martes, 27 de noviembre de 2007

Pásalo

Shocking New Fur Investigation


Eighty-five percent of the fur industry’s skins come from animals living captive on fur factory farms. These farms can hold thousands of animals, and the practices used to farm them are remarkably uniform around the globe. As with other intensive-confinement animal farms, the methods used on fur factory farms are designed to maximize profits, always at the expense of the animals. © Swiss Animal Protection/EAST International

For related information, click here:http://www.petatv.com/tvpopup/video.asp?video=fur_farm&Player=wm&speed=_med

lunes, 26 de noviembre de 2007

Delirio Circular

















"Ansiedad", Edvard Munch.


El milagro secreto, Jorge Luis Borges

Y Dios lo hizo morir durante cien años
y luego lo animó y le dijo:
-¿Cuánto tiempo has estado aquí?
-Un día o parte de un día, respondió.


Alcorán, II, 261.

La noche del catorce de marzo de 1939, en un departamento de la Zeltnergasse de Praga, Jaromir Hladík, autor de la inconclusa tragedia Los enemigos, de una Vindicación de la eternidad y de un examen de las indirectas fuentes judías de Jakob Boehme, soñó con un largo ajedrez. No lo disputaban dos individuos sino dos familias ilustres; la partida había sido entablada hace muchos siglos; nadie era capaz de nombrar el olvidado premio, pero se murmuraba que era enorme y quizá infinito; las piezas y el tablero estaban en una torre secreta; Jaromir (en el sueño) era el primogénito de una de las familias hostiles; en los relojes resonaba la hora de la impostergable jugada; el soñador corría por las arenas de un desierto lluvioso y no lograba recordar las figuras ni las leyes del ajedrez. En ese punto, se despertó. Cesaron los estruendos de la lluvia y de los terribles relojes. Un ruido acompasado y unánime, cortado por algunas voces de mando, subía de la Zeltnergasse. Era el amanecer, las blindadas vanguardias del Tercer Reich entraban en Praga.

El diecinueve, las autoridades recibieron una denuncia; el mismo diecinueve, al atardecer, Jaromir Hladík fue arrestado. Lo condujeron a un cuartel aséptico y blanco, en la ribera opuesta del Moldau. No pudo levantar uno solo de los cargos de la Gestapo: su apellido materno era Jaroslavski, su sangre era judía, su estudio sobre Boehme era judaizante, su firma delataba el censo final de una protesta contra el Anschluss. En 1928, había traducido el Sepher Yezirah para la editorial Hermann Barsdorf; el efusivo catálogo de esa casa había exagerado comercialmente el renombre del traductor; ese catálogo fue hojeado por Julius Rothe, uno de los jefes en cuyas manos estaba la suerte de Hladík. No hay hombre que, fuera de su especialidad, no sea crédulo; dos o tres adjetivos en letra gótica bastaron para que Julius Rothe admitiera la preeminencia de Hladík y dispusiera que lo condenaran a muerte, pour encourager les autres. Se fijó el día veintinueve de marzo, a las nueve a.m. Esa demora (cuya importancia apreciará después el lector) se debía al deseo administrativo de obrar impersonal y pausadamente, como los vegetales y los planetas.

El primer sentimiento de Hladík fue de mero terror. Pensó que no lo hubieran arredrado la horca, la decapitación o el degüello, pero que morir fusilado era intolerable. En vano se redijo que el acto puro y general de morir era lo temible, no las circunstancias concretas. No se cansaba de imaginar esas circunstancias: absurdamente procuraba agotar todas las variaciones. Anticipaba infinitamente el proceso, desde el insomne amanecer hasta la misteriosa descarga. Antes del día prefijado por Julius Rothe, murió centenares de muertes, en patios cuyas formas y cuyos ángulos fatigaban la geometría, ametrallado por soldados variables, en número cambiante, que a veces lo ultimaban desde lejos; otras, desde muy cerca. Afrontaba con verdadero temor (quizá con verdadero coraje) esas ejecuciones imaginarias; cada simulacro duraba unos pocos segundos; cerrado el círculo, Jaromir interminablemente volvía a las trémulas vísperas de su muerte. Luego reflexionó que la realidad no suele coincidir con las previsiones; con lógica perversa infirió que prever un detalle circunstancial es impedir que éste suceda. Fiel a esa débil magia, inventaba, para que no sucedieran, rasgos atroces; naturalmente, acabó por temer que esos rasgos fueran proféticos. Miserable en la noche, procuraba afirmarse de algún modo en la sustancia fugitiva del tiempo. Sabía que éste se precipitaba hacia el alba del día veintinueve; razonaba en voz alta: Ahora estoy en la noche del veintidós; mientras dure esta noche (y seis noches más) soy invulnerable, inmortal. Pensaba que las noches de sueño eran piletas hondas y oscuras en las que podía sumergirse. A veces anhelaba con impaciencia la definitiva descarga, que lo redimiría, mal o bien, de su vana tarea de imaginar. El veintiocho, cuando el último ocaso reverberaba en los altos barrotes, lo desvió de esas consideraciones abyectas la imagen de su drama Los enemigos.

Hladík había rebasado los cuarenta años. Fuera de algunas amistades y de muchas costumbres, el problemático ejercicio de la literatura constituía su vida; como todo escritor, medía las virtudes de los otros por lo ejecutado por ellos y pedía que los otros lo midieran por lo que vislumbraba o planeaba. Todos los libros que había dado a la estampa le infundían un complejo arrepentimiento. En sus exámenes de la obra de Boehme, de Abnesra y de Flood, había intervenido esencialmente la mera aplicación; en su traducción del Sepher Yezirah, la negligencia, la fatiga y la conjetura. Juzgaba menos deficiente, tal vez, la Vindicación de la eternidad: el primer volumen historia las diversas eternidades que han ideado los hombres, desde el inmóvil Ser de Parménides hasta el pasado modificable de Hinton; el segundo niega (con Francis Bradley) que todos los hechos del universo integran una serie temporal. Arguye que no es infinita la cifra de las posibles experiencias del hombre y que basta una sola "repetición" para demostrar que el tiempo es una falacia... Desdichadamente, no son menos falaces los argumentos que demuestran esa falacia; Hladík solía recorrerlos con cierta desdeñosa perplejidad. También había redactado una serie de poemas expresionistas; éstos, para confusión del poeta, figuraron en una antología de 1924 y no hubo antología posterior que no los heredara. De todo ese pasado equívoco y lánguido quería redimirse Hladík con el drama en verso Los enemigos. (Hladík preconizaba el verso, porque impide que los espectadores olviden la irrealidad, que es condición del arte.)

Este drama observaba las unidades de tiempo, de lugar y de acción; transcurría en Hradcany, en la biblioteca del barón de Roemerstadt, en una de las últimas tardes del siglo diecinueve. En la primera escena del primer acto, un desconocido visita a Roemerstadt. (Un reloj da las siete, una vehemencia de último sol exalta los cristales, el aire trae una arrebatada y reconocible música húngara.) A esta visita siguen otras; Roemerstadt no conoce las personas que lo importunan, pero tiene la incómoda impresión de haberlos visto ya, tal vez en un sueño. Todos exageradamente lo halagan, pero es notorio -primero para los espectadores del drama, luego para el mismo barón- que son enemigos secretos, conjurados para perderlo. Roemerstadt logra detener o burlar sus complejas intrigas; en el diálogo, aluden a su novia, Julia de Weidenau, y a un tal Jaroslav Kubin, que alguna vez la importunó con su amor. Éste, ahora, se ha enloquecido y cree ser Roemerstadt... Los peligros arrecian; Roemerstadt, al cabo del segundo acto, se ve en la obligación de matar a un conspirador. Empieza el tercer acto, el último. Crecen gradualmente las incoherencias: vuelven actores que parecían descartados ya de la trama; vuelve, por un instante, el hombre matado por Roemerstadt. Alguien hace notar que no ha atardecido: el reloj da las siete, en los altos cristales reverbera el sol occidental, el aire trae la arrebatada música húngara. Aparece el primer interlocutor y repite las palabras que pronunció en la primera escena del primer acto. Roemerstadt le habla sin asombro; el espectador entiende que Roemerstadt es el miserable Jaroslav Kubin. El drama no ha ocurrido: es el delirio circular que interminablemente vive y revive Kubin.

Nunca se había preguntado Hladík si esa tragicomedia de errores era baladí o admirable, rigurosa o casual. En el argumento que he bosquejado intuía la invención más apta para disimular sus defectos y para ejercitar sus felicidades, la posibilidad de rescatar (de manera simbólica) lo fundamental de su vida. Había terminado ya el primer acto y alguna escena del tercero; el carácter métrico de la obra le permitía examinarla continuamente, rectificando los hexámetros, sin el manuscrito a la vista. Pensó que aun le faltaban dos actos y que muy pronto iba a morir. Habló con Dios en la oscuridad. Si de algún modo existo, si no soy una de tus repeticiones y erratas, existo como autor de Los enemigos. Para llevar a término ese drama, que puede justificarme y justificarte, requiero un año más. Otórgame esos días, Tú de Quien son los siglos y el tiempo. Era la última noche, la más atroz, pero diez minutos después el sueño lo anegó como un agua oscura.

Hacia el alba, soñó que se había ocultado en una de las naves de la biblioteca del Clementinum. Un bibliotecario de gafas negras le preguntó: ¿Qué busca? Hladík le replicó: Busco a Dios. El bibliotecario le dijo: Dios está en una de las letras de una de las páginas de uno de los cuatrocientos mil tomos del Clementinum. Mis padres y los padres de mis padres han buscado esa letra; yo me he quedado ciego, buscándola. Se quitó las gafas y Hladík vio los ojos, que estaban muertos. Un lector entró a devolver un atlas. Este atlas es inútil, dijo, y se lo dio a Hladík. Éste lo abrió al azar. Vio un mapa de la India, vertiginoso. Bruscamente seguro, tocó una de las mínimas letras. Una voz ubicua le dijo: El tiempo de tu labor ha sido otorgado. Aquí Hladík se despertó.

Recordó que los sueños de los hombres pertenecen a Dios y que Maimónides ha escrito que son divinas las palabras de un sueño, cuando son distintas y claras y no se puede ver quien las dijo. Se vistió; dos soldados entraron en la celda y le ordenaron que los siguiera.

Del otro lado de la puerta, Hladík había previsto un laberinto de galerías, escaleras y pabellones. La realidad fue menos rica: bajaron a un traspatio por una sola escalera de fierro. Varios soldados -alguno de uniforme desabrochado- revisaban una motocicleta y la discutían. El sargento miró el reloj: eran las ocho y cuarenta y cuatro minutos. Había que esperar que dieran las nueve. Hladík, más insignificante que desdichado, se sentó en un montón de leña. Advirtió que los ojos de los soldados rehuían los suyos. Para aliviar la espera, el sargento le entregó un cigarrillo. Hladík no fumaba; lo aceptó por cortesía o por humildad. Al encenderlo, vio que le temblaban las manos. El día se nubló; los soldados hablaban en voz baja como si él ya estuviera muerto. Vanamente, procuró recordar a la mujer cuyo símbolo era Julia de Weidenau...

El piquete se formó, se cuadró. Hladík, de pie contra la pared del cuartel, esperó la descarga. Alguien temió que la pared quedara maculada de sangre; entonces le ordenaron al reo que avanzara unos pasos. Hladík, absurdamente, recordó las vacilaciones preliminares de los fotógrafos. Una pesada gota de lluvia rozó una de las sienes de Hladík y rodó lentamente por su mejilla; el sargento vociferó la orden final.

El universo físico se detuvo.

Las armas convergían sobre Hladík, pero los hombres que iban a matarlo estaban inmóviles. El brazo del sargento eternizaba un ademán inconcluso. En una baldosa del patio una abeja proyectaba una sombra fija. El viento había cesado, como en un cuadro. Hladík ensayó un grito, una sílaba, la torsión de una mano. Comprendió que estaba paralizado. No le llegaba ni el más tenue rumor del impedido mundo. Pensó estoy en el infierno, estoy muerto. Pensó estoy loco. Pensó el tiempo se ha detenido. Luego reflexionó que en tal caso, también se hubiera detenido su pensamiento. Quiso ponerlo a prueba: repitió (sin mover los labios) la misteriosa cuarta égloga de Virgilio. Imaginó que los ya remotos soldados compartían su angustia: anheló comunicarse con ellos. Le asombró no sentir ninguna fatiga, ni siquiera el vértigo de su larga inmovilidad. Durmió, al cabo de un plazo indeterminado. Al despertar, el mundo seguía inmóvil y sordo. En su mejilla perduraba la gota de agua; en el patio, la sombra de la abeja; el humo del cigarrillo que había tirado no acababa nunca de dispersarse. Otro "día" pasó, antes que Hladík entendiera.

Un año entero había solicitado de Dios para terminar su labor: un año le otorgaba su omnipotencia. Dios operaba para él un milagro secreto: lo mataría el plomo alemán, en la hora determinada, pero en su mente un año transcurría entre la orden y la ejecución de la orden. De la perplejidad pasó al estupor, del estupor a la resignación, de la resignación a la súbita gratitud.

No disponía de otro documento que la memoria; el aprendizaje de cada hexámetro que agregaba le impuso un afortunado rigor que no sospechan quienes aventuran y olvidan párrafos interinos y vagos. No trabajó para la posteridad ni aun para Dios, de cuyas preferencias literarias poco sabía. Minucioso, inmóvil, secreto, urdió en el tiempo su alto laberinto invisible. Rehizo el tercer acto dos veces. Borró algún símbolo demasiado evidente: las repetidas campanadas, la música. Ninguna circunstancia lo importunaba. Omitió, abrevió, amplificó; en algún caso, optó por la versión primitiva. Llegó a querer el patio, el cuartel; uno de los rostros que lo enfrentaban modificó su concepción del carácter de Roemerstadt. Descubrió que las arduas cacofonías que alarmaron tanto a Flaubert son meras supersticiones visuales: debilidades y molestias de la palabra escrita, no de la palabra sonora... Dio término a su drama: no le faltaba ya resolver sino un solo epíteto. Lo encontró; la gota de agua resbaló en su mejilla. Inició un grito enloquecido, movió la cara, la cuádruple descarga lo derribó.

Jaromir Hladík murió el veintinueve de marzo, a las nueve y dos minutos de la mañana.

( http://www.ciudadseva.com/ )

sábado, 24 de noviembre de 2007

Sufro, luego existo

(Pintada en un muro de uno de los puentes que atraviesa la Ronda de Nelle, en A Coruña; fotografiada por esta menda lerenda).

"Oigo incluso cómo ríen
las montañas
arriba y abajo de sus azules laderas
y abajo en el agua
los peces lloran
y toda el agua
son sus lágrimas.
oigo el agua
las noches que consumo bebiendo
y la tristeza se hace tan grande
que la oigo en mi reloj
se vuelve pomos en la cómoda
se vuelve papel sobre el suelo
se vuelve calzador
ticket de lavandería
se vuelve
humo de cigarrillo
escalando un templo de oscuras enredaderas...

poco importa

poco amor
o poca vida
no es tan malo

lo que cuenta
es observar las paredes
yo nací para eso

nací para robar rosas de las avenidas de la muerte."

Poema
Charles Bukowski

domingo, 11 de noviembre de 2007

Famous Bristolians


Famous Bristolians

Here's our guide to famous celebrities who are from Bristol or have lived in the city.

Famous Residents and Former Residents of Bristol
Derren Brown, Tony Robinson,Ewan Blair (Son of Tony Blair PM),Adam Hart Davies, Sophie Anderton (Model), Kate Adie (Broadcaster), Tony Benn (MP),Tony Bullimore (Mariner), Robin Cousins, Keith Floyd, Nick Park, Colin Pillinger, Johnny Ball,Carol Vorderman, Sir Humphry Davy, Blackbeard the Pirate, and PAT ;-).

Actors - see Filmed in Bristol
Cary Grant, Jeremy Irons, Paul McGann,James Redmond,David Nielson (Coronation Street),Stephanie Cole, Anthony Head, Dave prowse (Darth Vader), Hugo Weaving

Artists
Damien Hirst, Martin Parr, Beryl Cook

Comedians
Justin Lee Collins, Lee Evans, Bill Bailey, Matt Lucas and David Walliams (Little Britain), John Cleese,

Musicians
Massive Attack, Tricky, Roni Size, Portishead, Kosheen, Bananarama, Sean Moore (Manic Street Preachers), Elizabeth Frasier (Cocteau Twins), Neneh Cherry, Andy Shepherd (Saxophonist), Alison Goldfrapp,

Literary - see Literary Bristol
Thomas Chatterton, J K Rowling,Helen Dunmore, Robert Southey

Banksy
Famous local grafitti artist at the centre of controversy about whether his work is art or vandalism. See Banksy for where to find Banksy's work in Bristol.


Cary Grant Born Archibald Leach in Horfield, Bristol, Grant's first role in theatre was working at the Bristol Hippodrome. He made over 70 films and became one of the best-loved actors of all time. He remained a regular visitor to Bristol, usually staying in the Royal Hotel, now known as the Bristol Marriott Royal. In 2001, to mark the 70th anniversary of Grant's arrival in Hollywood, Bristol unveiled a new Cary Grant statue in Millennium Square, At Bristol.

John Cabot
Italian-born explorer who sailed from Bristol to Newfoundland on the Matthew in 1497. May have lived in St Nicholas Street. Cabot statues can be seen outside the Arnolfini and the Council House. The Cabot Tower was erected on Brandon Hill in 1897 in commemoration of his voyage.

Sir Humphrey Davy (1778-1829)
Famous for discovering laughing gas and inventing the miners' safety lamp, Sir Humphrey Davy had a laboratory in Dowry Square, Hotwells.

Princess Caraboo
'Princess Caraboo' appeared in Almondsbury, near Bristol in 1817, speaking a strange, foreign language. The quest to identify her became a local sensation. A mystery visitor claimed she had identified herself as Princess Caraboo of Javasu, and had escaped from a ship to whose captain she had been sold by pirates, but she was later exposed as being Mary Willcocks of Devon. Her story was made into a major feature film 'Princess Caraboo'.

John Loudon McAdam (1746-1836)
McAdam came to Bristol in 1801 and lived in Berkeley Square. He revolutionised the process of road construction, inventing tarmacadam, now known as tarmac.

Harvey's Bristol Cream
John Harvey started a wine importing business in Bristol in 19th Century, before creating a new blend of sherry, Harvey's Bristol Cream, available today across the world.

Samuel Plimsoll (1824 - 1898)
Plimsoll was born in Colston Parade, Bristol. He campaigned against overloading ships with cargo, resulting in the introduction of the Plimsoll line on every ship to show its load line.

John Wesley (1703 - 1791)
Founder of the Methodist Church, Wesley worked and preached in Bristol. His statue can be seen outside the New Room in Broadmead, the first Methodist Chapel in the world.

Elizabeth Blackwell
The first female Doctor was born and lived in Bristol.

Hannah More (1745-1833)
Writer and social campaigner was born and raised in Bristol.

Billy Butlin lived in Bristol as a small boy and attended St Mary Redcliffe school. He returned to Bristol as an adult and had his first taste of entertainment for the masses when he opened a hoop-la stall in Lock's Yard, Bedminster.

http://visitbristol.co.uk/

jueves, 8 de noviembre de 2007

La Traviata diferente

Una visión... especial:

Una calle de Bristol

Fotografía de esta menda lerenda.

W. H. Auden
Mientras paseaba una tarde

"Mientras paseaba una tarde caminando Bristol Street abajo, las multitudes que cubrían el pavimento eran campos de trigo listos para la cosecha, y abajo, junto al crecido río, escuché cantar a un enamorado bajo una arcada de la vía férrea: El amor no tiene fin, te amaré, querida, te amaré hasta que China y Africa se unan, y el río salte sobre la montaña y los salmones canten por las calles, te amaré hasta que el océano esté plegado y colgado a secar y las siete estrellas corran graznando como gansos por el cielo, los años correrán como conejos, porque en mis brazos sostengo la flor de las eras y el primer amor del mundo. Pero todos los relojes de la ciudad comenzaron a vibrar y a sonar, ¡Oh! No permitáis que el tiempo os engañe, el tiempo no puede conquistarse, en las madrigueras de la pesadilla dónde desnuda está la justicia, el tiempo vigila desde las sombras y tose cuando queréis besaros, a base de dolores de cabeza vagamente la vida se nos escurre y el tiempo hará su capricho mañana u hoy, en muchos valles verdes se introduce la terrible nieve, el tiempo rompe las hilvanadas danzas y el brillante arco iris del somormujo. ¡Oh! Hundid vuestras manos en agua, hundidlas hasta la muñeca, fijad, fijad la mirada en la palangana y preguntaros qué os habéis perdido, el glaciar golpea en el armario, el desierto suspira en la cama y la grieta de la taza de té abre un camino hasta la tierra de los muertos (…) ¡Oh! Poneos, poneos junto a la ventana mientras abrasan las lágrimas y comienzan a fluir, amaréis a vuestro retorcido vecino con vuestro retorcido corazón, era tarde, tarde anochecida, los amantes habían partido, los relojes habían dejado de sonar, y el profundo río seguía fluyendo".

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Tendiendo Puentes


Clifton Suspension Bridge, Bristol. Fotografía de esta menda lerenda.

Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos

defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias

defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres

defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y de la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa

defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría
.

DEFENSA DE LA ALEGRÍA - Mario Benedetti

martes, 6 de noviembre de 2007

La Existencia

Para E.X. con todo mi cariño.

Vincent van Gogh (Groot-Zundert, Holanda, 1853 - 1890), Terrace de café la nuit, à Arles (1888).

"Si no existiera una conciencia eterna en el hombre, si como fundamento de todas las cosas se encontrase sólo una fuerza salvaje y desenfrenada que retorciéndose en oscuras pasiones generase todo, tanto lo grandioso como lo insignificante, si una abismo sin fondo, imposible de colmar, se ocultase detrás de todo, ¿qué otra cosa podría ser la existencia sino deseperación? Y si así fuera, si no existiera un vínculo sagrado que mantuviera la unión de la humanidad, si las generaciones se sucediesen unas a otras del mismo modo que renueva el bosque sus hojas, si una generación continuase a la otra del mismo modo que de árbol a árbol continúa un pájaro el canto de otro, si las generaciones pasaran por este mundo como las naves pasan por el mar, como el huracán atraviesa el desierto: actos inconscientes y estériles; si un eterno olvido siempre voraz hiciese presa en todo y no existiese un poder capaz de arrancarle el botín, ¡cuán vacía y desconsolada no sería la existencia!".

Soren Kierkegaard (Dinamarca, 1813-1855, Temor y temblor (fragmento)

sábado, 3 de noviembre de 2007

Gatos constipados

Somos dos gatos,
Rosquito y Ros,
estamos malitos,
tenemos tos.
Tose Rosquito
y toso yo.
Y por la noche,
cuando dan las dos,
nos da la tos a los dos,
-a las dos-.
Sale la dueña
con un escobón,
nos echa a la calle
sin preocupación.
Sin leche caliente,
doy diente con diente,
sin lumbre ni manta,
el frío me espanta.
Nos tiembla el bigote,
nieve en el cogote.
-¡No lo entiendo!
-dijo Rosquito apenado-.
Hasta que se nos pase
el resfriado,
tenemos que dormir
en el tejado.
Tirita Rosquito.
Tirita Ros;
de ver a los gatos,
tirito yo.

Gloria Fuertes

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