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viernes, 1 de noviembre de 2013

EPÍLOGO




(...) Siguió un silencio, hasta que Débora, con voz más suave que de costumbre, comenzó a contarle que lo primero que robó en su vida fue un pastel de manzana que había en la nevera de la casa de unos amigos de sus padres en Sa Ràpita, la playa de Campos. La reprimenda de su madre era uno de los pocos recuerdos que tenía de ella, aunque era consciente de que su memoria había fabulado sobre lo ocurrido y había terminado por transformarlo todo. El teatro de la memoria, precisó. Y sonrió con tristeza para luego explicar que precisamente había vuelto a recordar aquel robo y aquella reprimenda la primera vez que fue a Campos y, al  pasar por la escuela municipal, junto a la puerta de la vieja aula de párvulos, se había quedado paralizada al oír voces infantiles cantando en el mismo lugar donde, veinte años antes, ella también había cantado la misma canción. En el gran teatro de la memoria, dijo Débora, las voces infantiles desafinadas sonaban bellas en la brisa.
Se detuvo después de la frase e inició un largo silencio. Después, recuperándose por momentos, reanudó su historia y contó cómo, al entrar en un aula de la vieja escuela, la misma en la que de niña había pasado cinco años de su vida, oyó que la misma maestra de entonces, con el mismo tono de voz de aquellos días, reñía a los niños de la misma forma de entonces y les decía las mismas palabras para evitar que, cuando sonara la campana, se lanzaran en gran estampida hacia el patio.
Débora, en aquel día de su regreso a Campos, con el recuerdo de fondo de sus padres muertos, quedó paralizada ante la vuelta imprevista del pasado, y una hora más tarde, al volver a alcanzar la calle y pasar por delante de su casa natal y oír una una música que había sonado en el verano más lejano de su vida, observó conmovida cómo de pronto regresaba a su memoria la escena de una hora antes, la escena que había detenido el fluir de las cosas y le había hecho ver que el tiempo jamás se había ido de su lado, siempre había estado allí con ella, el tiempo no sabía lo que era el tiempo...
Y fue entonces cuando, al volver a oír a lo lejos las voces desafinadas y, habiéndose acumulado de golpe todas las emociones de la mañana, ya no pudo más y se derrumbó, cayó en un llanto convulsivo, imparable, hondo, el llanto de lo auténtico, el que nos recuerda, le dijo ella, cuál es la verdadera esencia del mundo, todo aquello que sólo registramos en plenitud cuando recuperamos de forma imprevista, de golpe, lo más sagrado y emotivo de nuestra existencia, los primeros años de nuestra vida, lo único que a la larga acaba pareciéndonos verdaderamentre nuestro, e intransferible.



(...) Los viajes discurren siempre por dentro de uno mismo, suele decir Eduardo Lago, un amigo. Se atraviesa el universo, dice, efectuando un recorrido en el que coinciden el punto de partida y el de llegada; cuando se cierra el anillo, uno ha cambiado de manera tan intensa que resulta difícil reconocerse, pero en el anciano Odiseo sigue vivo el adolescente.
Me acuerdo de esto y de la noche que comprendí que, por muy transversal y hasta superficial que fuera el tratamiento que pensara darle a las memorias del difunto Lancastre, éstas debían incluir una incursión en sus años de adolescencia. (...) Y porque, además, era fácil intuir que unas páginas sobre aquellos años a los que alguna vez el propio Lancastre se había referido en términos de hastío escolar olvidado ("el patio quedó abandonado como una eterrnidad cuadrangular") podían ser una nada desdeñable aproximación a los días en que el autobiografiado aún no tenía tantos rostros ni había publicado tantos libros tan distintos entre ellos y quizás era alguien triste y maravillosamente único.
Y recuerdo también que esa noche me acordé de mi "agenda americana" de principios del 63. De adolescente, al igual que Lancastre, yo también había sido víctima del implacable tedio general que envolvía mi ciudad. Ahora bien, hubo un día en que sospecho que no debí de aburrirme tanto, y ese día sólo pudo ser el 24 de mayo, fecha en la que no escribí nada en la agenda y la interrumpí para siempre. (...)

"Aire de Dylan", Enrique Vila-Matas, 2012.





Clínica de Fátima, Sevilla.

martes, 2 de febrero de 2010

Petersburgo

Poco a poco, pasito a pasito, como una hormiga, incluso la de la fábula porque ya pasaron los tiempos de ser cigarra, voy leyendo libros, ¡SIGO LEYENDO! y ahora estoy con uno en concreto sobre el que ya confesé no haberlo leído en otra entrada de este blog, y acerca del cual hoy iba a buscar información en internet, ¡no sé por qué! ya que no suelo hacerlo; quizás algunas veces después de -leído, claro; y cuál no sería mi sorpresa al encontrar un artículo de mi adorado Enrique Vila-Matas (a quien desde aquí mando un afectuoso saludo ;-) )sobre esa obra maestra que esta menda lerenda lee a su manera... Tantas ganas he sentido de traerlo aquí que lo copio y pego sin cuadro, puzzle ni nada; ni falta que hace; y, si me apetece poner algo más, ya editaré.


CRÍTICA: RELECTURAS
La brecha de 'Petersburgo'
ENRIQUE VILA-MATAS 08/08/2009



Andréi Biely escribió una de las obras mayores del siglo XX, cuyo centro es el lenguaje y la necrópolis moderna

Petersburgo, La palabra quedó suspendida en el aire, solitaria, única. Nadie en el plató de televisión podía negar haberla oído. Como de pasada, la había dejado caer Nabokov al nombrar por sorpresa las cuatro obras maestras de la prosa del siglo: "Son, por este orden, Ulysses, de Joyce; La metamorfosis, de Kafka; Petersburgo, de Andréi Biely, y la primera mitad del cuento de hadas de Proust En busca del tiempo perdido".


Mezcla estrambótica de humor oriental y trascendencia, siempre próxima a estallar, como la bomba contra el senador.

¿Petersburgo? ¿Quién era Biely? Corría el verano de 1965, y en aquellos días todavía existía un cierto interés por esta clase de inocentes asuntos. Grove Presse no tardó en reeditar, a los pocos meses, aquella misteriosa y casi olvidada novela rusa de 1906. Pronto se supo que, aunque había sido adscrita inicialmente por los críticos de su tiempo a la corriente simbolista, Petersburgo jamás se había distinguido por ser una obra fácil de clasificar. Y por sus experimentos con el lenguaje y su intento de abarcar la vida cotidiana de una ciudad entera, hasta había llegado a ser considerada como el Ulysses ruso. A mí me parece que es una de las novelas más extrañas y complejas que se han escrito nunca. La he releído estos días y no influye en lo que digo el estado de ánimo con el que abordara este libro el 6 de octubre de 1981 cuando comencé a leerlo por primera vez y aún me sentía bajo los efectos narcóticos de varios ensayos franceses que lo situaban en la cima de la complejidad universal. Asombra ahora, al volver a leer Petersburgo, no sólo esa complejidad -tan admirable, sin duda-, sino la desbordante facilidad técnica con la que Biely superpone en el libro varias capas de interpretación y sobre todo la facilidad -propia de un genio- con la que sabe reunir tanta exuberancia de imaginación y verbo en un espacio urbano a fin de cuentas tan limitado como mortal, pues la gran ciudad de la Perspectiva Nevski se alimenta sólo de un gran ideal o, mejor dicho, de una moda.

-¿De qué moda?

-¿Quiere que la defina con palabras? Es como un ansia general de muerte; me emborracho con ella.

Sin perder el humor, Petersburgo dramatiza en clave de palimpsesto esa ansia general de muerte y poetiza el fin de un lenguaje (que Biely manipula a fondo) y de una cultura que se agota ante nuestros propios ojos. El lenguaje y la necrópolis moderna parecen los centros de la narración. Pero no se sabe cuán realmente importante es el argumento. Porque Biely, al igual que sus maestros Shklovski y Eichenbaulm, era un teórico literario que distinguía entre fábula y trama. Para Biely, la fábula era el argumento, mientras que la trama era el modo narrativo que agrupaba los hechos contados. Y la fábula o pretexto para fraguar Petersburgo es sencilla, pariente lejana de Los demonios de Dostoievski: el frágil y joven pensador Nikolai Apolónovich recibe la orden de atentar con bomba contra su propio padre, el senador zarista Apolón Apolónovich Ableújov, de quien Biely nos dice, con pronunciada ironía, que es de ilustre procedencia, pues "tenía en sus orígenes a Adán".

Seguramente no cuenta demasiado en este libro la fábula y sí, en cambio, la trama, entendida como una forma, como un modo de contar, tal vez un modo tan desaforado como sutil de llevar la contraria a una cierta línea recta ortodoxa, occidental. Releyendo Petersburgo, he recordado unas palabras del diario de Eichenbaulm: "Shklovski está en lo cierto cuando dice que deberíamos escribir de nuevo libros incomprensibles como el zorro que gira bruscamente a un lado mientras que el perro continúa su búsqueda todo recto". De hecho, estas palabras ya resuenan como un eco al comienzo mismo de la novela de Biely: "La Perspectiva Nevski es (debo decirlo) rectilínea, siendo como es una avenida europea". Atamos cabos. Aunque, si lo pensamos bien, ¿acaso no estamos en Oriente? ¿Por qué tendría que ser tan recta la Perspectiva? En la trama, la gélida ciudad de Petersburgo y su gran avenida, así como el sonámbulo deseo de parricidio y el ansia general de muerte, actúan como pretexto para hilar un discurso de novela policiaca, pero también de novela mística (a la que no le faltan los mundos paralelos), de novela política, de novela intertextual, de novela de corte vanguardista, y hasta de novela de costumbres. Es un libro palimpsesto que hoy, habituados como estamos a la plaga de novelas planas que nos invade, puede incluso llegar a sorprender más de lo que pudo hacerlo cuando, con su acento vanguardista, apareció en 1906 en Rusia.

En Petersburgo, que anunciaba una promiscuidad de géneros que más tarde se abriría camino en la narrativa del siglo, se superponen numerosas escrituras, consecuencia de la visión que Biely tenía del arte: una visión como de anamnesis, de invasión de la conciencia artística por un superconsciente, de especie de desposeimiento de uno mismo. Sabiendo esto, quizá no nos resulte tan extraño que Biely sufriera en 1911, en Sils Maria, sobre el peñasco en que Nietzsche había tenido la intuición del eterno retorno, una especie de gran crisis nerviosa. Había experimentado el ascenso incandescente de las "lavas del superconsciente". ¿Se separó de sí mismo? Todo indica que, a través de una fría ecuación intelectual, llegó a experimentar la misma apertura de mente que pueden facilitar ciertas drogas que logran nuestra conexión completa con el cosmos. Por una brecha de su cerebro entró el mundo exterior, entraron los vivos y, sobre todo, una legión de muertos.

El artista, aquel que sabe percibir algo superior a su realidad, se exilia de sí mismo y el magma supranatural penetra impetuosamente en él. Esta sensación de apertura, de fisura o de hueco, la describe Biely con frecuencia. En ella se inspiran varios episodios de Petersburgo: es el tema de la brecha que, al final del capítulo tercero, se forma en el cerebro del senador: "Algo, con un rugido semejante al del viento en la chimenea, succionó rápidamente la conciencia de Apolón Apolónovich a través del boquete azul del parietal: hacia más allá del infinito".

Creo que nunca mi propia risa de lector ha llegado a conmoverme tanto. Mezcla estrambótica de humor oriental y trascendencia, siempre próxima a estallar, como la bomba contra el senador. La grieta, la fisura sobrenatural, la rotura, son imágenes cardinales en la temática de esta nerviosa novela. Como texto policiaco, Petersburgo gira en torno al posible atentado parricida y desgrana lentamente una acción inmóvil, de suspense y horror y, en definitiva, de angustiado eterno retorno. Como novela política, no está del lado de los terroristas, pero tampoco simpatiza con los poderosos; las mismas pesadillas atormentan a unos y otros, y todos son agentes de destrucción, del mismo modo que Apolónovich padre y Apolónovich hijo son la misma cara de la misma moneda, o de cierta promiscuidad fisiológica: el uno imagina a su padre durante la cópula, y el otro sueña en abrir un agujero para espiar a su hijo.

Como novela intertextual (como novela de recapitulación de los temas esenciales de la biblioteca de su patria, porque también todo eso es Petersburgo) es simplemente extraordinaria: Gogol, Pushkin, Dostoievski, Lermontov, Chejov, están discretamente presentes en la trama que resume, en un no menos discreto pero efectivo plano secreto, la historia de la línea más noble de la gran narrativa rusa. Como novela mística, por su parte, ofrece seguramente la cara más interesante y la más alucinante de este palimpsesto. El hombre es un vestigio de otra cosa. Biely alude a las otras realidades y a huellas olvidadas. Y con una prosa rítmica que nos embruja hace avanzar su endiablada trama, es decir, su modo o forma extraña de estructurarlo cósmica y mentalmente todo; su modo de conducirnos con severidad -puntuada por un narrador irónico, cervantino- hacia esa ruina general en la que ya estábamos instalados, sin saberlo, antes de comenzar a leer tan grandísima obra maestra.

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viernes, 27 de marzo de 2009

Embaucadores



"Rocher de la Vierge. Sala Biarritz". Foto de Jacques-Henri Lartigue, 1927.

Esta foto ilustra el libro de un gran embaucador: mi idolatrado Enrique Vila-Matas. Idolatrado porque me embauca. Me puede.

Suicidios ejemplares es el título de este mini libro que por 6,50 euros (precio editor) me compré el otro día en la Fnac (más barato aún al ser socia) de la colección Compactos Anagrama, junto con el otro (libro) del que tengo pendiente buscar la entrada donde hablé mal del libro sin conocerlo pero con prejuicios debidos al autor, del que sí he leído un "best seller" que lleva su nombre, y en donde pienso comentar cómo no pude resistirme a comprarlo y leerlo y descubrir por qué lo juzgaba mal (creo)... El caso es que ambos me embaucaron, pero de diferentes maneras.

La manera de Vila-Matas no voy a describirla tampoco, sino que va a ser el tema de esta entrada.

Enrique Vila-Matas comienza su libro con un cuento-introducción que copio letra a letra, espero que no me denuncien por plagio al estar haciendo al mismo tiempo propaganda, ¿no?, y que lleva por título VIAJAR, PERDER PAÍSES:

Hace unos años comenzaron a aparecer unos graffiti misteriosos en los muros de la ciudad nueva de Fez, en Marruecos. Se descubrió que los trazaba un vagabundo, un campesino emigrado que no se había integrado en la vida urbana y que para orientarse debía marcar itinerarios de su propio mapa secreto, superponiéndolos a la topografía de la ciudad moderna que le era extraña y hostil.
Mi idea, al iniciar este libro contra la vida extraña y hostil, es obrar de forma parecida a la del vagabundo de Fez, es decir, intentar orientarme en el laberinto del suicidio a base de marcar el itinerario de mi propio mapa secreto y literario y esperar a que éste coincida con el que tanto atrajo a mi personaje favorito, aquel romano de quien Savinio en Melancolía hermética nos dice que, a grandes rasgos, viajaba en un principio sumido en la nostalgia, mas tarde fue invadido por una tristeza muy humorística, buscó después la serenidad helénica y finalmente -"Intenten, si pueden, detener a un hombre que viaja con su suicidio en el ojal”, decía Rigaut- se dio digna muerte a sí mismo, y lo hizo de una manera osada, como protesta por tanta estupidez y en la plenitud de una pasión, pues no deseaba diluirse oscuramente con el paso de los años.
“Viajo para conocer mi geografía”, escribió un loco, a principios de siglo, en los muros de un manicomio francés. Y eso me lleva a pensar en Pessoa ("Viajar, perder países") y a parafrasearlo: Viajar, perder suicidios; perderlos todos. Viajar hasta que se agoten en el libro las nobles opciones de muerte que existen. Y entones, cuando todo haya terminado, dejar que el lector proceda de forma opuesta y simétrica a la del vagabundo de Fez y que, con cierta locura cartográfica, actúe como Opicinus, un sacerdote italiano de comienzos del trescientos, cuya obsesión dominante era interpretar el significado de los mapas geográficos, proyectar su propio mundo interior sobre ellos -no hacía más que dibujar la forma de las costas del Mediterráneo a lo largo y a lo ancho, superponiéndole a veces el dibujo del mismo mapa orientado de otra manera, y en estos trazados geográficos dibujaba personajes de su vida y escribía sus opiniones acerca de cualquier tema-, es decir, dejar que el lector proyecte su propio mundo interior sobre el mapa secreto y literario de este itinerario moral que aquí mismo ya nace suicidado.


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Que levante la mano el que no sienta unos deseos irrefrenables de continuar leyendo... Que levante la mano el que no se sienta embaucado.

Tanto me ha embaucado a mí que ni para hacer esta entrada he elegido cuadro o foto para mi mural; simplemente he buscado la foto de la que un detalle forma parte de la portada del libro.

martes, 10 de febrero de 2009

El Encuentro

Bueno, al final escribiré de carrerilla, como siempre (las escasas veces que he escrito en el blog y las muchísimas en que he hecho comentarios).


Leyendo una entrada de la rutilante Candela, en la que hace referencia a otra entrada de la bárbara Barbarita, la chica murciélago, me ha parecido que aún hay un tercer caso, en el que me encuentro. Han coincidido dichas lecturas con la finalización del libro que estaba leyendo, "Historia abreviada de la Literatura Portátil", de Enrique Vila-Matas; acto seguido las he leído a ellas. Voy:

Unos tienen ídolos o, sin llegar a tanto, gente a la que admiran por lo que sea, ya sean actores, cantantes,,, artistas de cualquier tipo, famosos o menos famosos, vamos, a los que desearían conocer y, si se presenta la ocasión, hacen lo posible por acercarse.
(Excluyo, por supuesto, el caso de los "fans porculeros", como dicen mis mencionadas amigas, esos que van detrás de todos sus admirados sistemáticamente más tarde o más temprano, pues no creo que venga a cuento aquí).

Generalmente, y por lo que cuentan, no sólo Candela, los resultados son muy buenos y gratificantes para este tipo de personas, o para este tipo de proceder.



Por otra parte está el grupo de los que son como Barbarita: seres que se conforman con vivir su pasión de un modo, si no secreto, casi; pues no mueven un dedo por conocer a la persona ni tampoco parece que les interese mucho, o piensan que no van a interesar ellos a la persona, y sólo fantasean con la posibilidad pero se limitan a relacionarse con la obra y no con el autor.... ¡Ni falta que les hace! Bueno, leed cómo lo cuenta ella, que es mejor que no a través de mí, ¡sin comparación!


Como decía, se me ha ocurrido que existe un tercer caso, ya que al menos lo que me pasa a mí es distinto a las dos opciones o alternativas extremas expuestas. Debo decir primero que jamás me atreví a -ni me interesó mucho- pedir un autógrafo, en eso me identifico con Barbarita, exceptuando a los baloncestistas de mi paso de la infancia a la adolescencia, a los trece años, cuando el basket se llamaba baloncesto (Brabender, Luyck, Corbalán, ¡Tatchenko!…) contagiada por la euforia casi histérica de mis amigas.




Sí que me hubiera gustado conocer a genios fallecidos, pintores especialmente, también autores clásicos, o personajes históricos. Pero creo que eso es porque es imposible.

Despuès me he topado con algún famoso, pero jamás le hhe dicho nada, ni siquiera les miro, sólo disimuladamente y como si no les hubiera visto, ¡siento pudor! No se trata de una especie de soberbia o prepotencia que algunos tienen por naturaleza y otros por educación ni tampoco de respeto; es simplemente pudor.

Una vez, en el “Cortingléss“, estaba comprando unos libros para el que entonces era mi pareja, y uno de ellos, de bolsillo, el más pequeñito, el más sencillo y el más barato, era “Toxos e froles“, de Manuel Rivas; al ir a pagar a la caja… allí estaba él. La verdad es que no tiene mucho mérito; le he visto un montón de veces, sobre todo allí -y siempre he disimulado, claro; pero eso de tener en la mano un libro suyo y estar los dos juntos esperando por la señorita cajera… Nos miramos de reojo, yo con el tocho de libros y el suyo encima de todos (pues era el más pequeño). En fin, era casi obligado y hasta me pareció un acto de cortesía; quedé muy sorprendida con su actitud tan dulce y cariñosa y con la dedicatoria y el correspondiente dibujito tan mono que hizo, siendo además para un cumpleaños, pero a mi pareja parece que no le gustó mucho, aunque eso es otra historia.

Cuando Chiquito de la Calzada empezaba a ser famoso y yo me partía de la risa con él, a mis padres no les hacía gracia pero se carcajeaban “porque yo les contagiaba la risa”. decían (nunca supe si eso era cierto o una excusa por no reconocer que les hacía gracia). Mis padres pasan mucho tiempo en Málaga y encontraron a Chiquito en el parking del Cortinglé también, jaja, y mi padre ni se lo pensó: se acercó a él mientras mi madre estaba azorada por si le molestaba y le pidió un autógrafo “para su hija“; me trajo por sorpresa a Coruña la foto-postal dedicada que me hizo, además de mucha gracia, mucha ilusión, la verdad; además imaginarme a mi padre hablando con Chiquito es una de esas cosas de la vida que darías algo por haber podido ver…

He saludado muchas veces por la calle al ex alcalde y ahora embajador en la Santa Sede, Paquiño el Terrible; pero siempre como consecuencia de mi tremendo despiste, pensando que era alguien a quien conocía. Eso mismo me pasó con políticos autonómicos cuando estudiaba en Santiago, que luego ya me saludaban ellos a mí, supongo que de la misma forma...

Bueno, ¡a lo que iba!

El caso es que mi admiradísimo Enrique Vila-Matas, que tanto me gusta y al que se refiere precisamente Barbarita con este tema, que, por cierto, fue gracias a él que nos “conocimos“, es alguien con quien me pasa algo especial: él lo sabe, ya que juega con sus lectores y establece un vínculo que todos los que sentimos gusto al leerle sabemos, conocemos y percibimos, además de prestarnos a él. Debo reconocer que me encantaría conocerle. Pero me gustaría conocerle “porque ya le conozco”, no ir a su encuentro.

He tenido ocasión: ha venido algunas veces a Coruña y he estado tentada de ir a sus conferencias pero al final no lo he hecho: no he querido verle ni siquiera desde el público, ¡y no encuentro respuesta a este sentimiento! Se podría describir como una mezcla de emoción y miedo combinados con un pudor exagerado, extremo; parece como si me hubiera atrapado tanto con sus lecturas que si me viera en el público pudiera reconocerme y saber lo que estoy pensando y todo, como si yo fuera “sólo“ él .-o la obra de su obra-, con esos sus ojos tan oscuros y su mirada tan penetrante; con esa su cara de vampiro que esconde a un niño bueno y juguetón, con esa tranquilidad aparente que esconde su timidez que ya no existe pero sigue creyendo que tiene; no, no podría ser. Un amigo se lo encontró paseando por un parque y le abordó, tuvieron una conversación muy interesante y creo recordar que ya le ha visto más veces así, de casualidad. Creo que si yo me lo encontrase por casualidad tampoco le diría nada, y disimularía, como hago con los famosos, aunque mi fantasía sea otra; a no ser que fuera como aquél que estaba a su lado en el semáforo… yo estaría en Barcelona, cerca de la plaza donde vive, esperando a que un semáforo se pusiera en verde para cruzar, y él a mi lado y, al vernos, me diera un “repente” o “siroco”, un resorte completamente incontrolado e inconsciente y reaccionase así sin planificarlo ni durante un segundo, sólo como un mero acto reflejo y por pura confusión, o como un acto condicionado involuntario.

(Y...¿qué pasaría después? ¿nada? Quizás esa es la razón para no conocerle).

O, a lo mejor, como decía Salinas,

"No te busco
porque sé que es imposible
encontrarte así, buscándote
"...

O quizás porque soy una exploradora del abismo. Porque sé perfectamente que no sería por miedo a la decepción; quizás vergüenza o miedo a decepcionar yo, ¡eso sí que podría ser!, pero no al contrario.


En fin, todo este rollo viene a cuento porque me gustaría saber a qué grupo pertenecéis vosotros, o si existen (seguro que sí) otras opciones; ya que esta entrada no tiene sentido más que para remitiros a las de mis admiradas Candela y Barbarita, con las que tanto he disfrutado, y especialmente a que comentéis vuestra opinión al respecto; si queréis podéis juzgarnos y analizarnos, al menos a mí, pero mi idea es saber qué sentís o qué hacéis o qué os gustaría hacer a vosotros, cuántas opciones más existen o a cuáles de las expuestas pertenecéis, o cuáles han sido vuestras experiencias.

Eso de “este blog lo hacen sus comentarios” que tantos ponen en un ladito, aquí está en todo el blog, como bien sabéis, y sin vosotros no tiene sentido; así que os pido que respondáis, será todo un placer leeros.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Funambulistas y lectores empedernidos




El magnífico crítico Ricardo Senabre, a propósito de Vila-Matas en un artículo de Leandro Pérez Miguel sobre Vila-Matas y su novela París no se acaba nunca, para El Cultural de El Mundo:

(...)Para lectores empedernidos

Ricardo Senabre, en “El Cultural”, alude de una manera similar a la fidelidad de Vila-Matas a sus principios: “El lector de Enrique Vila-Matas sabe muy bien que el tema central –y acaso único– de su literatura es, precisamente, la literatura. Cualquiera que sea el envoltorio escogido, las obras del escritor catalán son variaciones sobre el mismo tema. Esto implica que su originalidad no reside, pues, en el tema, sino en las variaciones; no en la posada –digámoslo cervantinamente–, sino en los infinitos caminos, rectos, circulares o zigzagueantes, que puedan conducir a ella”. Eso implica que la suya es “literatura para aficionados a la literatura, para lectores empedernidos, especie en vías de extinción”.
http://www.elmundo.es/elmundolibro/2003/11/10/criticon/1068489231.html



OSCILANDO sobre el CABLE.
VILA-MATAS Y LA ESCRITURA FUNAMBULISTA.


Domingo Sánchez-Mesa Martínez
(Universidad Carlos III)


Las nieblas del futuro que se cierne exigen una mirada que,
en su inevitable miopía, se vuelve menos miope gracias a la humildad y la autoironía

(Claudio Magris)



1. El funambulista Maurice Forest-Meyer atraviesa a modo de clave de lectura o “hilo fantasmal” esta colección de relatos suspendida sobre el vacío, Exploradores del abismo, con la que Enrique Vila-Matas vuelve al cuento tras un amplio y celebrado ciclo novelístico1. Un funambulista es un duelista de la muerte. Y si además tiene la insolencia de colgar un cable entre las torres, ya desaparecidas, del WTC de Nueva York, es un provocador y un temerario. Riesgo y vértigo, técnica y esfuerzo, son tan sólo algunos de los factores que pueden haber movido a Vila-Matas a escoger este personaje como emblema de su último libro. Llama la atención, por otro lado, la coincidencia en el tiempo de la publicación de dos volúmenes importantes de crítica sobre la obra de Vila-Matas (Heredia 2007 y Andrés-Suárez y Casas 2007) que indican el deslizamiento hacia el centro del sistema literario español de una obra hasta hace poco pacientemente instalada en la periferia. Esta ubicación excéntrica no debiera sorprendernos, sin embargo, de creer la tesis de Claudio Magris, para quien todos los grandes autores de la literatura europea del XX han ocupado durante buena parte de su trayectoria una posición periférica en el canon de sus respectivas letras. “Casi siempre el mérito es totalmente independiente del reconocimiento”, decía el mismo Francisco Ayala, sabedor como pocos de esta circunstancia.

Un autor que hace de la literatura, de escritores, lectores, géneros, textos y actividades asociadas el limo fundamental del que se alimenta su escritura2, y que es además excepcionalmente culto — “translector” le llama Mercedes Monmany3 —, tanto en cuanto a su acerbo literario como en sus conocimientos teóricos, es un objeto de estudio muy apetecible, o vampirizable, para el estudioso de la literatura. La nómina de profesores y críticos que firman en los citados volúmenes basta, por sí sola, para comprender la dimensión de la obra de Vila-Matas para el pensamiento literario español contemporáneo. Pero, no nos engañemos, esto no siempre ha sido así… Han hecho falta premios y reconocimientos de primera categoría, tanto nacional como internacional, para que esta atención se consolidase y multiplicase.

2. Orígenes y posición de Vila-Matas en las letras españolas del cambio de siglo. Cultivador acaso de un género diferente dentro de la literatura misma que, un poco al estilo barthesiano, llamaríamos “escritura”, Vila-Matas se nutre en lo esencial de un triple cauce literario:

2.1. La literatura de la negatividad. Son muchos los autores de referencia que se repiten en momentos cruciales de las novelas de Vila-Matas (Kafka, Pessoa, Duchamp, Walser, Gombrowicz, Valéry, Julien Gracq…). Uno de ellos es Claudio Magris, probablemente el intelectual humanista europeo más brillante del momento. Más allá de las citas y el juego intertextual, considero que la presencia de Magris en el pensamiento y la práctica literaria de Vila-Matas es fértil en grado sumo y que la sintonía, con sus diferencias, entre ambos proyectos es muy reveladora. En efecto, el autor de Danubio, Microcosmos o A ciegas ha interpretado el destino de la literatura y la cultura europea contemporáneas también en los intersticios de la novela, el ensayo y el relato de viajes, a partir, sobre todo, de la disolución del gran proyecto de la literatura de la Mitteleuropa en el momento del desmembramiento del Imperio Austrohúngaro. Magris llama a este proceso “la crisis del gran estilo”, que no es, en síntesis, sino la imposibilidad de dar cuenta del mundo de una forma “total”, anunciada ya por Nietzsche, confirmada por Musil en su novela incompleta y fragmentaria, El hombre sin atributos, hasta llegar, entre nosotros, a la misma visión de Francisco Ayala en la escritura híbrida de El jardín de las delicias. No en vano el punto final de Rosario Girondo en la carretera perdida de El mal de Montano fue el encuentro, fantasmal, con Robert Musil, cuyas palabras últimas cifran la importancia de esta conexión centroeuropea en el corazón de la catedral metaliteraria: “Praga es intocable”, dijo, “es un círculo encantado, con Praga nunca han podido, con Praga nunca podrán” (2002: 316). La literatura del no emana de la conciencia de que no existe ya un sentido objetivo de la vida, como creía Pierre Bezuchov. La sinfonía del vacío de sentido tras la efervescencia de la vida burguesa del segundo imperio resonaba en La educación sentimental, una de las novelas preferidas de Kafka. De aquel libro que Flaubert quiso escribir sobre “nada” derivan los grandes héroes de la negación: desde el escribiente Bartleby de Melville, hasta los personajes de Kafka y Walser, que se “arrastran”, dice Magris, “por los rincones oscuros y las fisuras de la vida” (1993: 28), como el Wakefield de Hawthorhe que se aparta huyendo de la prosa del mundo a espacios invisibles, casi paralelos, como en las novelas de ciencia ficción. Son los héroes de la defensa, que tratan de salvar un reducto de su individualidad aislándose y pertrechándose contra el magma imparable de la totalidad social (desde Akaki Akákievich y Goliadkin a Leopold Bloom o a Kien, el hombre-libro de Auto de fe).

Exiliados de la “vida verdadera”, los héroes de la negatividad nos ofrecen un modelo, en negativo, del amor a la vida que es metamorfosis y heterogeneidad, un ejemplo de lucha por el sentido en su perseverante y suicida voluntad de permanecer idénticos a sí mismos - el protagonista de “Niño” afirma: “Vivo fuera de la vida que no existe” (2007: 40). Aquella “poesía del corazón” que anhelaba Goethe se desvanece, y en su lugar nos topamos con “la prosa del mundo”, la red anónima de relaciones sociales en la que el sujeto se convierte en un mero medio (Magris 1993: 22). La mediación social del discurso literario representa la anomia experimentada por el sujeto en estos relatos de la negatividad, novelas que suponen una toma de posición frente a y dentro del conjunto de lenguajes colectivos que son ahí reproducidos, reacentuados y criticados4.

El poeta es el expatriado trascendental, condenado a ese “infinito viajar”, no sólo geográfico y físico, sino interno y espiritual, al que Magris ha dedicado su último libro (2008). En él contrasta el viaje clásico circular, presente hasta Joyce y en el que Ulises regresa a Ítaca encontrando su propia identidad, con el viaje rectilíneo y sin final, cuyo viajero, al modo de Musil, va deshaciéndose de sí mismo, demoliéndose y reconstruyéndose cada vez, abierto a la indeterminación de múltiples posibilidades antes que al principio de realidad. “Viajar, perder países” repite Vila-Matas, evocando a Pessoa. Viaje y escritura significan, para Magris, “desmontar, reajustar, volver a combinar” (Magris 2008, 17). La narrativa más auténtica, continúa Magris, no es la que cuenta sólo a través de la ficción, sino la que recoge trozos de realidad, de sus transformaciones vertiginosas, de un modo parecido a Kapucinksi, el reportero enfrascado en la barahúnda de la batalla, incapaz de una síntesis total. Es la estela abierta por Truman Capote, enfrascado, por cierto, en los peligrosos bucles entre vida y escritura, como el autor empírico de “Porque ella no lo pidió”.

Leído a la luz de los escritos de Claudio Magris, Vila-Matas sería, en suma, uno de los escritores resistentes al nuevo nihilismo postmoderno, a lo que el autor triestino llama “la nueva inocencia” de aquellos “transgresores” que se reivindican como defensores de “lo natural” en sus representaciones artísticas, capaces de suturar la vieja herida del lenguaje, complacidos habitantes de un mundo carente de sentido y de la liberación de tener que buscarlo (1993: 410-437). Hablo de la escritura de Vila-Matas como representante, a fin de cuentas, de la tensión dialógica, de la oscilación propia del siglo XX entre utopía y desencanto. El mundo, la vida, ofrecen su cara más caótica. Anegada y ausente la esfera de los valores y de lo universal no es posible, sin embargo, dejar de aspirar y buscar las formas para establecer o acceder a dichos valores. “El desencanto es un oxímoron, una contradicción que el intelecto no puede resolver y que sólo la poesía es capaz de expresar y custodiar” … “una voz dice que la vida no tiene sentido, pero su timbre profundo es el eco de ese sentido” (Magris 2001: 14).

Como se sabe de sobra, las vanguardias constituirán un capítulo privilegiado de este arte de la negatividad, de esa desconfianza ante lo universal a través del juego combinatorio e intertextual. En efecto, no instalados ya en “la necesidad” de unificar lo real, sino en la “perplejidad” del fluir fragmentario y centrífugo de las cosas, el pastiche y el palimpsesto, el collage múltiple y anónimo, la atomización, los escritores vanguardistas aspiran a superar aquella fractura (Magris 1993: 34). La filiación de Vila-Matas respecto a dichos escritores, así como la tradición centroeuropea de la negatividad, se producirá sin embargo en un contexto diferente, que hace aún más extraña su toma de posición pues, a diferencia de la sociedad de los shandy, Vila-Matas vive un estado mucho más avanzado de decadencia de lo literario, de espectacularización de lo simbólico y banalización de los valores espirituales que siempre estuvieron en el horizonte utópico de la gran literatura contemporánea, por fragmentaria y desencantada que fuera la lucha por los mismos.

2.2. Modernismo literario y vanguardia. En Historia abreviada de la literatura portátil, Vila-Matas confirma su posición en relación a la historia de la literatura, que es tanto como afirmar una posición en el mundo. La conspiración shandy no era un simple experimento metaliterario, inocuo desde el punto de vista institucional. La libertad inoculada por el juego intertextual y el bucle entre lo sucedido y lo inventado, lo histórico acontecido y lo imaginado o propiamente ficción, se apartaban de las constantes de la nueva narrativa española que, por esos mismos años, era saludada jubilosamente por la crítica española más influyente. Frente a las limitaciones del pacto ficcional en el realismo literario, Vila-Matas se instala en el seno de la vanguardia histórica, como creador casi de post-novelas o de una novela póstuma, en opinión de Domingo Ródenas (2007). Esta ubicación vendría confirmada más tarde por Rosario Girondo, narrador de la pseudoautobiografía literaria que nos ofrece El mal de Montano (2002), fruto de la implosión de la novela en un mecanismo discursivo híbrido, mezcla de novela, ensayo, autobiografía, conferencia y diarios. Tanteada en Bartleby y compañía, esta monstruosa invención – no es fácil encontrar un precedente estructural para El mal de Montano en la narrativa española – se encadena, como un eslabón más, a una literatura ya practicada por Dante en La Divina Comedia, o por Rousseau en sus Confesiones, llamada autoficción por Doubrosvky, y donde también se sitúan, a su manera, Claudio Magris, John Sebald, Paul Auster, Sergio Pitol o Javier Marías. Emparentando sus orígenes con James Joyce, Vila-Matas identifica su Ulises como padre de ese “tapiz que se dispara en muchas direcciones” en que consiste esta escritura de la fragmentación y juego interdiscursivo. Vila-Matas se convierte así, como dice Juan Villoro, en “el gran hermeneuta de los libros de bolsillo” (2007: 364).

Este modernismo o vanguardismo en Vila-Matas se manifestaría, entre otros rasgos, por la tendencia no sólo a lo ensayístico (la enfermedad de lo literario como defensa de la identidad frente a las hordas convocantes de la nada, hundiría sus raíces en Montaigne y sus diarios) sino a lo poético, inclinación manifestada ya por los mejores narradores españoles del 27, Benjamín Jarnés y Francisco Ayala entre ellos. Así lo señala, además de Domingo Ródenas, José Mª Pozuelo al destacar la importancia de la sección IV de El mal de Montano, “Diario de un hombre engañado”, donde la voz narrativa asume una menor distancia respecto a su propia palabra (Pozuelo 2007a: 46). Este peso de lo lírico será confirmado por el propio autor al establecer su particular código de condiciones para la novela del siglo XXI, “la novela del siglo XXI será novela de alta poesía o no será”5. Seguramente no sea tampoco un casualidad que el autor citado en el cierre de dicha sección sea Claudio Magris, quien sabe muy bien, dice el narrador, que no hay nada más subversivo que la literatura “que se ocupa de devolvernos a la verdadera vida al exponer lo que la vida real y la Historia sofocan” (2002: 302). A estas alturas debería estar claro que Vila-Matas parece más un representante tardío de la vanguardia histórica que de la neovanguardia de los 60-70 o de la llamada narrativa posmoderna.

2.3. La tradición de la literatura del humor carnavalesco. En su poética histórica de la novela, Mijaíl Bajtín trazó la genealogía de una forma narrativa destinada a marcar un hito en la literatura moderna, la novela polifónica de Dostoievsky. El autor de Memorias del subsuelo o de El doble acertó a representar la incipiente desmembración de la conciencia contemporánea a partir de un rico entramado de técnicas de enunciación discursiva que le permitía simular la independencia de las voces de sus personajes, a veces de las distintas voces dentro de un solo personaje, y ello a partir del marco trazado por una voz narradora no autoritaria que, como un funambulista, lanzaba cables entre las palabras y las conciencias de sus personajes, armado de un fino oído para la heteroglosia social y de una ironía tan crítica como llena de piedad ante la demolición de la subjetividad, tanto propia como del prójimo.

Una de las contribuciones de aquella genealogía consistió en vincular la evolución de esta forma literaria a la cosmovisión, las imágenes y las prácticas culturales propias del tiempo del carnaval. Cuando revisamos las características de los géneros clásicos de lo serio-cómico (spudogeleo), de la percepción carnavalesca del mundo, cuya memoria de género fertiliza el limo del que emergerá la novela polifónica, percibimos el aire de familia con la escritura de Vila-Matas y su red literaria: la liberación de la distancia épica y del pasado mítico para instalarse en la actualidad, el apoyo consciente en la experiencia y en la libre invención, y la heterogeneidad de estilos y voces (Bajtín 1986).

La sátira menipea, junto con el diálogo socrático, de cuya desintegración proviene, es, según entiende Bajtín, el fundamento genérico de la tradición de la literatura carnavalesca y, posteriormente, carnavalizada. Con sus precedentes en la antigüedad (Heráclito, Menipo de Gádara, Varrón, Séneca, Petronio, Boecio) y su pervivencia en la literatura medieval y del humanismo, (Chaucer, Boccaccio, Erasmo, Moro, Vives, J. Lipsius), pasando por su cumbre y rápido descenso en el XVII y XVIII (Quevedo, Cyrano, Swift, Rousseau, Voltaire) esta tradición enlaza con el modernismo literario (Kafka, Joyce, Ayala, Canetti) hasta imprimir sus huellas en cierta literatura distópica del XX (Butler, Huxley), fertilizando firmas singulares de la literatura del fin del XX (Rushdie, Juan Goytisolo, Carlos Fuentes, Saramago).

Sin tiempo ahora para una ilustración cabal de los rasgos de la sátira menipea en la narrativa de Enrique Vila-Matas - que abordaremos en otra ocasión -, bastará, de momento, su enumeración para dejar al lector que vaya sacando sus propias conclusiones (Bajtín 1986: 160-167): 1) preeminencia de la risa, en el sentido también de “filosofía de la vida”, no de reflejo mecánico ante el chiste, sino como manifestación y actitud humorística ante “la pesadez” del mundo; 2) excepcional libertad de la invención temática y filosófica; 3) creación de situaciones excepcionales para provocar y poner a prueba la palabra del sabio buscador de la verdad, un sabio ridículo o Sócrates grotesco; 4) un naturalismo bajo, a veces extremadamente grosero (el rasgo menos visible en Vila-Matas); 5) predilección por las últimas y trascendentales cuestiones filosóficas; 6) la coexistencia de los tres planos del universo (diálogo con los muertos); 7) fantasía experimental, observación desde puntos de vistas insospechados (umbrales y rincones, entresuelos y perspectivas aéreas); 8) la experimentación psicológico-moral (con locos, perturbados, maníacos, suicidas), con importancia de los sueños, una visión del hombre como ser “inconcluso” y “no coincidente consigo mismo” que conecta y deriva en un dialogismo; 9) escenas de escándalos, conductas excéntricas…; 10) predominio del oxímoron y de fuertes contrastes: el sabio esclavo, el rey bufón, la muerte preñada (con cambios, bruscas transiciones, subidas y caídas); 11) elementos de “utopía” social, a través de sueños o viajes a países desconocidos; 12) amplio uso de géneros intercalados (cuentos, cartas, discursos, simposios…) que son representados con distinta distancia por parte del autor (mayor o menor objetivación o parodia); 13) pluralidad de tonos y estilos en conexión con lo anterior, intenso dialogismo y, por último, 14) orientación a la realidad, a la experiencia más cercana.

3. Exploradores del abismo: escritura cubista del “fuera de aquí”. Vila-Matas, como Forest-Meyer o Philippe Petit, quiere hacernos sentir la vibración del cable mientras atravesamos el abismo de la mano de sus cuentos, del mismo modo que Paul Valéry nos enseñó a percibir la oscilación del sentido en el uso del material verbal de la palabra, como un tablón tendido sobre una zanja, o la grieta de una montaña6.

3.1. ¿Qué es el abismo en la escritura de Vila-Matas? En primer lugar designa la desaparición, la disolución de la subjetividad, la demolición del yo, ya sea puramente literaria (como al final de Doctor Pasavento o en Suicidios ejemplares), ya psíquica, en la locura (de la que Vila-Matas ha declarado que le interesa la libertad verbal y no tanto la realidad del sujeto enfermo), ya biológica, con la muerte misma. De algún modo, como señalara Domingo Ródenas, Vila-Matas ha estado escribiendo de un mismo tema, “el de la desaparición, la disolución, la extinción y, a fin de cuentas, el de la muerte” (2007: 153). El abismo, además de ser un inconmensurable vacío de caída vertical, es un espacio, un territorio, una antesala o umbral (2005: 388; 2007: 40-41) “no nihilista”, que conecta con el cronotopo privilegiado de la literatura carnavalesca. El abismo, que incluso es un color en el cuento “Niño” (2007a:44), no sólo es el final del camino sino, como afirma el propio autor, es el camino mismo o, dicho de otra forma, “no hay camino sin abismo”. Desde su faceta más política, el vacío es el corazón mismo del poder, como muestra el certero homenaje a Francisco Ayala y su cuento “El hechizado” en “Vacío de poder”. El abismo en cuanto vacío puede cumplir también la función de imagen de una poética: “escribir es llenar un vacío”, “vaciar” el cubo del corazón, como decía Álvaro de Campos (2007a: 16). El abismo, por fin, tiene que ver con lo invisible, con lo indecible, es lo que no se entiende, “lo más estimulante” según Vila-Matas, quien parte de dicho principio en otro de sus artículos más iluminadores, titulado a partir de la manipulación de una cita de Kafka “Aunque no entendamos nada”. En este artículo equipara el abismo al misterio, a la “línea de sombra” que separa el territorio desconocido en el que no hay respuestas para las preguntas” (2007b:12). El abismo se convierte así en la imagen de una teoría poética donde el sentido surge de la búsqueda en la penumbra, de la intuición en tanto acción de vislumbrar lo que haya más allá de lo visible. “Nunca se sabe nada, nunca”, decía el narrador ayaliano de “Erika ante el invierno”, como antes reconocía el narrador de Dostoievski en El doble, como antes el de Gógol en “El capote”… “Nunca se sabe lo que pasa por la cabeza de un hombre”…

El viaje, como metáfora casi mítica de la búsqueda del sentido de la existencia, como movimiento en el que ensayar la construcción de la propia identidad, acaba asumiendo la función de principio medular, aunque sea temático, de una estructura narrativa deslizante, abierta e infinita como dice Pozuelo, capaz de conjurar el vacío en cuyos límites se levanta (2007b: 404). El Vila-Matas que se cuela y se inventa en Exploradores del abismo preconiza, como el Ulises magrisiano, moderación y cautela en los viajes físicos, exceso y riesgo en los viajes inmóviles (en la propia casa que es donde se juega la auténtica aventura).

3.2. De la escritura cubista a los límites performativos de lo literario. Si observamos ahora algunos de los rasgos comentados más arriba constatamos que el concepto de “portabilidad” no habría dejado de funcionar, en lo esencial, hasta Exloradores del abismo. Y ello a pesar del recorrido y densidad de El mal de Montano o Doctor Pasavento, novelas que precisaban un ritmo más lento y unas derivaciones más rizomáticas, una amplitud mayor en el arte de la digresión. Portabilidad en tanto levedad y rapidez, cualidades que Calvino anunciaba para la literatura del próximo milenio y que, unidas al principio borgiano de la multiplicidad, ha sabido articular Vila-Matas con agilidad y ritmo magistrales.

Como escritor cervantino que es, el cuento-prólogo “Café kubista” adquiere una notable importancia para comprender el proyecto de Exploradores del abismo. Mezclando, una vez más, información aparentemente real con hechos imaginados, incluyendo la manipulación de las citas de esos autores y de sus obras anteriores7, Vila-Matas parece hablarnos de una especie de “renacimiento” o “metamorfosis”, cuya primera consecuencia es un desdoblamiento (otro más). No olvidemos que, en El mal de Montano, citando a Alan Pauls, el narrador ya valoraba la escritura de diarios en el XX no como reflejo de la realidad sino como registro de una mutación (2002:114).

Que Praga sea la elegida para ubicar el cierre simbólico de este libro-políptico no es casual. También El mal de Montano acababa con una visión de Walser evocando a Praga como ciudad-literatura y relevo, por tanto, del París de la primera parte de la novela. “Café kubista”, por otro lado, es un cuento-poética: “todo libro nace de una insatisfacción”, de un vacío… y escribirlo es llenar ese vacío, un vacío que es un abismo, cuyo contenido, o podríamos decir “sentidos”, son los que se vacían en el libro una vez terminado. O dicho de otro modo, uno escribe de lo que no sabe, de lo que no comprende. Lo que se escribe no reproduce la realidad sino algo más, ese “fuera de aquí” que el narrador-escritor dice tomar del mismo Kafka. Esta máxima condensa el proyecto del libro y responde al deseo de “mantenerse vivos” y dar cuenta de distintas formas de creatividad generadas por la angustia. El cubismo de estos cuentos nace, además de la afinidad con Apollinaire, Max Jacob, André Salmon, Pierre Reverdy, Jean Cocteau o Blaise Cendrars (al que se alude), del ocasional gusto compartido con el cubismo por “ampliar las dimensiones de ciertos espacios y por huir del punto de vista fijo clásico, y permitir que tarde o temprano los cruce la sombra de algún otro explorador del abismo” (2007a: 12).

La metamorfosis del narrador-escritor, tras su “colapso físico”, le convirtió en “otro”, aligerando no sólo su cuerpo sino sus razonamientos. Esa levedad tiene un componente de libertad (Calvino dixit), que le permitirá traspasar límites y umbrales antes no cruzados. Y parte de esa mutación, de esa “disidencia de sí mismo” será la misma vuelta al cuento (14 años desde Hijos sin hijos) afrontado ya no como un territorio amable o juvenil. Como era de esperar, el propio título del libro proviene de cierto equívoco: aunque el narrador creía que la “condición de exploradores del vacío había sido definida por Kafka” en conversación con un amigo, en realidad la frase la había pronunciado él mismo en un artículo — “Explorador que avanza” (Vila-Matas 2008) — pero, eso sí, a partir del recuerdo de una frase realmente pronunciada por Kafka. El narrador aclara que sus exploradores, más que precipitarse se detienen a escudriñar el abismo en sus umbrales, a estudiarlo antes de despeñarse (2007a: 16). Esta encrucijada simbólica, el “umbral” propio de la novela de la crisis, supone según Bajtín ese punto de vista extraño y al mismo tiempo de profunda perspectiva, propio de la menipea. Son exploradores, eso sí, que “tienen un sentido festivo de la existencia”, como el propio narrador, que vacía el cubo de su corazón en “un clima alegre”, “risueño, discreto y geométrico” (16), dispuesto a gestionar con “ironía templada” y “tímida felicidad” el legado literario de su “antiguo inquilino” (17), el autor de la catedral metaliteraria.

Considerando ahora el venero de la literatura del humor, la risa carnavalesca, devenida ya en sonrisa irónica, desencantada pero aún utópica, sobrevuela con agilidad y elegancia estos cuentos. La ironía, ese “potente artefacto para desactivar la realidad” (2004: 35) siempre es en Vila-Matas “autoironía” (“La gota gorda”, “Niño”, “Así son los autistas”). Decía Borges, por boca de Bioy en el inicio de “Tlön. Uqbar, Orbis Tertius” que “los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres”. La escritura es el tercer jinete que provoca esta duplicación. El doble se manifiesta también en la nada patética relación padre-hijo del relato “Niño”, metamorfosis negativa proyectada del padre al hijo (como ya sucediera en el arranque de El mal de Montano). Es éste un conflicto habitual en Vila-Matas (Hijos sin hijos, El viaje vertical) en torno al cual se despliegan algunos de los rasgos de la sátira menipea, en particular la figura del sabio-bufón ridículo (negativo), el tratamiento de cuestiones trascendentes, con visión de los hijos nonatos muertos incluida (bajo el efecto alucinógeno de la ayahuasca) y el umbral de la crisis, la antesala del abismo que Niño no se atreve a cruzar y que su padre narrador cruzará por él, matándole literariamente, mientras le contempla desde la insólita perspectiva de “lo más alto de la Nariz de dios” (2007a: 64).

Junto al familiar clima petesburgués de “Fuera de aquí”, delirante viaje vertical de un funcionario por dos veces viudo, que afronta, sumido en un infinito cansancio, la compleja crianza de sus seis hijos, un ambiente más claramente carnavalesco nos ofrece “Amé a Bo”, incursión paródica en el género de la ciencia ficción, de esos universos paralelos recorridos por los solitarios que pueblan estos relatos. Último superviviente de un viaje interestelar, condenado a ser infinito y rectilíneo, sin límites, el narrador-protagonista (originario, ¡cómo no!, de Faial) enuncia una teoría universal del humor : “sólo el humor es lo que hay más allá de los límites de los límites de los límites ilimitados” (2007: 171). Esta teoría se amplifica, carnavalescamente, en el planeta-utopía a que arriba su nave, “Kajada”, un planeta completamente nevado, habitado por los karibeños, que se la pasan riendo continuamente. No es casual que Vila-Matas regrese al maestro del humor carnavalesco, Sterne, al recordar en aquella “capital universal del humor” que: “La seriedad es un misterioso continente del cuerpo que sirve para ocultar los defectos de la mente” (178). Los nativos, libremente risueños pero abocados a la simplicidad de la pura narración (extinguida en el hogar-Marte, donde “todo se había vuelto no narrativo”) consideran al protagonista como un “infalible”, es decir, un nihilista… La ironía sigue doblándose sobre sí misma, y se va y vuelve, y viene y se va.

Y, por fin, el cuento más arriesgado y culminación de la escritura cubista y abismal de este libro, “Porque ella no lo pidió”. Relato funambulista pero también reticular, experiencia del “fuera de aquí” donde Vila-Matas se ha visto abocado a cruzar los límites de lo literario hacia la vida, y de retorcer a ésta para regresar a la literatura, convencido, finalmente, de que más allá de la literatura “no hay vida, sino un riesgo de muerte” (2007a: 275). Este cuento es la quintaesencia, en estos momentos, de la escritura vilamatiana, el “rien ne va plus” de su funambulismo. Y es un cuento-máquina, un artefacto generador y reciclador de realidad, que se va plegando y bifurcando para cerrarse finalmente de forma brillante.

El lector comienza leyendo una historia, “El viaje de Rita Malú”, donde la artista protagonista, obsesionada doble de Sophie Calle, decide salir del spleen de su condición de máquina soltera (femenina por una vez) convirtiéndose en detective (al estilo de Auster en Ciudad de cristal) para encontrar al escritor Jean Turner, desaparecido en la isla de Pico, en las Azores. Relato de final enigmático que se abre, en su segunda parte, a la sorpresa de ser el cuento escrito por el auténtico protagonista-narrador para responder al reto, real, planteado por la artista y performer (“novelista de pared”) Sophie Calle. La propuesta de llevar un cuento a la vida queda paralizada por distintas circunstancias (la enfermedad de la madre de Calle, sus compromisos con la bienal de Venecia en 2006), doblando el calendario o temporalización del relato la biografía del autor empírico, hasta que el cuento da otra vuelta de tuerca más, un nuevo pliegue, para plantear todo lo precedente como fruto de la escritura imaginativa del narrador, ausente de la vida y deseante de provocarla, en su cuaderno rojo (de nuevo Auster), con la ficción como motor de los hechos. Es precisamente “porque ella no lo pidió”, que el narrador logra, por mediación de su amigo escritor Ray Loriga, provocar la “auténtica” propuesta de Sophie Calle de escribir un “relato-vida” que, por mor del orden del discurso, nuestro protagonista ya ha escrito y lleva en su bolsillo a la segunda cita en el café de Flore de París. Como ya hiciera con sus recuerdos inventados (aquel divertimento tramado con Antonio Tabucchi sobre sus respectivos pasados), Vila-Matas hace pasar por “real” el reflejo en espejo o “mise en abyme” para poder evitar su paralización como escritor, y abrir el final de su yo en el futuro, el fantasma de Pico (Islas Azores). Lo más divertido y estimulante de este mecanismo de relojería narrativa es que Vila-Matas, salvándose de quedar bartleby, sabe desatar la historia, dejando el relato como un desafío de duelista que, estoy convencido, tendrá futuros capítulos.

4. Al final del cable. Con su tímido amor a la vida, como Claudio Magris, Enrique Vila-Matas ha demostrado que ningún escritor que se tome en serio su trabajo puede renunciar a la máxima ambición de originalidad en la escritura literaria8. En esa pertinaz apuesta por la gloria solitaria el proyecto narrativo de Vila-Matas puede entenderse mejor, como sugiere Juan Villoro (2007: 362), a partir del modelo cervantino de la escritura desatada. Esta búsqueda de “estructuras de libertad” en y desde la literatura, incardinada en la red que, de forma simplificada, hemos bosquejado a partir del encuentro de la tradición de la literatura del humor carnavalesca, la narrativa de la negatividad y la escritura vanguardista, desemboca hoy en esta escritura funámbula que culmina en Exploradores del abismo. Dueño de una prosa emparentada con la de Kafka, “de enrarecida contención, que quema como lo hace el hielo” (Villoro 2007: 366), Vila-Matas ha logrado una obra imprescindible, de una trascendencia no solemne (Masoliver Ródenas 2007: 371), refractaria a toda forma de énfasis, que nos divierte de forma “infinitamente seria” y provoca intelectualmente, que exorciza nuestros demonios, la conciencia de nuestros límites, con un dispositivo narrativo verbal de gran potencia inmersiva para el lector, exigente pero generoso en su ejercicio de la inteligencia y también de la poesía, en el sentido amplio contemporáneo de lo poético.

5. Bibliografía

Andrés-Suárez, Irene y Casas, Ana (eds.), 2007, Enrique Vila-Matas, Cuadernos de Narrativa, Neuchatel, Universidad de Neuchatel / Arco Libros, 2ª edición.

Bajtín, Mijaíl M., 1986, Problemas de la poética de Dostoyevski. T. Bubnova (trad.), México, FCE.

Heredia, Margarita, 2007, Vila-Matas portátil. Un escritor ante la crítica, Barcelona, Candaya.

Magris, Claudio, 1993, El anillo de Clarisse. Tradición y nihilismo en la literatura moderna. P. Esterlich (trad.), Barcelona, Península.

Magris, Claudio, 2001, Utopía y desencanto. Historias, esperanzas e ilusiones de la modernidad. J.A. González (trad.), Barcelona, Anagrama.

Magris, Claudio, 2008, El infinito viajar. Mª Pilar García (trad.), Barcelona, Anagrama.

Masoliver Ródenas, Juan Antonio, 2007, “Vila-Matas y el viaje al fin de la noche”. En M. Heredia (ed.), 2007, págs. 371-374.

Pozuelo Yvancos, José Mª, 2007a, “Vila-Matas en su red literaria”. En I. Andrés-Suárez (ed.), 2007, págs. 33-47.

Pozuelo Yvancos, José Mª, 2007b, “Creación y ensayo sobre la creación en la obra de Enrique Vila-Matas”. En M. Heredia (ed.), 2007, págs. 388-404.

Vila-Matas, Enrique, 1985, Historia abreviada de la literatura portátil. Barcelona, Anagrama.

Vila-Matas, Enrique, 2002, El mal de Montano, Barcelona, Anagrama.

Vila-Matas, Enrique, 2004, París no se acaba nunca, Barcelona, Anagrama.

Vila-Matas, Enrique, 2005, Doctor Pasavento, Barcelona, Anagrama.

Vila-Matas, Enrique, 2007a, Exploradores del abismo. Barcelona, Anagrama.
Vila-Matas, Enrique, 2007b, “Aunque no entendamos nada”. En Andrés-Suárez, I. y Casas, A. (eds.), 2007, págs. 11-27.

Vila-Matas, Enrique, 2008, El viento ligero en Parma, 2ª ed., México D.F., Sexto Piso.

Villoro, Juan, 2007, “La escritura desatada. Vila-Matas rumbo a Doctor Pasavento”. En Heredia, M. (ed.), págs. 361-366.


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1 En una entrevista concedida al blog de K. Heredia, “Vila-Matas, el impostor” (28-11-2007) el autor aclara la cercanía de este personaje con Philippe Petit, el equilibrista que cruzó un cable tendido entre las Torres Gemelas, el 7-8-1974. http://kevinheredia.mundua.com/2007/10/
2 “Pliegue de una fuga en espiral que se alimenta a sí misma de literatura”, dice José Mª Pozuelo a propósito del diario en que deviene Bartleby y compañía (Pozuelo 2007a, 34).
3 M. Monmany “Y Kafka se fue a nadar”, en M. Heredia (ed.), 2007, págs. 105-108.
4 Pierre Zima realizó este tipo de lectura sociocrítica de la ambivalencia y la indiferencia novelesca en Proust, Kafka, Musil, Camus, Moravia o Robbe-Grillet, en libros como L´Ambivalence romanesque, 1980, Paris, Le Sycomore, o Manuel de Sociocritique, 1985, Paris, Picard.
5 Hablo de su texto (inédito en este momento) “Perder teorías”, leído en el curso “La literatura portátil. Introducción a la obra de Enrique Vila-Matas”, celebrado en la Universidad Carlos III (10-11 abril de 2008).
6 Paul Valéry, 1998, Teoría poética y estética. Trad. de Carmen Santos. Madrid, Visor, La balsa de la Medusa, pág. 75.
7 Vid. capítulo VI de Historia abreviada, “Nuevas impresiones de Praga” en E. Vila-Matas (1985).
8 Y es que, como afirmaba Ricardo Senabre en sus críticas del escritor catalán, Vila-Matas es un caso de una irreductible individualidad y de una originalidad muy singular en la literatura española de las últimas cuatro décadas. Reseñas en “El Cultural” (Diario El Mundo) de El mal de Montano (19-12-2002) y Exploradores del abismo (6-8-2007).
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Como el texto ha quedado un poco escaso, añado la crítica de Ricardo Senabre para Exploradores del Abismo, porque me da la gana y porque es el libro más reciente que he empezado a leer y con él estoy:

Exploradores del abismo
Enrique Vila-Matas
Anagrama. Barcelona, 2007. 287 páginas, 17’10 euros




Enrique Vila-Matas. Foto: Antonio Moreno





Quien se acerque a esta nueva obra de Enrique Vila-Matas tras haber advertido que la nota de contracubierta la califica de “serie de relatos”, deberá reconsiderar con cautela esta clasificación, o bien entender el vocablo 'relato' con el significado más lato posible, porque no es algo equiparable a una colección de cuentos habitual. Así, el relato inicial –sin duda un texto narrativo en sentido estricto– es, en realidad, un prólogo cuyo narrador –que se refiere al volumen como “libro de cuentos”– es fácilmente identificable con el autor; el segundo, titulado “Otro cuento jasídico”, es un fragmento de Kafka con una levísima modificación; “Vacío de poder” narra esquemáticamente la historia contenida en un conocido cuento de Francisco Ayala; “Exterior de luz” está constituido en buena parte por una serie de glosas en torno a las Prosas apátridas del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro (nombrado erróneamente como “Juan Ramón”); “La gloria solitaria” comenta aspectos de una obra de Don DeLillo dedicada a la soledad de los artistas. Incluso el epílogo consiste en tres líneas tomadas de un texto de Peter Handke. Como no podía ser de otro modo en el caso de Vila-Matas, y por mucho que el autor insista en haber procurado dar un giro radical a su obra con estos escritos, cada página está impregnada de literatura, y las vidas que en ella se muestran pertenecen sólo en parte al mundo de la ficción: el autor que confiesa haber sufrido un “colapso físico” (pág. 13) del que surge esta vuelta al relato breve, coincide con el narrador de “Iluminado”, que asegura haber pasado por la experiencia de una intervención quirúrgica “después de sufrir un importante colapso físico” (pág. 202), con el Andréi Petróvich Petrescov de “Fuera de aquí”, que ha sufrido “una importante operación hace seis meses” (pág. 123), o con el personaje que cuenta la historia de “Porque ella no lo pidió” y que también evoca su “colapso físico” (pag. 257) a la vez que urde una crónica –que luego resulta ser inventada– acerca de un proyecto en común con la artista Sophie Calle, ser real convertido en ente de ficción, proyecto que consiste precisamente en que el escritor compone una historia con un personaje real que tratará luego de vivirla, con lo que la literatura determina y gobierna las acciones del sujeto, cuya obligación es cumplir escrupulosamente lo que el escritor le ha inventado. Es sin duda Vila-Matas el que confiesa en su conversación con Sophie haber sufrido la tentación de ir hacia el “más allá de la literatura”; en definitiva, de “trasladarme de la literatura a la vida” (pág. 275), para concluir finalmente que “para mí la literatura siempre sería más interesante que la famosa vida. Primero porque era una actividad mucho más elegante, y segundo porque me había parecido siempre una experiencia más intensa” (pág. 275). Aquí se encuentra el núcleo, el meollo explícito de la creación literaria de Vila-Matas, que sus lectores y “letraheridos” reconocerán sin vacilación.

El autor entra y sale de los relatos, oscila entre los datos de la crónica y las acciones imaginadas, borrando así constantemente –o dejándolas brumosas e imprecisas– las fronteras convencionales entre realidad y ficción, entre vida y literatura. Si, por ejemplo, las entrevistas con Sophie Calle son inventadas, ¿lo serán también las conversaciones con el escritor Ray Loriga? ¿Qué hay de real y qué de inventado –es decir, cuánto existe de vida y cuánto de literatura– en el personaje que se asoma a la vida anotando en el tranvía frases ajenas hasta que deja de hacerlo en “La modestia”? ¿Cuánto en las relaciones con el hijo de “Niño” o en el personaje ensimismado de “Así son los autistas”? Dos relatos siguen, además, deliberadamente módulos literarios conocidos: “Fuera de aquí” está concebida como una “falsa novela rusa” al estilo de Gogol o Chéjov, mientras que “Amé a Bo” responde al esquema de las novelas de naves espaciales y mundos remotos.

Interesante, como era de esperar, Exploradores del abismo hubiera necesitado algún repaso para pulir usos poco recomendables: “apercibirse” por ‘percatarse’ (p. 41), “en una semana” por ‘dentro de una semana’ (p.117), “posicionarse” (p. 194), “enfrentar” por ‘afrontar’ (p. 211); o fórmulas inanes: “supervivencia pura y dura” (p. 205), “núcleo puro y duro” (p. 207), “no me veía para nada haciéndolo” (p. 24).


Ricardo SENABRE


Tres Cuestiones para Vila-Matas –¿Desde cuándo es Enrique Vila-Matas un explorador de abismos? –Se anunciaba ya en unas líneas de Doctor Pasavento: “Tengo algo de equilibrista que, en una alameda del fin del mundo, está paseando por la línea del abismo. Y creo que me muevo como un explorador que avanza en el vacío”. – En uno de los relatos del libro, el narrador asegura que sus “reprochadores” le exigen contar historias de la vida cotidiana “con sangre e hígado”... ¿Lo ha conseguido con este libro? –¿Cómo voy a cometer el error de seguir el dictado sangriento de mis reprochadores? Aunque sangre no falta en el libro. En el último cuento, por ejemplo, no se sabe si Sophie Calle me ha vampirizado o soy yo el que la ha vampirizado a ella. –¿Por qué se disfraza tras Kafka y Borges? –Todos mis personajes se preguntan si dar un paso más allá y, en el caso de darlo, cómo hacerlo. Pero para esas dos preguntas mis personajes no necesitan disfrazarse de nada. Es mi libro menos contaminado por otros autores. Nunca estuve tan solo ante el peligro.

http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/21117/Exploradores_del_abismo/


http://www.enriquevilamatas.com/escrsanmesa1.html

sábado, 29 de noviembre de 2008

Estilo


Kafka en tranvía
El escritor también tuvo que forjarse un estilo. Lo inventó a la sombra de Walser, y de Kleist, de Chéjov, de Dickens y del cervantino Flaubert

ENRIQUE VILA-MATAS 22/11/2008

Al encontrarme de nuevo con el penúltimo fragmento de Jakob von Gunten de Robert Walser -aquel en el que Herr Benjamenta y el narrador cabalgan por el mundo en un sueño de libertad absoluta- capto un posible aire de familia con Deseo de convertirse en indio, una de las prosas breves de Contemplación, el primer libro que publicara Kafka. En esa juvenil y breve prosa indecisa, Kafka muestra su deseo de ser de verdad un indio, siempre alerta, sobre el caballo galopante, en viaje sin bridas por el ancho mundo. Aunque es una prosa indecisa, aunque es un texto de sus primeros tiempos, ahí está ya en toda su plenitud el espíritu de un Kafka recién salido de las lecturas de Walser.


Vera Nabokov siempre dijo recordar "aquella cara, su palidez, aquellos ojos tan extraordinarios, ojos hipnóticos resplandeciendo en una cueva"
Reencontrarme con esa breve prosa del Kafka incipiente -esa prosa en la que ya estaba condensado el escritor incomprensible y al mismo tiempo sorprendentemente diáfano que fue- me hace caer en la cuenta de que no siempre Kafka fue Kafka. Hoy estamos acostumbrados a leerlo como tal, pero hubo una etapa -días de indecisiones y de vacilaciones- en la que pasó por el clásico trance por el que transitan aquellos que desean cabalgar sin bridas y ser extranjeros dentro del doméstico y pusilánime paisaje literario de su época. Es decir, también Kafka tuvo que forjarse un estilo. Lo inventó a la sombra de Walser, pero también de Kleist, de Chéjov, de Dickens y del cervantino Flaubert.

Tal vez nadie ha estudiado mejor los años de la forja del estilo kafkiano que Reiner Stach en Kafka. Los años de las decisiones. Es un libro que acabo de releer estos días y que creo que opera como perfecto antídoto contra la devastadora y fanfarrona veneración de Kafka por parte de quienes aún piensan que su creatividad fue solitaria y genial. Sin duda, Kafka fue un genio, pero no estaba tan ciego como para haber querido producir sus textos a partir de una interioridad carente de experiencia. "Al contrario: precisamente su trato controlado, artesanalmente refinado, con influencias y hechos, le señala como autor de la Modernidad, que -al menos en este sentido- se alinea con Musil, Joyce, Broch y Arno Schmidt", nos dice Reiner Stach, estudioso de los años en los que un escritor de Praga deseaba convertirse en Kafka y para ello tuvo que librarse, ante todo, de su amigo Brod, que le proponía escribir prosas a cuatro manos. Y luego, tras librarse de semejante pelmazo, leer en profundidad, por ejemplo, a Dickens, un autor con grandes dosis de humorismo en sus obras, ese humorismo que ha tardado tanto en ser percibido en Kafka, que escribió El desaparecido pensando en escribir a ratos una novela cómica dickensiana, y de ahí que Walter Benjamin dijera que ese libro era, sobre todo, una gran payasada, ya que en él uno podía reírse en cada página.

Pero es que incluso en El castillo y El proceso, que son novelas que han agobiado y angustiado tanto, hay muchas situaciones que pueden despertar hilaridad. Hilaridad que el lector en ocasiones reprime porque está metido dentro de un absurdo, de una problemática que es aterradora. Pero esos elementos humorísticos son el contrapunto que el propio Kafka establecía para restarle presión al drama. Una hilaridad aprendida de los días en que leía precisamente a Robert Walser en voz alta y se partía literalmente de risa, muy especialmente con Jacob von Gunten: "Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada".

El personal docente lo encontró Kafka en los libros de sus autores preferidos. En los días de aprendizaje, hacia 1910, empezó a trabajar en un peculiar laboratorio de influencias, el más singular del siglo pasado. Los Diarios, por un lado. Y, por el otro, las prosas indecisas que acabarían conformando su primer libro, Contemplación, publicado en 1912, libro al que le faltan ya menos de cuatro años para que algunos amigos de los números redondos celebren su centenario. Se diría que ha pasado mucho más tiempo desde que Kafka comenzó a ser Kafka y dejó atrás ciertas indecisiones. "Estoy en la plataforma de un tranvía y me siento totalmente inseguro con respecto a la posición que ocupo en este mundo, en esta ciudad, en el seno de mi familia", escribió en El pasajero, prosa breve de Contemplación. En esos días, Kafka ni siquiera se sentía capaz de justificar qué hacía allí en aquella plataforma, sujeto de aquella correa, dejándose llevar por el tranvía. Pero ya también en esos días Kafka era implacable. Con una muchacha, por ejemplo, que se instala junto a la escalerilla, lista para bajar del tranvía. "Se me muestra tan nítida como si la hubiera palpado (...). Su orejita está muy pegada a la cabeza, pero como estoy cerca, veo toda la parte posterior del pabellón derecho y la sombra en la raíz", escribe. Y termina preguntándose cómo es que la muchacha no se asombra de sí misma y mantiene la boca cerrada sin decir nada.

Todo eso ocurrió en los años de las lecturas decisivas, en los años de las incertidumbres repartidas por las plataformas de todos los tranvías. Durante un tiempo, el matrimonio Nabokov, en el Berlín de 1922, subió al mismo tranvía que tomaba Kafka, el Berlín-Litchterfelde. Nunca le hablaron porque no sabían que era él, pero Vera Nabokov siempre dijo recordar "aquella cara, su palidez, la tirantez de la piel, aquellos ojos tan extraordinarios, ojos hipnóticos resplandeciendo en una cueva".

De los años de formación en la oscura cueva no se ha librado nunca nadie. Ni Kafka. Nadie le exigía en aquellos días que justificara sus lecturas, ni su presencia en la extraña plataforma de la vida. Pero el gran tranvía, más allá de las iniciales influencias, se estaba ya poniendo en marcha. "Cierto es que nadie me lo exige, pero eso no importa". -

http://www.elpais.com/articulo/narrativa/Kafka/tranvia/elpepuculbab/20081122elpbabnar_3/Tes

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Nadie encendía las lámparas

A Felisberto Hernández lo descubrí gracias a las preciosas citas de Enrique Vila-Matas, y lo recordé gracias a mi querido amigo A.





Nadie encendía las lámparas

Felisberto Hernández


"Hace mucho tiempo leía yo un cuento en una sala antigua. Al principio entraba por una de las persianas un poco de sol. Después se iba echando lentamente encima de algunas personas hasta alcanzar una mesa que tenía retratos de muertos queridos. A mí me costaba sacar las palabras del cuerpo como de un instrumento de fuelles rotos. En las primeras sillas estaban dos viudas dueñas de casa; tenían mucha edad, pero todavía les abultaba bastante el pelo de los moños. Yo leía con desgano y levantaba a menudo la cabeza del papel; pero tenía que cuidar de no mirar siempre a una misma persona; ya mis ojos se habían acostumbrado a ir a cada momento a la región pálida que quedaba entre el vestido y el moño de una de las viudas. Era una cara quieta que todavía seguiría recordando por algún tiempo un mismo pasado. En algunos instantes sus ojos parecían vidrios ahumados detrás de los cuales no había nadie. De pronto yo pensaba en la importancia de algunos concurrentes y me esforzaba por entrar en la vida del cuento. Una de las veces que me distraje vi a través de las persianas moverse palomas encima de una estatua. Después vi, en el fondo de la sala, una mujer joven que había recostado la cabeza contra la pared; su melena ondulada estaba muy esparcida y yo pasaba los ojos por ella como si viera una planta que hubiera crecido contra el muro de una casa abandonada. A mí me daba pereza tener que comprender de nuevo aquel cuento y transmitir su significado; pero a veces las palabras solas y la costumbre de decirlas producían efecto sin que yo interviniera y me sorprendía la risa de los oyentes. Ya había vuelto a pasar los ojos por la cabeza que estaba recostada en la pared y pensé que la mujer acaso se hubiera dado cuenta; entonces, para no ser indiscreto, miré hacia la estatua. Aunque seguía leyendo, pensaba en la inocencia con que la estatua tenía que representar un personaje que ella misma no comprendería. Tal vez ella se entendería mejor con las palomas: parecía consentir que ellas dieran vueltas en su cabeza y se posaran en el cilindro que el personaje tenía recostado al cuerpo. De pronto me encontré con que había vuelto a mirar la cabeza que estaba recostada contra la pared y que en ese instante ella había cerrado los ojos. Después hice el esfuerzo de recordar el entusiasmo que yo tenía las primeras veces que había leído aquel cuento; en él había una mujer que todos los días iba a un puente con la esperanza de poder suicidarse. Pero todos los días surgían obstáculos. Mis oyentes se rieron cuando en una de las noches alguien le hizo una proposición y la mujer, asustada, se había ido corriendo para su casa.
La mujer de la pared también se reía y daba vuelta la cabeza en el muro como si estuviera recostada en una almohada. Yo ya me había acostumbrado a sacar la vista de aquella cabeza y ponerla en la estatua. Quise pensar en el personaje que la estatua representaba; pero no se me ocurría nada serio; tal vez el alma del personaje también habría perdido la seriedad que tuvo en vida y ahora andaría jugando con las palomas. Me sorprendí cuando algunas de mis palabras volvieron a causar gracia; miré a las viudas y vi que alguien se había asomado a los ojos ahumados de la que parecía más triste. En una de las oportunidades que saqué la vista de la cabeza recostada en la pared, no miré la estatua sino a otra habitación en la que creí ver llamas encima de una mesa; algunas personas siguieron mi movimiento; pero encima de la mesa sólo había una jarra con flores rojas y amarillas sobre las que daba un poco de sol.

Al terminar mi cuento se encendió el barullo y la gente me rodeó; hacían comentarios y un señor empezó a contarme un cuento de otra mujer que se había suicidado. Él quería expresarse bien pero tardaba en encontrar las palabras; y además hacía rodeos y digresiones. Yo miré a los demás y vi que escuchaban impacientes; todos estábamos parados y no sabíamos qué hacer con las manos. Se había acercado la mujer que usaba esparcidas las ondas del pelo. Después de mirarla a ella, miré la estatua. Yo no quería el cuento porque me hacía sufrir el esfuerzo de aquel hombre persiguiendo palabras: era como si la estatua se hubiera puesto a manotear las palomas.

La gente que me rodeaba no podía dejar de oír al señor del cuento; él lo hacía con empecinamiento torpe y como si quisiera decir: "soy un político, sé improvisar un discurso y también contar un cuento que tenga su interés".

Entre los que oíamos había un joven que tenía algo extraño en la frente: era una franja oscura en el lugar donde aparece el pelo; y ese mismo color -como el de una barba tupida que ha sido recién afeitada y cubierta de polvos- le hacía grandes entradas en la frente. Miré a la mujer del pelo esparcido y vi con sorpresa que ella también me miraba el pelo a mí. Y fue entonces cuando el político terminó el cuento y todos aplaudieron. Yo no me animé a felicitarlo y una de las viudas dijo: "siéntense, por favor" Todos lo hicimos y se sintió un suspiro bastante general; pero yo me tuve que levantar de nuevo porque una de las viudas me presentó a la joven del pelo ondeado: resultó ser sobrina de ella. Me invitaron a sentarme en un gran sofá para tres; de un lado se puso la sobrina y del otro el joven de la frente pelada. Iba a hablar la sobrina, pero el joven la interrumpió. Había levantado una mano con los dedos hacia arriba -como el esqueleto de un paraguas que el viento hubiera doblado- y dijo:

-Adivino en usted un personaje solitario que se conformaría con la amistad de un árbol.

Yo pensé que se había afeitado así para que la frente fuera más amplia, y sentí maldad de contestarle:

-No crea; a un árbol, no podría invitarlo a pasear.

Los tres nos reímos. Él echó hacia atrás su frente pelada y siguió:

-Es verdad; el árbol es el amigo que siempre se queda.

Las viudas llamaron a la sobrina. Ella se levantó haciendo un gesto de desagrado; yo la miraba mientras se iba, y sólo entonces me di cuenta que era fornida y violenta. Al volver la cabeza me encontré con un joven que me fue presentado por el de la frente pelada. Estaba recién peinado y tenía gotas de agua en las puntas del pelo. Una vez yo me peiné así, cuando era niño, y mi abuela me dijo: "Parece que te hubieran lambido las vacas." El recién llegado se sentó en el lugar de la sobrina y se puso a hablar.

-¡Ah, Dios mío, ese señor del cuento, tan recalcitrante!

De buena gana yo le hubiera dicho: "¿Y usted?, ¿tan femenino?" Pero le pregunté:

-¿Cómo se llama?

-¿Quién?

-El señor... recalcitrante.

-Ah, no recuerdo. Tiene un nombre patricio. Es un político y siempre lo ponen de miembro en los certámenes literarios.

Yo miré al de la frente pelada y él me hizo un gesto como diciendo: "'¡Y qué le vamos a hacer!"

Cuando vino la sobrina de las viudas sacó del sofá al "femenino" sacudiéndolo de un brazo y haciéndole caer gotas de agua en el saco. Y enseguida dijo:

-No estoy de acuerdo con ustedes.

-¿Por qué?

-...y me extraña que ustedes no sepan cómo hace el árbol para pasear con nosotros.

-¿Cómo?

-Se repite a largos pasos.

Le elogiamos la idea y ella se entusiasmó:

-Se repite en una avenida indicándonos el camino; después todos se juntan a lo lejos y se asoman para vernos; y a medida que nos acercamos se separan y nos dejan pasar.

Ella dijo todo esto con cierta afectación de broma y como disimulando una idea romántica. El pudor y el placer la hicieron enrojecer. Aquel encanto fue interrumpido por el femenino:

-Sin embargo, cuando es la noche en el bosque, los árboles nos asaltan por todas partes; algunos se inclinan como para dar un paso y echársenos encima; y todavía nos interrumpen el camino y nos asustan abriendo y cerrando las ramas.

La sobrina de las viudas no se pudo contener.

-¡Jesús, pareces Blancanieves!

Y mientras nos reíamos, ella me dijo que deseaba hacerme una pregunta y fuimos a la habitación donde estaba la jarra con flores. Ella se recostó en la mesa hasta hundirse la tabla en el cuerpo; y mientras se metía las manos entre el pelo, me preguntó:

-Dígame la verdad: ¿por qué se suicidó la mujer de su cuento?

-¡Oh!, habría que preguntárselo a ella.

-Y usted, ¿no lo podría hacer?

-Sería tan imposible como preguntarle algo a la imagen de un sueño.

Ella sonrió y bajó los ojos. Entonces yo pude mirarle toda la boca, que era muy grande. El movimiento de los labios, estirándose hacia los costados, parecía que no terminaría más; pero mis ojos recorrían con gusto toda aquella distancia de rojo húmedo. Tal vez ella viera a través de los párpados; o pensara que en aquel silencio yo no estuviera haciendo nada bueno, porque bajó mucho la cabeza y escondió la cara. Ahora mostraba toda la masa del pelo; en un remolino de las ondas se le veía un poco de la piel, y yo recordé a una gallina que el viento le había revuelto las plumas y se le veía la carne. Yo sentía placer en imaginar que aquella cabeza era una gallina humana, grande y caliente; su calor sería muy delicado y el pelo era una manera muy fina de las plumas.

Vino una de las tías -la que no tenía los ojos ahumados- a traernos copitas de licor. La sobrina levantó la cabeza y la tía le dijo:

-Hay que tener cuidado con éste; mira que tiene ojos de zorro.

Volví a pensar en la gallina y le contesté:

-¡Señora! ¡No estamos en un gallinero!

Cuando nos volvimos a quedar solos y mientras yo probaba el licor -era demasiado dulce y me daba náuseas-, ella me preguntó:

-¿Usted nunca tuvo curiosidad por el porvenir?

Había encogido la boca como si la quisiera guardar dentro de la copita.

-No, tengo más curiosidad por saber lo que le ocurre en este mismo instante a otra persona; o en saber qué haría yo ahora si estuviera en otra parte.

-Dígame, ¿qué haría usted ahora si yo no estuviera aquí?

-Casualmente lo sé: volcaría este licor en la jarra de las flores.

Me pidieron que tocara el piano. Al volver a la sala la viuda de los ojos ahumados estaba con la cabeza baja y recibía en el oído lo que la hermana le decía con insistencia. El piano era pequeño, viejo y desafinado. Yo no sabía qué hacer; pero apenas empecé a probarlo la viuda de los ojos ahumados soltó el llanto y todos nos callamos. La hermana y la sobrina la llevaron para adentro; y al ratito vino la sobrina y nos dijo que su tía no quería oír música desde la muerte de su esposo -se habían amado hasta llegar a la inocencia.

Los invitados empezaron a irse. Y los que quedamos hablábamos en voz cada vez más baja a medida que la luz se iba. Nadie encendía las lámparas.

Yo me iba entre los últimos, tropezando con los muebles, cuando la sobrina me detuvo:

-Tengo que hacerle un encargo.

Pero no me dijo nada: recostó la cabeza en la pared del zaguán y me tomó la manga del saco."



Fuente: CiudadSeva.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas hace un año, un mes y unos días

Literatura / Entrevista

Enrique Vila-Matas: "Sería estúpido dirigirme sólo a los escritores"

05 de octubre de 2007, 08:20

Enrique Vila-Matas nació en Barcelona en 1948. Su último libro, Exploradores del abismo (Anagrama), lo encuentra en un momento particular: lo escribió luego de una enfermedad que lo amenazó de muerte. Sin embargo, la mezcla de géneros que estaba practicando desde hacía ya unos años persiste, acaso más relajada, menos tensionada y angustiada que en su anterior libro, Doctor Pasavento.
Hace unos años Vila-Matas estuvo en Buenos Aires, invitado a una Feria del Libro. Esa mañana, la ciudad era un infierno de humedad, y el escritor, de mañana, muy temprano, esperaba en el hotel, impaciente, muy nervioso y transpirado. Habló en aquella orportunidad de la inutilidad de los encuentros entre intelectuales y hasta de las reuniones sociales. Se lo veía mal. Estaba incubando una enfermedad renal que terminó en un colapso. Pero fue internado a tiempo. Unas horas más hubieran bastado para matarlo. Sucedió en el verano boreal del 2006. El escritor se asomaba al abismo, y ni uno de sus personajes (o él mismo) podría salir ileso de esa cercanía con la Parca. El impacto resultó tan violento que la placidez de estos nuevos relatos parece un contrapunto perfecto.

Vila-Matas publicó a lo largo de su carrera como escritor El viajero más lento, Impostura, Historia abreviada de la literatura portátil, Suicidios ejemplares, Hijos sin hijos, Una casa para siempre, Recuerdos inventados, Lejos de Veracruz, Extraña forma de vida, El viaje vertical (premio Rómulo Gallegos 2001), Bartleby y compañía (Premio Ciudad de Barcelona, Prix du Meilleur Livre Etranger, Prix Fernando Aguirre-Libralire), El mal de Montano (Premio Herralde, Premio Nacional de la Crítica), París no se acaba nunca y Doctor Pasavento (Premio de la Real Academia Española 2006). A continuación se reproduce parte del diálogo con Terra Magazine que sostuvo desde su casa en Barcelona.

Entrevista

Terra Magazine: Los exploradores del abismo tienen alguna relación (próxima) con el doctor Pasavento, pero son más precisos para autosituarse, y a su vez, las situaciones que atraviesan extrañamente no los empujan a la desesperación, sino a una suerte de misantropía mundana (si se me disculpa el oxímoron) que hace pensar no en una enfermedad usual, sino más precisamente en algo que no tiene cura. ¿Esto es así? ¿Qué cosa de la vida es la que no tiene cura y por qué tan poca angustia ante el fin?
Vila-Matas: Misantropía mundana. Nunca lo había oído. Podría ser un buen título para un libro. Por otra parte, no había pensando en las diferencias entre los exploradores y el doctor Pasavento, más próximo éste que aquellos a la desesperación, claro. Tal vez yo estaba más exasperado antes de la enfermedad (es decir, cuando escribí mi novela sobre el doctor) que después de mi paso por el hospital, cuando en un estado de apacible serenidad comencé a ocuparme de mis exploradores. Recuperar la salud -sospecho que incluida la mental- ha supuesto para mí una especie de renacimiento. Ya no soy sólo un tipo que acumula años, sino también un hombre que está en los primeros meses de su renacimiento. Soy aún un explorador de mi propio abismo. Pero el renacer da cierta moral anímica (todos mis exploradores son optimistas) y aparta la angustia para sustituirla por una contemplación más serena del futuro. Misántropo, me asomo por primera vez al mundo.

Terra Magazine: Usted pareciera que pasa de la novela al relato, del relato al ensayo, pero en rigor de verdad creo que está fundando una especie de género que combina también elementos autobiográficos. ¿Esto es así, o es un efecto de la morosidad que provoca la lectura y de los momentos de identificación de lector con escritor?
Vila-Matas: No sé si he fundado algún género, pero sí un estilo del que no me escapo ni en la vida real, es decir, cuando no escribo. Y es que incluso en mi vida privada las cosas que me suceden son "vila-matasianas", qué le vamos a hacer... A lo mejor, mi vida es un género literario. Continuamente, en el mundo real me encuentro con personajes para mis cuentos. Hace dos semanas, sin ir más lejos, me encontraba yo en el festival literario de Mantua cuando un señor muy educado, al final de un acto público, me preguntó si podía retenerme unos momentos para cuatro preguntas exactamente. Empezó queriendo saber si me identificaba plenamente con el titulo de mi libro El viajero más lento. Dudé al contestar. El señor aquel tenía un gesto tan grave que no parecía proclive a las vacilaciones. Opté por decirle que sí, y me pareció que después de todo era la respuesta más coherente. Entonces sonrió y, con palabras pausadas, me dijo que era el presidente de la Asociación Internacional del Tiempo Lento. ¿Qué se contesta a alguien que dice algo así? Sólo pensé que parecía un personaje salido de mis relatos. Es increíble como la Naturaleza puede imitar a la ficción. La segunda pregunta buscaba conocer mi opinión sobre el tiempo. "Si no me lo preguntan, lo sé, pero si me lo preguntan, lo ignoro", dije imitando a San Agustín, y temiendo la reacción airada del señor del Tiempo Lento. Pero el hombre ni se inmutó, siguió anotándolo todo en un cuaderno. La tercera pregunta pretendía averiguar si el tiempo era la imagen móvil de la eternidad. Comencé a preocuparme porque tuve la impresión de que aquel hombre tenía todo el tiempo del mundo y que iba a ser difícil -después de haberme declarado a favor del Tiempo Lento- explicarle que tenía una cierta prisa porque me esperaban en la plaza Sordello. Hubo una cuarta, quinta, sexta pregunta... Y más anotaciones parsimoniosas en su cuaderno. Sentí que había quedado atrapado en una trampa claustrofóbica. Y pensé en decirle al señor del Tiempo Lento: "Soy un ser anónimo, ¿me permite volver a la libertad?". Iba a decírselo cuando el hombre, esbozando una sonrisa, cerró su cuaderno y me comunicó que habíamos llegado al final de nuestro tiempo. "Siga su camino", añadió magnánimo. Salí de allí perturbado, pero libre, hacia la plaza Sordello.

Terra Magzine: Sus libros, en algún momento y vaya a saber por qué razón, empezaron a leerse más; hubo reediciones, consagraciones y todo eso. Sin embargo, leyendo a fondo, uno no puede dejar de pensar que Vila-Matas es un escritor para escritores, por mucha venta que tenga. ¿Cuál es su opinión?
Vila-Matas: Pues que trato de no serlo. Sería muy estúpido dirigirme básicamente a los escritores. Seguramente, "escritor para escritores" es una etiqueta que han atado a mi cola, como una lata a un gato. Supongo que es lo que los críticos cansados dicen cuando no tienen tiempo para digerir un libro antes de reseñarlo. Tengo buenos amigos escritores, pero no lo son porque escriben sino porque son inteligentes y, además, muy buenos amigos. Pero en lo que a los escritores como especie se refiere, diré que últimamente huyo de ellos, sobre todo si son españoles, donde abunda la incultura y la mediocridad. Estoy con John Banville cuando dice que le horrorizan los escritores porque en todas partes son obsesivos, resentidos, celosos hasta la enfermedad y siempre pobres.

Terra Magazine: La soledad, el aislamiento, la misantropía, de una manera o de otra, siempre han estado presentes en su obra, pero en los últimos libros se ha hecho más evidente el carácter nutritivo de esa experiencia, contra lo que indica el sentido común. ¿Un escritor necesita aislamiento? ¿Cuánto? ¿Hay un mito de la experiencia o se puede escribir sin pisar jamás la calle? ¿Estas cosas pueden medirse?
Vila-Matas: Ultimamente me he especializado en contar en la prensa los viajes que hago, pero contándolos antes de hacerlos. Miro en Internet y si, por ejemplo, veo que en el hotel al que iré hay una piscina con dos palmeras, sitúo una escena en ese espacio de la piscina. Luego, cuando llego al hotel, trato de que me ocurra allí lo que ya he escrito y he dejado listo para que se publique en mi Dietario Voluble de los domingos en El País, sección Cataluña. Todo esto que le digo no pretende ser provocativo ni original. Es sólo que no dispongo de un ordenador portátil y, cuando voy a salir de viaje, tengo que dejar listos los artículos para que aparezcan publicados el domingo.

Terra Magazine: La enfermedad, como experiencia subjetiva, de capitulación lenta, ¿apremia al escritor, debe apremiarlo, debe remitir siempre a la muerte o más bien a ese estado de falta estructural del que hablamos al principio?
Vila-Matas: Es posible que apremiara, por ejemplo, a Roberto Bolaño (escritor chileno fallecido en 2003), y tal vez gracias a eso tenemos ahora 2666, una obra maestra. No es mi caso. Y si lo es, hago como si no lo fuera. Pero no creo que sea mi caso, porque estoy demasiado distraído -quiero decir, entretenido, reflexivo- estudiando en profundidad el abismo y ensanchándolo lo máximo posible para que vaya haciéndose cada vez más difícil y largo el trayecto por el puente colgante que, suspendido en el vacío, lleva a la muerte.



Ante la tumba de Melville, sobre la que la gente deja bolígrafos, bien escoltado ;-),

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Rosa Amiga por ser una cuentista

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¡Gracias, Groucho!

¡Gracias, P.Vázquez Orientador!

Lo encontré, por fin; ¡Gracias, Catman!

¡Gracias, Luis Antonio!

¡Gracias, Toupeiro!

¡Gracias, BLAS!

¡Gracias, Ababoll!