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jueves, 4 de diciembre de 2008

Vender el Arte


Hoy me he llevado una gratísima sorpresa al ver el último artículo del blog de Vítor Mejuto que sigo en silencio y que tanto me gusta, y que recomiendo en la columna de la izquierda, llamado "Placer en silencio" (el artículo o "entrada"; el blog se llama "No tiene pérdida", en vez de "No se te ocurra perdértelo"...).

En él, una preciosa foto en la que, de perfil, Lugrís Vadillo, el hijo también pintor de Urbano Lugrís, posa junto a un pequeño mural de su padre pintado en un baño de un restaurante coruñés -como tantos otros que aún quedan por bares y cafeterías y que son tan poco cuidados; en una cafetería de la Calle Real hay un mural enorme que ocupa toda la pared a lo largo y ni cristalera siquiera tiene: la gente se sienta allí apoyando la silla, los bolsos, chubasqueros mojados y cabezas sobre el mural... Así tratamos aquí al arte. Aquí, en el mundo.


Quizás de la misma forma que surgió la obra, como supongo, dado que muchos pintores y otros artistas que tuvieron su vida bohemia y vivieron a veces (muchas, pocas) en el lado oscuro, que no era tan bonito como hoy nos lo pintan y cuentan, y pasaron necesidades y épocas difíciles económica y emocionalmente, vidas duras y altibajos extremos; y tuvieron que ingeniárselas para obtener manduca, o bebercio o lo que se terciara necesario en el momento que fuera, y así muchos vendían no su alma al diablo sino su arte al que les prodigaría de tales viandas, víveres, ¡mendrugos!, leche, licores, vinos, catres, camastros, jofainas, palanganas y todo tipo de provisiones... o lo que fuera menester, ya que no todo vale lo que cuesta, ni los precios son los valores, y en ese momento hicieron muy bien, dicho sea de paso, aunque la pena sea que en éste no nos demos cuenta de proteger ese patrimonio que debería ser casi (o sin casi) sagrado, que las instituciones deberían actuar y los particulares denunciar, pero seguimos yendo a los restaurantes y cafeterías y hacemos una foto y quedamos tan contentos...

No debería comerciarse con el Arte; si realmente fuésemos un planeta civilizado sería un bien común, como el aire que respiramos. Pero mientras estén muriéndose los niños en África con la desnutrición, continúen las guerras y aquí nos alegremos porque un hombre "de color" llegue a la presidencia de los Estados Unidos que gobiernan el mundo rico -el pobre no les interesa- y aplaudamos sus decisiones si nos favorecen, mirando para otro lado y quejándonos cuando no nos toca algo, eso, casi, será lo de menos.

Sirva esta entrada, que por una vez he escrito yo solita y de un tirón, para homenajear al señor don Urbano Lugrís, a su hijo, a César Quián (el autor de la fotografía que reproduzco) y a Vítor Mejuto, que me ha dado el placer de escribir esto.

Espero que os agrade.

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