
El juego "En busca del autor perdido", que nació en el blog "Contra Poeticam" http://contrapoeticam.blogspot.com/de la mano de su autor, Fermín Gámez, y continuyó blogueteando por las "casillas" de los sucesivos (afortunados) ganadores, estuvo en su hasta el momento última resolución en el blog "Desde arriba" http://volandoencirculos.blogspot.com/de Ana, y la fortuna o la generosa calidad de los participantes ha querido que vuelva a esta "casilla" del trablero internetero al encontrar esta menda lerenda a Carlos Marzal.
Propongo en primer lugar una lectura de las reglas del juego, para los que comiencen en este asunto, copiadas vilmente del blog de Ana:
1. El juego consiste en adivinar el autor del texto que se propone.
2. Antes de publicarlo se ha de asegurar que ese texto no se encuentra disponible en internet. Si estuviera, se avisaría a quien lo ha propuesto y volverá a proponer otro.
3. Quien participe en el juego ha de tener un blog, para así continuar el juego proponiendo un nuevo texto.
4. Se puede preguntar y se pueden dar pistas. La calidad de estas, así como el autor y el texto quedan a voluntad de la persona que lo propone. Si son fáciles o difíciles no es algo mesurable por lo que si se adivina facilmente o no, el ganador continuará el texto en su blog.
5. Se puede disfrutar tanto como se quiera ;-))
Y a continuación expongo el texto, más largo de lo habitual para que resulte menos difícil -por la pieza que he escogido para que cacen ustedes. Respecto al autor, sólo decir que no coincide en ninguna de las características del buscado en la anterior partida, exceptuando que es hombre (varón). No se rían, creo que mi gato dentro de nada escribirá algo... bueno, va:
-Pero...
A. tuvo que levantar la cabeza del libro. La mujer lo miraba y sus ojos eran amargos.
-¿Le pasa algo? -preguntó él.
-¿Pero no se cansa nunca de leer? -dijo la mujer-. ¡No se puede decir que sea usted un tipo sociable! ¿No sabe que a las señoras hay que darles conversación? -añadió con una semisonrisa que tal vez quería ser sólo irónica pero que a A., que en aquel momento hubiera dado cualquier cosa por no despegarse de la novela, le pareció francamente amenazadora. "¡Quién me manda meterme en esto!" pensó. Ahora estaba claro que con aquella mujer al lado no podría leer ni una línea más. "Habría que hacerle entender que se ha equivocado", pensó, "que soy el tipo menos indicado para hacer de galán de playa, que soy un tipo al que es mejor no darle ninguna confianza."
-¿Conversación? -dijo en voz alta-. ¿Qué conversación? -y estiró una mano hacia ella. "Bueno, si ahora le pongo las manos encima, se sentirá ofendida por un gesto tan fuera de lugar, quizá me dé una bofetada y se vaya." Pero tal vez fuera su natural reserva, tal vez un deseo diferente, más dulce, lo que en realidad le impulsaba, el hecho es que la caricia, en vez de brutal y provocativa, fue tímida, melancólica, casi suplicante: le rozó el cuello con los dedos, levantó una cadenita que ella llevaba y la dejó caer. La respuesta de la mujer consistió en un gesto primero lento, como resignado y un poco irónico -bajó la barbilla de costado, para retener la mano-, después, rápido, como en un calculado impulso de agresividad, le mordió el dorso de la mano.
-¡Ay! - exclamó A. Se separaron.
-¿Así es cómo da usted conversación? -dijo la señora.
El juego comienza a la de una, a la de dos y a la de... ¡tres!
¡Ya!
¡Suerte!