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viernes, 9 de enero de 2009

La caja

"El alma humana es una caja de donde siempre puede saltar un payaso haciendonos mofas y sacandonos la lengua, pero hay ocasiones en que ese mismo payaso se limita a mirarnos por encima del borde de la caja, y si ve que, por accidente, estamos procediendo segun lo que es justo y honesto, asiente aprobadoramente con la cabeza y desaparece pensando que todavia no somos un caso perdido".
José Saramago, El hombre duplicado.


sábado, 27 de diciembre de 2008

Otros regalos de Navidad (con el Programa de Radio de Luz de Gas)

Hoy he recibido dos regalos interneteros "pero" muy personales; uno, la entrevista en el blog de Luz de Gas que cuando esté grabada, si no hay problemas (seguro que no; Juan es un crack) pondré aquí para que me escuchéis (qué nerviosa me puse con lo acostumbrada que estoy a hablar en público, ¿será posible?); el otro, de mi queridísimo Neu, que me ha encantado tanto que quiero compartirlo con vosotros:




Y éste otro me lo regaló el día de Navidad...



¡SOY UNA PRIVILEGIADA!




Por orden de aparición (si está mal, las quejas a Candela, que se lo copié a ella):

-Daniel Romero (desde Toledo),
-Reyes, dama de sevillano nombre (desde Sevilla),
-Fauve, la petite sauvage (desde A Coruña),
-Arkantis (desde Zamora),
-El Aguador de Sevilla (desde Sevilla),
-Lo que dice Candela (desde Limerick - Irlanda),
-La cueva de Susana y
-Mary (desde Buenos Aires- Argentina),
-Mi espacio flamenco (desde Caracas - Venezuela),
-El Humilladero ,
-Olvidos y recuerdos, y
-Callejón de los negros (desde Sevilla)





Dancing Queen versionado por los Sunday Drivers magistralmente; por cierto, el cantante es el hijo de Daniel Romero, el primer entrevistado de este programa.

martes, 16 de diciembre de 2008

miércoles, 19 de noviembre de 2008

¿Caos, Azar o Customización involuntaria? ¿Exhibicionismo o desinhibición?

El tranvía que todos los CTV (Coruñeses de Toda la Vida) tenemos en casa, con una piedra de la playa de Riazor al lado, que es una de mis obsesiones desde niña: las piedras:



Las figuritas sorpresa de los roscones de Reyes que siempre guardo, aquí los que tengo en casa (tengo más en casa de mis padres, claro):



Rosas del Desierto con piedras de México, dos regalos-regalazos muy, muy queridos:



Ya sé que no se me da muy bien la fotografía, grrrññññ. Aquí creo que se ven mejor:



Max portándose bien para que le haga caso (otra de sus maneras de llamar mi atención, una de ellas es portarse mal) y juegue con él en vez de hacer fotos:




Elefantes Sijks auténticos, o más bien elefantas, ya que tienen cada una un elefantito tallado a través de los huequecitos en su interior, y Matriuska rusa de Rusia antes de la Perestroika, de cuando "Rusia" no era Rusia sino la URSS:




Colonia gatuna húngara y lucense okupando la salita:




Libros amontonados con cierto glamour pendientes de guardar en librerías, digo... Customización del aparador XD:




Customización de la mesa del sofá:




Customización de la mesa camilla:




Y ahora desde arriba:



No salió la piedra volcánica canaria, grrrññññ.


Mis queridas y adoradas brujas Damas Meigas, colección que me regaló mi padre -con cariño, eh-:




Gato negro (bueno, Max) sobre las brujas (bueno, Damas Meigas):




Bruja y brujilla entre pétalos de flores secas:



Las pelis que no vienen de la mula, y recuerdos de algunos viajes:




Me gustan los calendarios. Éste, de Riazor en 1950 (este mes):




Otro, un regalo traído de Grecia:




Otro más:




Otro:




Y otro:




Encima de la lavadora en la terraza, el cactus de Navidad a punto de florecer para hacer juego con el kalia-vanish-oxiaction-ultra-mega-fashion-fucsia-colour:




La mesilla de noche:



La otra:



Por ambas se pasea Max cada noche en su ritual de ronda nocturna diaria, inexcusablemente.


Cosas bonitas a la entrada de casa, como estas chinelas turcas auténticas y genuínas, regalo-regalazo, que no son de adorno sino de usar aunque yo las use de adorno, entre los poquísimos adornos que tengo (que expongo, que los guardo y muy bien guardados y con mucho cariño, son mis tesoros):


Debajo, todo libros a la espera de una librería mejor.



Una de las customizations by Max:



Platillo de la entrada de dejar cosas. ¿Por qué la gente ya no los tiene? ¿No están de moda?




Lo primero que hice al venir a vivir a esta casa: pegar un cartel al lado de la puerta. Muchos aficionados a la lectura y a las editoriales o al Beato de Liébana y tal lo conoceréis, son, obviamente, los cuatro jinetes del apocalipsis:




Lo segundo que hice al llegar a esta casa, creo recordar. Al otro lado de la puerta. Y ahí sigue. Ay, el flash...



Lo que hice en tercer lugar ya no lo recuerdo. Supongo que seguir metiendo cosas. Por cierto: aquí, el tercer y último cartel que pegué, hace poco, en el dormitorio, para tapar un agujerito, reciclado del portal de casa, donde lo habían pegado:



Son las Islas Cíes, pero cada vez las veo menos y más a la liebre con pico de gaviota...

Aún tengo muchos cuadros pendientes de colgar, por no decir todos (cara colorada). Estuve muchos años sin cuadros porque me gustaba cambiar los muebles de sitio continuamente, todos ellos; no sé si era con luna llena o qué pero era una costumbre de "impulso compulsivo irrefrenable". pero ahora con los achaquillos y goteras ya no es tan irrefrenable... y no los muevo, así que va siendo el momento de colgar los cuadros. Cosa pendiente entre las muchas que tengo.


Hablando de..., Rincón de cosas pendientes (qué miedo):




Silla de cosas pendientes:



Papelotes pendientes al otro lado de la entrada, muy bien escoltados y bajo una brújula bristoliana o bristoliense, para no perder el norte:



Y Max, enfadadísimo: "Si puede levantarse para hacer fotos... ¡también podrá levantarse para jugar conmigo!"




Espero que lo hayáis pasado bien con este pedacito de mi mundo que os he construído hoy, o al menos haberos sacado alguna sonrisa; ¡con una me conformo! Que para una vez que no copio y pego... Las fotos son malas porque las he hecho yo; los modelos de las fotos están completamente tal cual estaban, nada se ha movido de su sitio "antes de", y esta menda lerenda se va con Max a ver S.L.Q.H. y echarse unas risas. ¡Abur!

Ah, y que nadie piense que esto sea ningna burla ni asomo de ella sobre las customizaciones y colecciones varias; al contrario: es un pequeño homenaje con mucho humor a eso que tanto envidio y para lo que se necesita tanto orden, disciplina, trabajo, habilidad... y tantas aptitudes de las que carezco y que admiro, aquí, desde mi absurdo caos ordenado, como yo le llamo ;-)

domingo, 9 de noviembre de 2008

Disculpas



Un gato es un gato, y un ratón un ratón, al fin y al cabo.

(Sí, es Max el de la foto).

Y yo una persona, y no una máquina, que a veces tiene sobrecarga de asuntos -buenos, malos y regulares- en la vida cotidiana, y que, a veces también, no puede con todo y tiene que renunciar a unos para poder atender a otros; todo depende de las prioridades, que no siempre van correlacionadas con el gusto, el cariño, la libertad, la voluntad, el deseo u otros sentimientos que quizás deberían prevalecer, ya que a veces priman necesidades u obligaciones y ajetreos de la vida diaria, esta vida loca de la sociedad en la que vivimos que a veces hasta son desagradables... pero inevitables, por las que tienes que dejar cosas que te gustan más, que prefieres, que te apetecen... Pienso que si esto es el Desarrollo, no sé a dónde nos conduce este estilo de vida tan frenético, caótico y absurdo, ni cómo vamos a terminar.





Pues por eso no he contestado a nadie. Os pido disculpas, mil disculpas, sabéis que es mi norma, que no escribo en el blog sino en los comentarios, que me encanta además hacerlo, y leeros; el blog es lo de menos, no tengo un ritmo fijo ni quiero tenerlo, pero contestar y leeros, sí.

Pero he debido renunciar por una temporada a algunas cosas, vuestros comentarios entre ellas; y una buenísima amiga, al ver que me sentía mal por ello, me ha recomendado que hiciera una entrada sobre la cuestión, y yo hago caso a los que me quieren: por eso estoy aquí. Gracias, guapísima, no pondré ni tu inicial, ¡para qué!

En los ratos que me quedan libre el cansancio me lleva a la lectura, así que para no desvirtuar este blog, dedicado al copia y pega, os traigo aquí una joyita de la que espero que disfrutéis y, aunque no sirva para perdonarme porque no tengo (perdón), sí para que me comprendáis un poco o para resarcimiento en mi condena...



Os echo de menos a todos, pese a vuestra virtualidad formáis parte de mi vida real: creo que estaba confundida con el concepto de límite entre ambos campos.





"Amo la noche porque carece de enigmas; de día los nervios son sacudidos una y otra vez hasta la ceguera, pero es durante la noche cuando ciertos animales de presa nos echan las garras al cuello para estrangularnos, cuando la actividad de los nervios se recupera tras el embotamiento del día y se repliega hacia el interior, cuando alcanzamos una nueva percepción de nosotros mismos como si, de repente, nos encontráramos en una habitación oscura con una vela frente a un espejo que no ha recibido rayo de luz alguno durante días y que, absorbiéndolo ahora ávidamente, le devuelve a uno la imagen de su propio rostro.

¡Ciertos animales de presa nos echan las garras al cuello para estrangularnos! Hubo reyes que uncían panteras a sus carros y cuyo máximo placer consistía tal vez en la vaga posibilidad de ser despedazados.

Acabo de encontrar un bellísimo nombre para mí: monsieur le vivisecteur.

Desde luego, eso de inventar un nombre tan sonoro para uno mismo no es más que pura afectación, pues no es necesario sino de vez en cuando, en momentos de profunda postración, de malestar por exceso de cansancio, para recurrir entonces a él, para encontrar así en una sola palabra esos estímulos fundamentales que suelen proporcionarnos fuerza, ilusión y entusiasmo. No hay por qué avergonzarse.

Monsieur le vivisecteur: ¡yo!

Mi vida: ¡las aventuras y odiseas de un vivisecteur espiritual a comienzos del siglo XX!

¿Qué es m.l.v.? ¿Quizá el prototipo del futuro hombre cerebral? __¿Quizá?__ Ocurre que las palabras, todas las palabras, tienen tantos matices secundarios, tantos dobles sentidos, evocan tantas sensaciones secundarias y tantas dobles sensaciones que haríamos bien en mantenernos alejados de ellas.

Me acerco a la ventana para devolver a mis nervios esa terrible voluptuosidad que nace del aislamiento.

100 m de hielo. Nada penetra de todas esas responsabilidades cotidianas que se inician con la salida del sol y declinan con él, pues ya nadie nos ve. ¡Oh!, la noche no sirve tan sólo para dormir, la noche desempeña una función fundamental en la economía psicológica de la vida.

Durante el día somos el señor X y el señor Y, miembros de tal o cual sociedad, con estas o aquellas responsabilidades, obligados a vivir de modo altruista de acuerdo con leyes que nuestra razón acata. De noche, en cambio: en cuanto cerramos tras nosotros las puertas protegidas por espesas colgaduras dejamos fuera todos los altruismos -pues ya no cumplen función alguna- y la otra parte de nuestra personalidad, el egoismo, reivindica sus derechos. Me gusta, a esas horas, asomarme a la ventana. A lo lejos se alza una enorme sombra negra que yo sé muy bien que corresponde a una línea de casas situada más allá de los jardines. Aquí y allá, un solitario recuadro amarillo: ¡la ventana de una casa! Es la hora en que la gente regresa del teatro o de los restaurantes. Diviso sus siluetas como manchas negras sobre recuadros amarillos, contemplo cómo se despojan de sus incómodos vestidos de gala, cómo se van interiorizando, por así decirlo. Una segunda vida comienza para ellos gracias a todas esas relaciones íntimas que ahora reclaman sus derechos.

En las habitaciones que tan a menudo fueron testigos mudos de su soledad, flota la tentación de abandonarse, de olvidar los deberes cotidianos.

Lo que revive en su sueño es distinto en cada caso: para la gente de allí enfrente tal vez se trate sólo de instintos del todo triviales y de simples emociones anímicas: el placer de poseer un hogar confortable, o una sensualidad saciada por un vino de baja calidad.

En mi caso, se trata del placer de estar solo conmigo mismo, completamente solo. De la oportunidad de hojear la historia, no demasiado falta de interés, de m.l.v.. de entristecerme ahora y alegrarme luego porque sí, de convertirme en mi propio historiador o de ser un científico que coloca su propio organismo bajo el microscopio y que se alegra cuando descubre cosas nuevas.

¡Y eso, excepcionalmente, no comporta la menor afectación! Uno se hace compañía a sí mismo."

Extraído del quasicomienzo de los Diarios de Robert Musil.

Gracias a todos y mis más sinceras disculpas. Volveré: no os libraréis tan facilmente de mí :P




"Obelisk of La Coruña at night" XD, encontrada en internet.

domingo, 31 de agosto de 2008

Intrusos en domingo de resaca

Mi forma de expresar lo que yo creí que quería decir Omaha con sus Intrusos, a quien le dedico esta entrada (a Omaha, no a los intrusos).



Quem me leva os meus fantasmas, Pedro Abrunhosa.


"Anoche estuve en el reino de las Sombras, donde rayos grises del sol atravesaban un cielo gris. Calladamente, el follaje gris ceniza de los árboles se balanceaba con el viento, sin que se escuchara el rumor de las ruedas, el sonido de los pasos o de las voces. No es la vida sino su sombra, no es el movimiento sino su espectro silencioso."
Los bajos fondos, Maksim Gorki

sábado, 21 de junio de 2008

Behind blue eyes



"Cementerio de elefantes o Bosque de elefantes",
Óscar Domínguez. 1938. Óleo sobre lienzo. 58,5 x 71 cm. Colección particular.

(Trillones de billones de millones de gracias, Alma Cándida, por este fabuloso descubrimiento del autor que me has sugerido, al que conocía pero muy poco, de algún juego y tal.... y que me chifla).

***********

(...) Finalmente encontró a un viejo que poseía una vieja máquina francesa y que, aunque no se dedicaba a alquilarla, hacía una excepción con los escritores.

La cifra que le pidió el viejo era alta y al principio R. pensó que lo mejor era seguir buscando, pero cuando vio la máquina, perfectamente conservada, sin una mota de polvo, con todas las letras dispuestas a dejar su impronta en el papel, decidió que bien podía darse el lujo de pagarle. El viejo pedía el dinero por adelantado y aquella misma noche, en el bar, R. pidió y obtuvo varios préstamos de las chicas. Al día siguiente volvió y le mostró el dinero, pero entonces el viejo sacó una libreta de un escritorio y quiso saber su nombre. R. dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.
-Me llamo A.
El viejo entonces lo miró a los ojos y le dijo que no se pasara de listo, que cuál era su nombre verdadero.
-Mi nombre es A., señor -dijo R.-, y si usted cree que estoy bromeando lo mejor será que me vaya.

Durante unos instantes ambos permanecieron en silencio. Los ojos del viejo eran de color marrón oscuro, aunque bajo la débil luz de su estudio semejaban ser de color negro. Los ojos de A. eran azules y al viejo le parecieron los ojos de un joven poeta, unos ojos cansados, maltratados, enrojecidos, pero jóvenes y en cierto sentido puros, aunque el viejo hacía mucho que había dejado de creer en la pureza.

-Este país -le dijo a R., que aquella tarde se convirtió, tal vez, en A.- ha intentado arrojar al abismo a varios países en nombre de la pureza y de la voluntad. Para mí, como usted comprenderá, la pureza y la voluntad son puro mariconeo. Gracias a la pureza y a la voluntad nos hemos convertido todos, entiéndalo bien, todos, todos, en un país de cobardes y de matones, que al fin y al cabo son lo mismo. Ahora lloramos y nos afligimos y decimos ¡no lo sabíamos!, ¡lo ignorábamos!, ¡fueron los nazis!, ¡nosotros hubiéramos actuado de otra manera! Sabemos gemir. Sabemos provocar lástima y pena. No nos importa que se burlen de nosotros, mientras nos compadezcan y nos perdonen. Ya habrá tiempo para que inauguremos un largo puente de amnesia. ¿Comprende usted lo que quiero decir?
-Lo comprendo -dijo A.
-Yo fui escritor -dijo el viejo.




-Pero lo dejé. Esta máquina de escribir me la regaló mi padre. Un padre cariñoso y culto que llegó a vivir hasta los noventaitrés años de edad. Un hombre básicamente bueno. Un hombre que creía, de más está decirlo, en el progreso. Pobre mi padre. Creía en el progreso y por supuesto creía en la bondad ingtrínseca del ser humano. Yo también creo en la bondad intrínseca del ser humano, pero eso no significa nada. Un asesino, en el fondo, es bueno. Los alemanes eso lo sabemos bien. ¿Y qué? Puedo pasar una noche bebiendo con un asesino y tal vez, al contemplar ambos la aurora, nos pongamos a cantar o a tararear una pieza de Beethoven. ¿Y qué? Puede el asesino llorar en mi hombro. NOrmal. Ser asesino no es fácil. Eso lo sabemos bien usted y yo. No es nada fácil. Exige pureza y voluntad, voluntad y pureza. La pureza del cristal y una voluntad de hierro. E incluso puedo yo ponerme a llorar en el hombro del asesino y susurrarle palabras dulces como "hermano", "camarada", "compañero de infortunios". En ese momento el asesino es bueno, puesto que es intrínsecamente bueno, y yo soy un idiota, puesto que soy intrínsecamente un idiota, y ambos somos sentimentales, puesto que nuestra cultura tiende irrefrenablemente a la sentimentalidad. Pero cuando la obra se acaba y yo estoy solo, el asesino abrirá la ventana de mi cuarto y entrará con sus pasitos de enfermero y me degollará hasta que no quede ni una gota de mi sangre.

Pobre de mi padre mío. Fui escritor, fui escritor, pero mi indolente cerebro voraz me comía las entrañas. Buitre de mi propio Prometeo o Prometeo de mi propio buitre, un día me di cuenta de que podía llegar a publicar excelentes artículos en las revistas y en los periódicos, e incluso libros que no desmerecían el papel en que estaban impresos. Pero también supe que jamás lograría acercarme o internarme en aquello que llamamos una obra maestra. Me dirá usted que la literatura no consiste únicamente en obras maestras sino que está poblada de obras, así llamadas, menores. Yo también creía eso. La literatura es un vasto bosque y las obras maestras son los lagos, los árboles inmensos o extrañísimos, las elocuentes flores preciosas o las escondidas grutas, pero un bosque también está compuesto por árboles comunes y corrientes, por yerbazales, por charcos, por plantas parásitas, por hongos y por florecillas silvestres. Me equivocaba. Las obras menores, en realidad, no existen. Quiero decir: el autor de una obra menor no se llama fulanito o zutanito. Fulanito y zutanito existen, de eso no cabe duda, y sufren y trabajan y publican en periódicos y revistas y de vez en cuando incluso publican un libro que no desmerece el papel en el que está impreso, pero esos libros o esos artículos, si usted se fija con atención, no están escritos por ellos.

Toda obra menor tiene un autor secreto y todo autor secreto es, por definición, un escritor de obras maestras. ¿quién ha escrito tal obra menor? Aparentemente un escritor menor. La mujer de este pobre escritor lo puede atestiguar, ella lo ha visto sentado a la mesa, inclinado sobre las páginas en blanco, retorciéndose y deslizando su pluma sobre el papel. Parece un testigo irrebatible. Pero lo que ha visto es sólo la parte exterior. El cascarón de la literatura. Una apariencia -le dijo el viejo ex escritor a A. y A. recordó a A'-. Quien en verdad está escribiendo esa obra menor es un escritor secreto que sólo acepta los dictados de una obra maestra.

Nuestro buen artesano escribe. Está ensimismado en aquello que va plasmando bien o mal en el papel. Su mujer, sin que él lo sepa, lo observa. Efectivamente, es él quien escribe. Pero si su mujer tuviera una vista de rayos X se daría cuenta de que no asiste propiamente a un ejercicio de creación literaria sino más bien a una sesión de hipnotismo. En el interior del hombre que está sentado escribiendo no hay nada. Nada que sea él, quiero decir. Cuánto mejor haría ese pobre hombre dedicándose a la lectura. La lectura es placer y alegría de estar vivo o tristeza de estar vivo y sobre todo es conocimiento y preguntas. La escritura, en cambio, suele ser vacío. En las entrañas del hombre que escribe no hay nada. Nada, quiero decir, que su mujer, en un momento dado, pueda reconocer. Escribe al dictado. Su novela o poemario, decentes, decentitos, salen no por un ejercicio de estilo o voluntad, como el pobre desgraciado cree, sino gracias a un ejercicio de ocultamiento. ¡Es necesario que haya muchos libros, muchos pinos encantadores, para que velen de miradas aviesas el libro que realmente importa, la jodida gruta de nuestra desgracia, la flor mágica del invierno!

Disculpe las metáforas. A veces me excito y me pongo romántico. Pero escuche. Toda obra que no sea una obra maestra es, cómo se lo diría, una pieza de un vasto camuflaje. Usted ha sido soldado, me imagino, y ya sabe a lo que me refiero. Todo libro que no sea una obra maestra es carne de cañón, esforzada infantería, pieza sacrificable dado que reproduce, de múltiples maneras, el esquema de la obra maestra. Cuando comprendí esta verdad dejé de escribir. Mi mente, sin embargo, no dejó de funcionar. Al contrario, al no escribir funcionaba mejor. Me pregunté: ¿por qué una obra maestra necesita estar oculta?, ¿qué extrañas fuerzas la arrastran hacia el secreto y el misterio?

Ya sabía que escribir era inútil. O que sólo merecía la pena si uno está dispuesto a escribir una obra maestra. La mayor parte de los escritores se equivocan o juegan. Tal vez equivocarse y jugar sea lo mismo, las dos caras de la misma moneda. En realidad nunca dejamos de ser niños, niños mostruosos llenos de pupas y de varices y de tumores y de manchas en la piel, pero niños al fin y al cabo, es decir, nunca dejamos de aferrarnos a la vida puesto que somos vida. También se podría decir: somos teatro, somos música. De igual manera, pocos son los escritores que renuncian. Jugamos a creernos inmortales. NOs equivocamos en el juicio de nuestras propias obras y en el juicio siempre impreciso de las obras de los demás. NOs vemos en el Nobel, dicen los escritores, como quien dice: nos vemos en el infierno.

Una vez vi una película de gángsters norteamericana. En una escena un detective mata a un malhechor y antes de disparar el balazo mortal le dice: nos vemos en el infierno. Está jugando. El detective está jugando y equivocándose. El malhechor, que lo mira y lo insulta poco antes de morir, también está jugando y equivocándose, aunque su campo de juegos y su campo de equívocos se ha reducido hasta el cero absoluto, puesto que en el siguiente plano va a morir. El director de la película también juega. El guionista, lo mismo. NOs vemos en el Nobel. Hemos hecho historia. El pueblo alemán nos lo agradece. Una batalla heroica que será recordada por las generaciones venideras. Un amor inmortal. Un nombre escrito en el mármol. La hora de las musas. INcluso una frase aparentemente tan inocente como decir: ecos de una prosa griega no contiene más que juego y equivocación.

El juego y la equivocación son la venda y son el impulso de los escritores menores. También: son la promesa de su felicidad futura. Un bosque que crece a una velocidad vertiginosa, un bosque al que nadie le pone freno, ni siquiera las Academias, al contrario, las Academias se encargan de que crezca sin problemas y los empresarios y las universidades (criaderos de atorrantes), y las oficinas estatales y los mecenas y las asociaciones culturales y las declamadoras de poesía, todos contribuyen a que el bosque crezca y oculte lo que tiene que ocultar, todos contribuyen a que el bosque reproduzca lo que tiene que reproducir, puesto que es invevitable que así lo haga, pero sin revelar nunca qué es aquello que reproduce, aquello que mansamente refleja.

¿Un plagio, se dirá usted? Sí, un plagio, en el sentido en que toda obra menor, toda obra salida de la pluma de un escritor menor, no puede ser sino un plagio de cualquier obra maestra. La pequeña diferencia es que aquí hablamos de un plagio consentido. Un plagio que es un camuflaje que es una pieza en un escenario abigarrado que es una charada que probablemente nos conduzca al vacío.

En una palabra: lo mejor es la experiencia. No le diré que la experiencia no se obtenga en el trato constante con una biblioteca, pero por encima de la biblioteca prevalece la experiencia. La experiencia es la madre de la ciencia, se suele decir. Cuando yo era joven y aún pensaba que haría carrera en el mundo de las letras, conocí a un gran escritor. Un gran escritor que probablemente había escrito una obra maestra, si bien a juicio mío toda su producción era una obra maestra.

No le voy a decir su nombre. Ni a usted le convine que yo se lo diga ni a efectos de la historia es indispensable saberlo. Confórmese con saber que era alemán y que un día vino a Colonia a dar unas conferencias. Por supuesto, yo no me perdí ni una sola de las tres charlas que dio en la universidad de nuestra ciudad. En la última conseguí un asiento en primera fila y me dediqué, más que a escucharlo (en realidad repetía cosas que ya había dicho en la primera y la segunda conferencia), a observarlo en detalle, sus manos, por ejemplo, unas manos enérgicas y huesudas, su cuello de hombre viejo similar al cuello de un pavo o de un gallo sin plumas, sus pómulos ligeramente eslavos, sus labios exangües, unos labios que uno podía tajear con una navaja y de los cuales podía tener la seguridad de que no saldría ni una gota de sangre, sus sienes grises como un mar revuelto, y sobre todo sus ojos, unos ojos profundos y que, dependiendo de ligeros movimientos de su cabeza, en ocasiones semejaban dos túneles sin fondo, dos túneles abandonados y a punto de derrumbarse.

Por supuesto, terminada la conferencia su persona fue acaparada por los notables de la ciudad y yo no pude ni siquiera estrechar su mano y decirle cuánto lo admiraba. Pasó el tiempo. Este escritor murió y yo seguí, como es lógico, leyéndolo y releyéndolo. Llegó el día en que decidí dejar la literatura. La dejé. No hay trauma en este paso sino liberación. Entre nosotros le confesaré que es como dejar de ser virgen. ¡Un alivio, dejar la literatura, es decir, dejar de escribir y limitarse a leer!

Pero ése es otro tema. Ya hablaremos de eso cuando me devuelva mi máquina. El recuerdo de la visita de este gran escritor a mi ciudad, sin embargo, no me abandonaba. Entretanto comencé a trabajar en una fábrica de instrumental óptico. Me ganaba bien la vida. Era soltero, tenía dinero, acudía semanalmente al cine, al teatro, a exposiciones y además estudiaba inglés y francés, y visitaba librerías donde compraba los libros que se me antojaban.

Una vida muelle. Pero el recuerdo de la visita del gran escritor no me abandonaba y, lo que es peor, de repente caí en la cuenta de que sólo recordaba la tercera conferencia, y que mis recuerdos se circunscribían a su rostro, como si ese rostro hubiera pretendido decirme algo que finalmente no me dijo. ¿Pero qué? Un día, por motivos que no vienen al caso, acompañé a un amigo médico al depósito de cadáveres de la universidad. No creo que usted haya estado allí. El depósito está en los sótanos y es una larga galería con paredes de baldosas blancas y techo de madera. En medio hay un anfiteatro en donde se realizan autopsias, disecciones y demás mostruosidades científicas. Después hay dos pequeñas oficinas, la del decano de los estudios forenses y la de otro profesor. En los extremos se encuentran las salas refrigeradas en donde se hallan los cadáveres, cuerpos de indigentes o de personas sin papeles a quienes la muerte visitó en hoteles de paso.

En aquella época demostré un interés sin duda morboso por estas instalaciones y mi amigo médico se encargó amablemente de enseñármelas con todo lujo de explicaciones e incluso asistimos a la última autopsia del día. Luego mi amigo se encerró con el decano en su despacho y yo me quedé solo en el pasillo, aguardándolo, mientras los estudiantes se marchaban y una especie de letargo crepuscular se fitraba por debajo de las puertas como gas venenoso. A los diez minutos de estar esperando oí un ruido que me sobresaltó proveniente de los depósitos. Le aseguro que en aquella época eso bastaba para asustar a cualquiera, pero yo nunca he sido excesivamente cobarde y me dirigí hacia allí.

Al abrir la puerta un soplo de aire frío me dio de lleno en el rostro. En el fondo del depósito, junto a una camilla, un hombre intentaba abrir uno de los nichos para depositar en él un cadáver, pero por más que forcejeaba el nicho o la celdilla en cuestión no cedía. Sin moverme de al lado de la puerta le pregunté si necesitaba ayuda. El hombre se irguió, era muy alto, y me miró de una forma que a mí, entonces, me pareció desconsolada. Tal vez esa impresión de desconsuelo en su mirada me animó a acercarme a él. Mientras lo hacía, franqueado por cadáveres, encendí un cigarrillo para templar mis nervios y, al llegar junto a él, lo primero que hice fue ofrecerle otro cigarrillo, tal vez forzando una camaradería que no existía.

El empleado de la morgue sólo entonces me miró y a mí me pareció haber retrocedido en el tiempo. Sus ojos eran exactamente iguales que los ojos del gran escritor a cuyas conferencias en Colonia yo había asistido como un peregrino. Le confieso que incluso por unos segundos pensé que me estaba, en ese preciso momento, volviendo loco. Me sacó del apuro la voz del empleado de la morgue, en nada parecida a la voz entrañable del gran escritor. Dijo: aquí no se permite fumar.

No supe qué contestarle. Añadió: el humo perjudica a los muertos. Me reí. Dio una nota explicativa: el humo perjudica su conservación. HIce un gesto que en nada me comprometía. Él lo intentó por última vez: habló de unos filtros, habló de la humedad, pronunció la palabra pureza. Volví a ofrecerle un cigarrillo y resignadamente anunció que no fumaba. Le pregunté si llevaba mucho tiempo trabajando allí. Con un tono impersonal y una voz levemente chillona, dijo que trabajaba en la universidad desde mucho antes de la guerra del catorce.
-¿Siempre en la morgue? -le pregunté.
-No he conocido otro lugar -me contestó.
-Es curioso, -le dije-, pero su rostro, sobre todo sus ojos, me recuerdan los ojos de un gran escritor alemán. -Aquí dije el nombre del escritor.
-No he oído hablar de él -fue su respuesta.

En otra época esta respuesta me habría soliviantado, pero a Dios gracias yo vivía una nueva vida. Le comenté que trabajar en la morgue sin duda lo llevaría a reflexiones atinadas o por lo menos originales acerca del destino humano. Me miró como si me estuviera burlando de él o hablando en francés. Insistí. Aquel marco, dije extendiendo los brazos y abarcando todo el depósito, era en cierta manera el lugar ideal para pensar en la brevedad de la vida, en lo insondable que resulta el destino de los hombres, en la futilidad de los empeños mundanos.

Con un sobrecogimiento de horror, de golpe me di cuenta de que estaba hablándole como si él fuera el gran escritor alemán y aquélla nuestra charla que jamás se produjo. No tengo mucho tiempo, me dijo. VOlví a mirar sus ojos. No me cupo la menor duda: eran los ojos de mi ídolo. Y su respuesta: no tengo much9o tiempo. ¡Cuántas puertas abría esa respuesta! ¡Cuántos caminos quedaban de pronto despejados, visibles, tras esa respuesta!

No tengo mucho tiempo, he de acarrear cadáveres, de arriba abajo. No tengo mucho tiempo, he de respirar, comer, beber, dormir. No tengo mucho tiempo, he de moverme al compás del engranaje. NO tengo mucho tiempo, estoy viviendo. No tengo mucho tiempo, me estoy muriendo. Como usted comprenderá, ya no hubo más preguntas. Lo ayudé a abrir el nicho. Quise ayudarlo a meter el cadáver pero mi torpeza en tales lides hizo que la sábana que lo cubría se corriera y entonces vi el rostro del cadaver y cerré los ojos y agaché la cabeza y lo dejé trabajar en paz.

Cuando salí mi amigo me observaba en silencio desde la puerta del depósito. ¿Todo bien?, me preguntó. No pude o no supe responderle. Tal vez dije: todo mal. Pero no era eso lo que quería decir.

Antes de que A. se despidiera deél, después de beber una taza de té, el hombre que le alquiló la máquina de escribir le dijo:
-Jesús es la obra maestra. Los ladrones son las obras menores. ¿Por qué están allí? No para realzar la crucifixión, como algunas almas cándidas creen, sino para ocultarla. (...)

De 2666, Roberto Bolaño.

***********



The Who: Behind blue eyes

No one knows what it's like
To be the bad man To be the sad man
Behind blue eyes
And no one knows What it's like to be hated
To be faded to telling only lies

But my dreams they aren't as empty
As my conscious seems to be
I have hours, only lonely
My love is vengeance That's never free

No one knows what it’s like To feel these feelings
Like I do, and I blame you!
No one bites back as hard On their anger
None of my pain and woe can show through

But my dreams they aren't as empty
As my conscious seems to be
I have hours, only lonely
My love is vengeance That's never free

When my fist clenches, crack it open
Before I use it and lose my cool
When I smile tell me some bad news
Before I laugh and act like a fool

If I swallow anything evil
Put your finger down my throat
If I shiver, please give me a blanket
Keep me warm, let me wear your coat

No one knows what its like
To be the bad man, To be the sad man
Behind blue eyes.

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