domingo, 22 de febrero de 2009

La madre ciega

Y vio de pronto nuestro hombre venir una mujer despavorida, como un pájaro herido, tropezando a cada paso, con los grandes ojos preñados de espanto que parecían mirar al vacío y con los brazos extendidos. Se detenía, miraba a todas partes aterrada, como un náufrago en medio del océano, daba unos pasos y se volvía, tornaba a andar, desorientada de seguro. Y llorando exclamaba:
-¡Mi padre, que se muere mi padre!

De pronto se detuvo junto al hombre, le miró de una manera misteriosa, como quien por primera vez mira, y sacando el pañuelo le preguntó:

-¿Lleva usted bastón?

-¿Pues no lo ve usted? -dijo el mostrándoselo.

-¡Ah! Es cierto.

-¿Es usted acaso ciega?

-No, no lo soy. Ahora, por desgracia. Deme el bastón.

Y diciendo esto empezó a vendarse los ojos con el pañuelo.

Cuando hubo acabado de vendarse repitió:

Deme el bastón, por Dios, el bastón, el lazarillo.

Y al decirlo le tocaba. El hombre la detuvo por un brazo.

-Pero ¿qué es lo que va usted a hacer, buena mujer? ¿Que le pasa?

-Déjeme, que se muere mi padre.

-Pero ¿dónde va usted así?

-Déjeme, déjeme, por Santa Lucía bendita, déjeme, me estorba la vista, no veo mi camino con ella.

-Debe de ser loca -dijo el hombre por lo bajo a otro a quien había detenido lo extraño de la escena.

Y ella, que lo oyó:

-No, no estoy loca; pero lo estaré si esto sigue; déjeme, que se muere.

-Es la ciega -dijo una mujer que llegaba.

-¿La ciega? -replicó el hombre del bastón-. Entonces, ¿para qué se venda los ojos?

-Para volver a serlo -exclamó ella.

Y tanteando con el bastón el suelo, las paredes de las casas, febril y ansiosa, parecía buscar en el mar de las tinieblas una tabla de que asirse, un resto cualquiera del barco en que había hasta entonces navegado.

De pronto dio una voz, una voz de alivio, y como una paloma que elevándose en los aires revolotea un momento buscando oriente y luego como una flecha, partió resuelta, tanteando con su bastón el suelo, la mujer vendada.

Quedáronse en la calle los espectadores de semejante escena, comentándola.

La pobre mujer había nacido ciega, y en las tinieblas nutrió de dulce alegría su espíritu y de amores su corazón. Y ciega creció.

Su tacto era, aun entre los ciegos, maravilloso, y era maravillosa la seguridad con que recorría la ciudad toda sin más lazarillo que su palo. Era frecuente que alguno que la conocía le dijese: «Dígame, María, ¿en qué calle estamos?» Y ella respondía sin equivocarse jamás.

Así, ciega, encontró quien de ella se prendase y para mujer la tomara, y se casó ciega, abrazando a su hombre con abrazos que eran una contemplación. Lo único que sentía era tener que separarse de su anciano padre; pero casi todos los días, bastón en mano, iba a tocarle y a oírle y acariciarle. Y si por acaso le acompañaba su marido, rehusaba su brazo diciéndole con dulzura: «No necesito tus ojos.»

Por entonces se presentó, rodeado de prestigiosa aureola, cierto doctor especialista, que después de reconocer a la ciega, a la que había visto en la calle, aseguró que le daría la vista. Se difirió la operación hasta que hubiese dado a luz y se hubiese repuesto del parto.

Y un día, más de terrible expectación que de júbilo para la pobre ciega, se obró el portento.

El doctor y sus compañeros tomaban notas de aquel caso curiosísimo, recogían con ansia datos para la ciencia psicológica asaeteándola a preguntas. Ella no hacía más que palpar los objetos aturdida y llevárselos a los ojos y sufrir, sufrir una extraña opresión de espíritu, un torrente de punzadas, la lenta invasión de un nuevo mundo en sus tinieblas.

-¡Oh! ¿Eras tú? -exclamó al oír junto a sí la voz de su marido-. Y abrazándole y llorando, cerró los ojos para apoyar en la de él su mejilla.

Y cuando la llevaron al niño y lo tomó en brazos, creyeron que se volvía loca. Ni una voz ni un gesto; una palidez mortal tan solo. Frotó luego las tiernas carnecitas del niño contra sus cerrados ojos y quedó postrada, rendida, sin querer ver más.

-¿Cuándo podré ir a ver a mi padre? -preguntó.

-¡Oh! No, todavía no -dijo el doctor. No es prudente que usted salga hasta haberse familiarizado algo con el mundo visual.

Y al día siguiente, precisamente al día siguiente de la portentosa cura, cuando empezaba María a gozar de una nueva infancia y a bañarse en la verdura de un nuevo mundo, vino un mensajero torpe, torpísimo, y con los peores rodeos le dijo que su padre, baldado desde hacía algún tiempo, se estaba muriendo de un nuevo ataque.

El golpe fue espantoso. La luz le quemaba el alma y las tinieblas no le bastaban ya. Se puso como loca, se fue a su cuarto, cogió su crucifijo, cerró los ojos y palpándolo, rompió a llorar exclamando:

-Mi vista, mi vista por su vida. Para qué la quiero.

Y levantándose de pronto, se lanzó a la calle. Iba a ver a su padre, a verle por primera y por última vez acaso.

Entonces fue cuando la encontró el hombre del bastón, perdida en un mundo extraño, sin estrellas por que guiarse como en sus años de noche se había guiado, casi loca. Y entonces fue cuando, una vez vendados sus ojos, volvió a su mundo, a sus familiares tinieblas, y partió segura, como paloma que a su nido vuelve. A ver a su padre.

Cuando entró en el paterno hogar, se fue derecha, sin bastón, a través de corredores, hasta la estancia en que yacía su padre moribundo, y echándose a sus pies le rodeó el cuello con sus brazos, le palpó todo, le contempló con sus manos y sólo pudo articular entre sollozos desgarradores:

-¡Padre, padre, padre!

El pobre anciano, atontado, sin conocimiento casi, miraba con estupor aquella venda y trató de quitársela.

-No, no, no me la quites... no quiero verte; ¡padre, mi padre, el mío, el mío!

-Pero hija, hija mía -murmuraba el anciano.

-¿Estás loca? -le dijo su hermano-. Quítatela, María, no hagas comedias, que la cosa va seria...

-¿Comedias? ¿Qué sabéis de eso vosotros?

-Pero ¿es que no quieres ver a tu padre? Por primera, por última vez acaso...

-Porque quiero verlo... pero a mi padre... al mío..., al que nutrió de besos mis tinieblas, porque quiero verle, no me quito de los ojos la venda...

Y le contemplaba ansiosa con sus manos cubriéndole de besos.

-Pero hija, hija mía -repetía como una máquina el viejo.

-Sea usted razonable -insinuó el sacerdote separándola-, sea usted razonable.

-Razonable ¿Razonable? Mi razón está en las tinieblas, en ellas veo.

-Et vita erat lux hominum... et lux in tenebris lucet... -murmuró el sacerdote como hablando consigo mismo.

Entonces se acercó a María su hermano, y de un golpe rápido le arrebató la venda. Todos se alarmaron entonces, porque la pobre mujer miró en torno de sí despavorida, como buscando algo a que asirse. Y luego de reponerse murmurando: «¡Qué brutos son los hombres!, cayó de hinojos ante su padre preguntando:

-¿Es éste?

-Sí, ése es -dijo el sacerdote señalándoselo-, ya no conoce.

-Tampoco yo conozco.

-Dios es misericordioso, hija mía; ha permitido que pueda usted ver a su padre antes de que se muera...

-Sí, cuando ya él no me conoce, por lo visto...

-La divina misericordia...

-Está en la oscuridad -concluyó María que, sentada sobre sus talones, pálida, con los brazos caídos, miraba al través de su padre, al vacío.

Levantándose al cabo, se acercó a su padre, y al tocarlo, retrocedió aterrada, exclamando:

-Frío, frío como la luz, muerto.

Y cayó al suelo presa de un síncope.

Cuando volvió en sí se abrazó al cadáver, y cubriéndole de besos, repetía:

-¡Padre, Padre! ¡No te he visto morir!

-Hay que cerrarle los ojos -dijo a María su hermano.

-Sí, sí, hay que cerrarle los ojos... que no vea ya... que no vea ya... ¡Padre, padre! Ya está en las tinieblas... en el reino de la misericordia...

-Ahora se basa en la luz del Señor -dijo el sacerdote.

-María -le dijo su hermano con voz trémula tocándole en un hombro-, eres madre, aquí te traen a tu niño, que olvidaste en casa al venirte; viene llorando...

-¡Ah! Si. ¡Angelito! ¡Quiere pecho! ¡Que le traigan!

Y exclamó en seguida:

-¡La venda! ¡La venda! ¡Tráeme pronto la venda, no quiero verle!

-Pero María...

-Si no me vendáis los ojos, no le doy de mamar.

-Sé razonable, María...

-Os he dicho ya que mi razón está en las tinieblas...

La vendaron, tomó al niño, lo palpó, se descubrió el pecho, y poniéndoselo a él, le apretaba contra su seno murmurando:

-¡Pobre padre! ¡Pobre padre!

La venda, Miguel de Unamuno.

22 comentarios:

Luis Antonio dijo...

Aplaudo la elección de este conmovedor texto de Unamuno. En varias ocasiones lo he propuesto a mis alumnos para que lo comenten. A veces es mejor cerrar los ojos a determinadas realidades para no empañar la belleza de determinadas realidades.
Besitos, Fauve

sonoio dijo...

después de unamuno!!!
aquí está lloviendo, y es temprano, mate de por medio y lectura, gracias

Luis Antonio dijo...

En mi comentario anterior habría que sustituir las dos últimas palabras por "su recuerdo"

Juan Duque Oliva dijo...

Mira que no conocía este texto de Unamuno, gracias por rescatarlo.

Besos

BLAS dijo...

Tienes muy buen gusto. Has escogido un relato muy bonito, con muchas connotaciones. En ocasiones es mas bello sentir las cosas a nuestra manera que ver como son en la realidad, al quitarnos la venda de los ojos podemos dejar de amar casi de inmediato algo que sin embargo en nuestras tinieblas adorábamos con todo el corazón... Me ha encantado, muy conmovedor.

€_r_i_K dijo...

Que buen relato de don Miguel...
Vaya!!! Que verdades a veces....
Los ojos ciegos bien abiertos....


Besos....€rik.....

P Vázquez "ORIENTADOR" dijo...

Damos por sentado que el mundo de los videntes es el único... y el mejor.

Fermín Gámez dijo...

Yo también aplaudo la elección del texto, como te ha dicho Luis Antonio.

Candela dijo...

Estoy con lo dicho por Fermin, es un texto precioso y muy bien erscogido. ¿de tu libreria personal quiza?
Por cierto, a las serpientes no se les reproduce el rabo si se les corta, jamia...

Fauve, la petite sauvage dijo...

Muchas gracias, a mí me alegra mucho que os guste el texto que he elegido hoy porque me parece muy interesante y que hace pensar mucho, y de una manera que en principio parece tan sencilla...

Ay, Unamuno, menudo... Todo lo suyo que conozco me gusta. Bueno, menos Del sentimiento trágico de la vida. De los libros que nos obligaban a leer en el cole (y de los que yo tiraba del hilo para leer más aún) fue el único con el que no pude, no recuerdo si llegué a terminarlo, creo que no; sí me acuerdo sin embargo -y perfectamente- que me felicitaron los profes (qué buenos son los hermanos Maristas, qué buenos son que nos llevan de excursión) porque fui la que más páginas leí y entendí de todas las promociones.

A menudo -no muy frecuentemente, lo reconozco- lo miro, sin tocarlo, colocado en su estantería, pensando: "Era la edad, ¡era la edad! Tengo que leerlo"; pero me da tanto miedo...


Y el Egon Schiele (Madre Ciega), ¿os ha gustado? ¿Qué sensaciones os produce? Me llama mucho la atención que siempre os fijéis en los textos y no en los cuadros, supongo porque un blog se entiende más como un medio de expresión escrita que de otros canales, no sé.

Yo no sé de arte, no vale esa excusa, aviso.

Gracias a todos y saludos ;-)

Fauve, la petite sauvage dijo...

Y que alguien como BLAS me diga que yo tengo buen gusto... ahh, cómo se me cae la baba...

Fauve, la petite sauvage dijo...

Candela, que no te vi; pues no, aunque lo conocía no tengo ni la más repajolera idea de dónde lo leí; lo he reencontrado en CiudadSeva y aquí lo he traído.

Vaya, como a las lagartijas, ¡siempre igual! Qué lata...

Fauve, la petite sauvage dijo...

Oye, Candela: ahora que lo pienso... (es que soy lentita, ya sabes) ¿cómo sabes tú eso?

Instrucciones: leer con la voz de Wyoming o de Usun Yun, como prefiráis.

Susana Peiró dijo...

Muy bueno Fauve!

Hacía muchísimo tiempo que no leía a Unamuno y no conocía "La madre ciega", me gusta el mensaje de este texto.

Cierto aquello que el corazón no siente, eso que no ve.

Besitossssss Bella!

Candela dijo...

Ah! Lo mismo que se que vas a venir a Limerick!! Es que soy medio meiga. Papá de Bueu...

P Vázquez "ORIENTADOR" dijo...

Ma petite: En mi blog hay dos premios para tí.

Fauve, la petite sauvage dijo...

Mon chéri, no sabes la alegría que me has dado. Ya he ido corriendo a recogerlos (no sin antes felicitarte y agradecértelos y también felicitar a los demás entre los que se te ha colado mi nombre) y traérmelos corriendo no vaya a ser que rectifiques...
Y ya están expuestos en el salón. Yo no pongo obras de arte en el cuarto de baño, ni tengo cabezas de venados en las paredes. Soy rarita, lo sé.
He leído en el blog que te los ha concedido a ti, PsicoGym, que, por cierto, al ver que habla de gimnasia mental creo que me voy a "afiliar" directatmente sin echar vistazo alguno siquiera, que significan el reconocimiento de quienes verdaderamente importan: los amigos lectores, y que lo mejor de recibirlos es tener la oportunidad de entregarlos -completamente de acuerdo- y compartirlos con los blogs que nos regalan ratitos de reflexión, buena música o una necesaria cuota de humor. Con lo cual, aparte de ser un honor, es ya una obligación por mi parte elegir a los afortunados que en la próxima entrada serán los verdaderos ganadores, no los de la alfombra roja de los Oscar: ni comparación.
Bueno, ¡qué rollo! Es la emoción ;-) Mil gracias.

Anabel Botella dijo...

Una buena elección, aunque no conocía este relato de Unamuno. Un maestro que nunca pasa de moda. Es un blog delicioso.
Saludos desde La ventana de los sueños, blog literario.

Maite dijo...

Hola!!

Ayer estuve paseándome por tu blog, me cautivó, pero me dio reparo dejarte un comentario, y te encuentro en Bohemia, me alegra que estés con todos nosotros.

Toda mi familia materna y alguna paterna son de La Coruña.

Mi madre nació en Muxia, porque mi abuela era maestra, tuvo siete hijos, y casi cada uno en distintos pueblos o aldeas.

Al final no quiso su puesto como maestra en La Coruña y optó por el último destino, "Lians" a tiro de piedra de La Coruña.

Vivió, en la calla de La Franja, Panaderas, y por último en Marqués de Pontejos, donde viví varios años con ella. Mi bachiillerato enterito en El Carballo, en el colegio Hijas de Cristo Rey, y ya ves tú... no soy creyente, pero me sentí muy agusto, y debo mucho en lo que respecta a mi educación a dichas religiosas.

No sé si tú eres creyente, eso es igual, respeto a todo el mundo. Mi hijo es muy creyente, y eso ayuda mucho, hace apenas un mes ha fallecido mi madre, lo estoy pasando mal, es lógico, es el duelo.

Soy muy parlanchina, así pues te dejo ya.

Ah! No puedo seguirte con este blog, tengo otro donde soy "pelusa" alli hago entradas con poesías de los grandes que me gustan y pongo vídeos. Intentaré seguirte por ese camino, o lo mismo ya he agotado también el cupo, reglas de blogger!!

biquiños

Maite

Fauve, la petite sauvage dijo...

Gracias, Anabel Botella y Pande-Pelusa; siento el retraso, creo que hubo algún problema con blogspot algún otro día (nada raro, por otra parte) porque os había contestado, y también otros comentarios en otras entradas, que ahora veo de chiripa que no aparecen (mis respuestas). Ya ni me acuerdo de lo que os decía, pero os agradezco infinito vuestro paso por aquí.
¡Saludos!

Fauve, la petite sauvage dijo...

¡Hei, Candela! Pero bueno, si somos igual de brujas solo que con el yin y el yan al revés, ajajjaja, yo la parte meiga la llevo por parte de madre. Mira que saltarme tu comentario, ¡ni lo había visto! Para la próxima vez ponte de puntillas que aquí todos se estiran, ajjajajaj.
Besos, guapísima.

Fauve, la petite sauvage dijo...

Por cierto, anda que no hay cosas para leer en internet, tanto en pàginas web como en chismes para descargar libros virtuales... y encima gratis. ¡Leamos más! No hay excusa.

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