáticos y muestran casi unanimidad en decir que, comparada con el esfuerzo de hacer reír, una actuación dramática es como dos semanas de vacaciones en el campo.
Para convencerte de que esta opinión no es exclusivamente mía, heh aquí las palabras de S.N. Behrman, uno de nuestros mejores dramaturgos:
-Cualquier escritor teatral que se haya enfrentado con la tremenda dificultad de escoger actores para una obra, les dirá que el actor capaz de interpretar una comedia es el tipo que interesa. La intuición del cómico llega a lo más profundo de una situación humana, con una precisión y una velocidad inalcanzable por cualquier otro medio. Un gran actor cómico realzará la obra con una inflexión de voz tan diestra como el movimiento de la muñeca de un maestro de esgrima.
No obstante, los críticos siempre quedan sorprendidos.

Groucho y yo, Groucho Marx.
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miércoles, 20 de mayo de 2009

El extraño día del libro de este año y más fotos movidas, más.

Este 22 de abril pasado fui sometida a una pequeña operación quirúrgica (nada serio); el día siguiente lo pasé entero durmiendo... pero al percatarme de que era el día del libro y de que por primera vez iba a pasarlo sin mi autorregalo de toda la vida, mejor o menor en cada época de mi existencia dependiendo de mis posibilidades, pero siempre presente, me dio pena, sinceramente; y de repente tuve la -facilísima pero que a mí se me ocurrió por los pelos, catatónica como estaba- idea de comprarlos por internet. Fui a la página de la fnac y encima los gastos de envío ese día eran gratis, con lo cual, aunque no en el mismo día, los recibí en mi propio domicilio. Son estos dieciséis; a algunos le parecerá una compra cutre; a otros un despilfarro; yo pienso en lo que se planteaba Fermín Gámez en aquella extraordinaria entrada que decía "qué vale más..."... y es mi precioso auto-regalo de este año 2009.
¿Os gusta la selección?:

- Adiós a la filosofía y otros textos, de Ciorán;
- Cuentos humorísticos, de Mark Twain;
- El lector, de Schlink (sí, el de la peli que no vi);
- Una historia sencilla, de Leonardo Sciascia;
- Cuentos orientales, de Marguerite Yourcenar;
- Cuentos completos, de Augusto Roa Bastos;
- La comuna de París (Marx, Engels, Lenin);
- Groucho y yo, de Marx (Groucho);
- Bariloche, del aún flamante premiado Neuman;
- Estrella distante, de Roberto Bolaño;
- Zelig, de Woody Allen,
- Ochenta y seis cuentos, de Quim Monzó;
- En el camino, de Jack Kerouac para ver si me entero mejor ahora en castellano en -vez de en inglés como lo leí hace ya tanto;
- Cuentos completos, de Kafka; creo que a lo largo de mi vida ya los he leído todos pero me apetecía tener este volúmen;
- Lady Windermere's fan, para refrescar el english con quién mejor que con Óscar Wilde;
- El beso de la mujer araña, de Manuel Puig, que tanto me han recomendado y además amigo de un amigo...
- Y de "Regalo web", una carpeta de Juan Marsé con un dvd que aún no puse, soy más vaga...
¿Los habéis leído? ¿Os han gustado? ¿Por qué soy tan preguntona?



EL otro día Max apareció en el estante de debajo de su copia en peluche en la librería antigua; como veis ha crecido mucho, antes eran casi iguales, y eso ha sido en estos días al desarrollarse subiendo y bajando por la librería nueva, ya a sus tres años... Ahora es su cuarto favorito, el salón biblioteca que aún no está ordenado (el resto de muebles quedaron por el medio a la espera de decidir qué hacer con ellos) y es el paraíso para los gatos; y llegué justo con la cámara cuando se intentaba escaquear y, aunque no le pillé en la postura de pose, me dio tiempo de hacer una foto simpática; ¿os gusta?:



A continuación, los dos fauves jugando sauvagemente; ¡somos tal para cual!:



Ésta es mi maranta o amaranta o como se diga, sacada de un brotecillo de nada, y que ya es enorme y tiene muchos años, ahora empieza a florecer otra vez:



Y delante de ella, eso que se ve raro y verde es un granado, enorme... y salvaje, como no, y dejado crecer a su libre albedrío a partir de un brotecillo chiquitico traido de Jaén del pie de un granado de verdad del precioso campo de mi prima que tanto añoro y al que espero volver pronto:




Si ahora alguien se marea no es de extrañar, ¡qué movidísima! Pero puede apreciarse lo hermosa que está mi violeta africana que ya tiene unos dieciséis o dieciocho años y que transplanté de otra de mi madre a raíz de los recuerdos de un artículo sobre el asunto leído en una revista en la sala de espera de mi oculista mientras se me dilataban mis pupilas. Es un puro milagro pues encima no tenía ni hormonas de enraizamiento ni nada de nada, todo fue a lo casero total; la primera vez que salieron los brotecillos, las hojitas diminutas como tréboles, me emocioné y todo... los encontré al regresar de un viaje de Málaga, habiendo dejado la planta que parecía pocha y muerta en la terraza de mis padres (por entonces vivía allí)... Desde aquella, siempre igual. A veces se pone un poco pocha y pienso que es lógico, que ya le ha llegado su hora hace mucho; pero de repente renace con nuevas energías y no para de florecer, con una fuerza increíble; insisto en que es un milagro y por eso...---> (DEDICADA A LUI Y A LISE):



La primera flor de uno de mis espatifilos de la temporada ha salido contra natura, dándole la espalda no sólo a la luz (bueno, de lado) sino a la orquídea que está detrás, al fondo; ¿tendrán envidia las plantas unas de otras? ¡Son seres vivos, al fin y al cabo!



Aquí, la orquídea justo hoy; realmente no sé desde qué ángulo fotografiarla ya no para que me salga bien la foto sino para que se vean todas las flores y los capullos de la vara:



No sé hacer fotos, lo he demostrado muchas veces, y ninguna de ellas se acerca ni remotamente a la realidad ni le hace justicia al objeto-sujeto de las mismas, pero es una pequeña muestra para que paséis un ratillo tonto/entretenido con alguna de mis cousiñas que de vez en cuando a algunos sé que os gusta que muestre.

Espero que os guste esta entrada. En cualquier caso, en el momento menos pensado volveré a mi forma de entender este blog...

lunes, 4 de mayo de 2009

Textos biónicos para autómatas e ilusionistas (Estíbaliz Espinosa)


Pinchad aquí para...

CAN-LOBO

Sodes moitos a crear sobre esta Terra. Os humanos sodes
moitos para case calquera cousa. Pero só un para eles. Para os
cans.
Para eles só existe un home. Unha muller. Son o único público
que aplaude sempre as nosas monerías.
Non sempre foron tal.

Aos que se negaron

Hai algo invencíbel e xadeante nesta páxina que comeza
14 mil anos separan ao lobo dos cans rueiros actuais
Unha sima de células separa a este ser dende o que penso dese
ser que corre polos lameiros
Exhala un bafo que esta páxina non rexistra
O seu frío xéstase dende remotas mandas
Corre só
Hai tempo que sabe que deixou aos seus
Procura
...Cynópolis, a cidade do can en honor ao deus Anubis...
Hai algo que lle impide volver a ser o que foi
esgazar a miña man que fala do seu pelo
correr ourizado polos penedos de América
durmir nas cavernas, dar medo aos meus
Procura
Baixo unha lúa semellante a unha páxina detén, interrogante
Noutrora oulearía
Aló lonxe
o fume dun campamento indícalle ónde pasar a noite
e con quen
A figura dun home crava na súa memoria xenética
durante quince mil anos
Esquecerá o seu nome
o seu frío
cómo cazar
Nos contos medievais asediará aos seus, aínda salvaxes
camiñará onda un deus, será el mesmo un deus
Polas noites encherá a civilización de instinto perdido
monstruoso
deforme
Algún día, sen saber por que, trabará nesta man que lle escribe
Que nunca lle deu de comer.

Estíbaliz Espinosa



Y un poema inédito en veinte segundos... "Máis de vinte segundos", que me chifla.

Espero que os guste.



Más poemas en texto en pdf, aquí.

(Fuente)

domingo, 19 de abril de 2009

Infinito infinito



Ocean greyness, 1953, Jackson Pollock.



(…) Había de todo /
Pero no había un final. Lo que no vi es donde terminaba todo aquello. El final del mundo /

Imagínate: un piano. Las teclas empiezan. Las teclas acaban. Tú sabes que hay ochenta y ocho, sobre eso nadie puede engañarte. No son infinitas. Tú eres infinito, y con esas teclas es infinita la música que puedes crear. Ellas son ochenta y ocho. Tú eres infinito. Eso a mí me gusta. Es fácil vivir con eso. Pero si tú /
Pero si yo subo a esa escalerilla, y frente a mí /
Pero si yo subo a esa escalerilla, y frente a mí se extiende un teclado con millones de teclas, millones y trillones /
Millones y trillones de teclas, que nunca se terminan y ésa es la verdad, que nunca se terminan y que ese teclado es infinito /
Si ese teclado es infinito, entonces /
En ese teclado no hay una música que puedas tocar. Te has sentado en un taburete equivocado: ese es el piano en el que toca Dios /
¡Por los clavos de Cristo! Pero ¿tú viste aquellas calles? /
Contando sólo las calles, las había a millares, ¿cómo os arregláis para escoger una? /
Para escoger una mujer /
Una casa, una tierra que sea la vuestra, un paisaje para mirar, una forma de morir /
Todo ese mundo /
Ese mundo encima que ni siquiera sabes dónde acaba /
Y cuánto hay /
¿No tenéis miedo de acabar destrozados sólo con pensar en esa enormidad, sólo con pensar en ella? Y para vivirla… /
Yo nací en este barco. Y por aquí pasaba el mundo, pero a razón de dos mil personas cada vez. Y aquí había también deseos, pero no más de los que caben entre una proa y una popa. Tocabas tu felicidad sobre un teclado que no era infinito.
Así lo aprendí yo. La tierra es un barco demasiado grande para mí. Es un viaje demasiado largo. Es una mujer demasiado hermosa. Es un perfume demasiado intenso. Es una música que no sé tocar. Perdonadme. Pero no voy a bajar. Dejadme volver atrás.
Por favor /
/
/
/
/
/
Ahora intenta comprenderme, hermano. Intenta comprenderme, si puedes /
Todo ese mundo en mis ojos /
Terrible, pero hermoso /
Demasiado hermoso /
Y el miedo que me hacía retroceder /
El barco, de nuevo y para siempre /
Pequeño barco /
Ese mundo en los ojos, todas las noches, de nuevo /
Fantasmas /
Podrías morir si los dejaras actuar /
Las ganas de descender /
El miedo a hacerlo /
Así te vuelves loco /
Loco /
Tienes que hacer algo, y yo ya lo he hecho /
Primero lo imaginé /
Después lo hice /
Cada día, durante años /
Doce años /
Millones de momentos /
Un gesto invisible y lentísimo /
Yo, que no fui capaz de bajar de este barco, para salvarme me bajé de mi vida.

No estoy loco, hermano. No estamos locos cuando hemos encontrado el sistema para salvarnos. Somos astutos como animales hambrientos. La locura no tiene nada que ver. Eso es el genio. Es la geometría. Perfección. Los deseos estaban destrozándome el alma. Podía vivirlos, pero no lo conseguí.
Así que entonces los conjuré.
Y uno a uno los fui dejando detrás de mí. Geometría. Un trabajo perfecto. A todas las mujeres del mundo las conjuré tocando una noche entera para una mujer, una, la piel transparente, las manos sin joyas, las piernas delgadas, movía la cabeza al compás de mi música, sin una sonrisa, sin bajar la mirada, nunca, una noche entera, cuando se levantó no fue ella la que salió de mi vida, fueron todas las mujeres del mundo. Al padre que nunca voy a ser lo conjuré contemplando morir a un niño, durante días, sentado a su lado, sin perderme nada de aquel terrible espectáculo hermosísimo, quería ser la última cosa que viera en este mundo, cuando se marchó, mirándome a los ojos, no fue él quien se marchó, fueron todos los hijos que nunca tendré. La tierra que era mi tierra, en algún rincón del mundo, la conjuré escuchando cantar a un hombre que venía del norte, y cuando lo escuchabas, veías, veías el valle, las montañas que lo rodeaban, el río que descendía lentamente, la nieve de invierno, los lobos por la noche, cuando aquel hombre acabó de cantar, acabó mi tierra, para siempre, dondequiera que se encuentre. Los amigos que deseé los conjuré tocando contigo y para ti aquella noche, en la cara que ponías, en los ojos, los vi, a todos ellos, a mis queridos amigos, cuando te marchaste, se fueron contigo. Dije adiós a la maravilla cuando vi los descomunales icebergs del mar del Norte desmoronarse derrotados por el calor, dije adiós al milagro cuando vi reír a los hombres que la guerra había destrozado, dije adiós a la rabia cuando vi llenar este barco de dinamita, dije adiós a la música, a mi música, el día que conseguí tocarla toda en una sola nota de un instante, y he dicho adiós a la alegría, conjurándola, cuando te he visto entrar aquí. No es locura, hermano. Geometría. Es un trabajo de cincel. He desmontado la infelicidad. He desenhebrado mi vida de mis deseos. Si pudieras recorrer mi camino, los encontrarías uno tras otro, conjurados, inmóviles, detenidos para siempre señalando la ruta de este extraño viaje que a nadie nunca conté, salvo a ti/
(…)

Novecento, La leyenda del pianista en el océano. Alessandro Baricco.

(Compactos Anagrama: precio editor: 6,00 €)

domingo, 12 de abril de 2009

Me gusta leer

Ayer tuve muchos regalos, muchísimos; los que veis aquí y los que no veis, y a todos os di y os sigo dando las gracias; todos me encantaron y me emocionaron. Además, yo me agencié uno; como siempre me autorregalo algo y en esta ocasión no pude salir para hacerlo, he robado vilmente del Territorio Enemigo esto, que quiero compartir con vosotros:

(...)De momento, les dejo con una de esas creaciones diseñadas por instituciones públicas y multinacionales de la industria para fomentar la lectura y que sólo nos gustan a los que ya estamos poseídos por esa enfermedad de concatenar página tras página y título tras título. Pero es hermoso. Disfrútenlo. Tanto como el papel.




Felices Pascuas, Fernando ;-)

viernes, 27 de marzo de 2009

Embaucadores



"Rocher de la Vierge. Sala Biarritz". Foto de Jacques-Henri Lartigue, 1927.

Esta foto ilustra el libro de un gran embaucador: mi idolatrado Enrique Vila-Matas. Idolatrado porque me embauca. Me puede.

Suicidios ejemplares es el título de este mini libro que por 6,50 euros (precio editor) me compré el otro día en la Fnac (más barato aún al ser socia) de la colección Compactos Anagrama, junto con el otro (libro) del que tengo pendiente buscar la entrada donde hablé mal del libro sin conocerlo pero con prejuicios debidos al autor, del que sí he leído un "best seller" que lleva su nombre, y en donde pienso comentar cómo no pude resistirme a comprarlo y leerlo y descubrir por qué lo juzgaba mal (creo)... El caso es que ambos me embaucaron, pero de diferentes maneras.

La manera de Vila-Matas no voy a describirla tampoco, sino que va a ser el tema de esta entrada.

Enrique Vila-Matas comienza su libro con un cuento-introducción que copio letra a letra, espero que no me denuncien por plagio al estar haciendo al mismo tiempo propaganda, ¿no?, y que lleva por título VIAJAR, PERDER PAÍSES:

Hace unos años comenzaron a aparecer unos graffiti misteriosos en los muros de la ciudad nueva de Fez, en Marruecos. Se descubrió que los trazaba un vagabundo, un campesino emigrado que no se había integrado en la vida urbana y que para orientarse debía marcar itinerarios de su propio mapa secreto, superponiéndolos a la topografía de la ciudad moderna que le era extraña y hostil.
Mi idea, al iniciar este libro contra la vida extraña y hostil, es obrar de forma parecida a la del vagabundo de Fez, es decir, intentar orientarme en el laberinto del suicidio a base de marcar el itinerario de mi propio mapa secreto y literario y esperar a que éste coincida con el que tanto atrajo a mi personaje favorito, aquel romano de quien Savinio en Melancolía hermética nos dice que, a grandes rasgos, viajaba en un principio sumido en la nostalgia, mas tarde fue invadido por una tristeza muy humorística, buscó después la serenidad helénica y finalmente -"Intenten, si pueden, detener a un hombre que viaja con su suicidio en el ojal”, decía Rigaut- se dio digna muerte a sí mismo, y lo hizo de una manera osada, como protesta por tanta estupidez y en la plenitud de una pasión, pues no deseaba diluirse oscuramente con el paso de los años.
“Viajo para conocer mi geografía”, escribió un loco, a principios de siglo, en los muros de un manicomio francés. Y eso me lleva a pensar en Pessoa ("Viajar, perder países") y a parafrasearlo: Viajar, perder suicidios; perderlos todos. Viajar hasta que se agoten en el libro las nobles opciones de muerte que existen. Y entones, cuando todo haya terminado, dejar que el lector proceda de forma opuesta y simétrica a la del vagabundo de Fez y que, con cierta locura cartográfica, actúe como Opicinus, un sacerdote italiano de comienzos del trescientos, cuya obsesión dominante era interpretar el significado de los mapas geográficos, proyectar su propio mundo interior sobre ellos -no hacía más que dibujar la forma de las costas del Mediterráneo a lo largo y a lo ancho, superponiéndole a veces el dibujo del mismo mapa orientado de otra manera, y en estos trazados geográficos dibujaba personajes de su vida y escribía sus opiniones acerca de cualquier tema-, es decir, dejar que el lector proyecte su propio mundo interior sobre el mapa secreto y literario de este itinerario moral que aquí mismo ya nace suicidado.


__________________________________________________________________________________

Que levante la mano el que no sienta unos deseos irrefrenables de continuar leyendo... Que levante la mano el que no se sienta embaucado.

Tanto me ha embaucado a mí que ni para hacer esta entrada he elegido cuadro o foto para mi mural; simplemente he buscado la foto de la que un detalle forma parte de la portada del libro.

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