martes, 31 de marzo de 2009

Queremos tanto a Glenda

En aquel entonces era difícil saberlo. Uno va al cine o al teatro y vive su noche sin pensar en los que ya han cumplido la misma ceremonia, eligiendo el lugar y la hora, vistiéndose y telefoneando y fila once o cinco, la sombra y la música, la tierra de nadie y de todos allí donde todos son nadie, el hombre o la mujer en su butaca, acaso una palabra para excusarse por llegar tarde, un comentario a media voz que alguien recoge o ignora, casi siempre el silencio, las miradas vertiéndose en la escena o la pantalla, huyendo de lo contiguo, de lo de este lado. Realmente era difícil saber, por encima de la publicidad, de las colas interminables, de los carteles y las críticas, que éramos tantos los que queríamos a Glenda.
Llevó tres o cuatro años y sería aventurado afirmar que el núcleo se formó a partir de Irazusta o de Diana Rivero, ellos mismos ignoraban cómo en algún momento, en las copas con los amigos después del cine, se dijeron o se callaron cosas que bruscamente habrían de crear la alianza, lo que después todos llamamos el núcleo y los más jóvenes el club. De club no tenía nada, simplemente queríamos a Glenda Garson y eso bastaba para recortarnos de los que solamente la admiraban. Al igual que ellos también nosotros admirábamos a Glenda y además a Anouk, a Marilina, a Annie, a Silvana y por qué no a Marcello, a Yves, a Vittorio y a Dirk, pero solamente nosotros queríamos tanto a Glenda, y el núcleo se definió por eso y desde eso, era algo que sólo nosotros sabíamos y confiábamos a aquellos que a lo largo de las charlas habían ido mostrando poco a poco que también querían a Glenda.
A partir de Diana o Irazusta el núcleo se fue dilatando lentamente: el año de El fuego de la nieve debíamos ser apenas seis o siete, cuando estrenaron El uso de la elegancia el núcleo se amplió y sentimos que crecía casi insoportablemente y que estábamos amenazados de imitación snob o de sentimentalismo estacional. Los primeros, Irazusta y Diana y dos o tres más, decidimos cerrar filas, no admitir sin pruebas, sin el examen disimulado por los whiskys y los alardes de erudición (tan de Buenos Aires, tan de Londres y de México esos exámenes de medianoche). A la hora del estreno de Los frágiles retornos nos fue preciso admitir, melancólicamente triunfantes, que éramos muchos los que queríamos a Glenda. Los reencuentros en los cines, las miradas a la salida, ese aire como perdido de las mujeres y el dolido silencio de los hombres nos mostraban mejor que una insignia o un santo y seña. Mecánicas no investigables nos llevaron a un mismo café del centro, las mesas aisladas empezaron a acercarse, hubo la grácil costumbre de pedir el mismo cóctel para dejar de lado toda escaramuza inútil y mirarnos por fin en los ojos, allí donde todavía alentaba la última imagen de Glenda en la última escena de la última película.
Veinte, acaso treinta, nunca supimos cuántos llegamos a ser porque a veces Glenda duraba meses en una sala o estaba al mismo tiempo en dos o cuatro, y hubo además ese momento excepcional en que apareció en escena para representar a la joven asesina de Los delirantes y su éxito rompió los diques y creó entusiasmos momentáneos que jamás aceptamos. Ya para entonces nos conocíamos, muchos nos visitábamos para hablar de Glenda. Desde un principio Irazusta parecía ejercer un mandato tácito que nunca había reclamado, y Diana Rivero jugaba su lento ajedrez de confirmaciones y rechazos que nos aseguraba una autenticidad total sin riesgos de infiltrados o de tilingos. Lo que había empezado como asociación libre alcanzaba ahora una estructura de clan, y a las livianas interrogaciones del principio se sucedían las preguntas concretas, la secuencia del tropezón en El uso de la elegancia, la réplica final de El fuego de la nieve, la segunda escena erótica de Los frágiles retornos. Queríamos tanto a Glenda que no podíamos tolerar a los advenedizos, a las tumultuosas lesbianas, a los eruditos de la estética. Incluso (nunca sabremos cómo) se dio por sentado que iríamos al café los viernes cuando en el centro pasaran una película de Glenda, y que en los reestrenos en cines de barrio dejaríamos correr una semana antes de reunirnos, para darles a todos el tiempo necesario; como en un reglamento riguroso, las obligaciones se definían sin equívoco, no acatarlas hubiera sido provocar la sonrisa despectiva de Irazusta o esa mirada amablemente horrible con que Diana Rivero denunciaba la traición y el castigo. En ese entonces las reuniones eran solamente Glenda, su deslumbrante ubicuidad en cada uno de nosotros, y no sabíamos de discrepancias o reparos. Sólo poco a poco, al principio con un sentimiento de culpa, algunos se atrevieron a deslizar críticas parciales, el desconcierto o la decepción frente a una secuencia menos feliz, las caídas en lo convencional o lo previsible. Sabíamos que Glenda no era responsable de los desfallecimientos que enturbiaban por momentos la espléndida cristalería de El látigo o el final de Nunca se sabe por qué. Conocíamos otros trabajos de sus directores, el origen de las tramas y los guiones; con ellos éramos implacables porque empezábamos a sentir que nuestro cariño por Glenda iba más allá del mero territorio artístico y que sólo ella se salvaba de lo que imperfectamente hacían los demás. Diana fue la primera en hablar de misión, lo hizo con su manera tangencial de no afirmar lo que de veras contaba pata ella, y le vimos una alegría de whisky doble, de sonrisa saciada, cuando admitimos llanamente que era cierto, que no podíamos quedarnos solamente en eso, el cine y el café y quererla tanto a Glenda.
Tampoco entonces se dijeron palabras claras, no nos eran necesarias. Sólo contaba la felicidad de Glenda en cada uno de nosotros, y esa felicidad sólo podía venir de la perfección. De golpe los errores, las carencias se nos volvieron insoportables; no podíamos aceptar que Nunca se sabe por qué terminara así, o que El fuego de la nieve incluyera la infame secuencia de la partida de póker (en la que Glenda no actuaba pero que de alguna manera la manchaba como un vómito, ese gesto de Nancy Phillips y la llegada inadmisible del hijo arrepentido).
Como casi siempre, a Irazusta le tocó definir por lo claro la misión que nos esperaba, y esa noche volvimos a nuestras casas como aplastados por la responsabilidad que acabábamos de reconocer y asumir, y a la vez entreviendo la felicidad de un futuro sin tacha, dé Glenda sin torpezas ni traiciones.
Instintivamente el núcleo cerró filas, la tarea no admitía una pluralidad borrosa. Irazusta habló del laboratorio cuando ya estaba instalado en una quinta de Recife de Lobos. Dividimos ecuánimemente las tareas entre los que deberían procurarse la totalidad de las copias de Los frágiles retornos, elegida por su relativamente escasa imperfección. A nadie se le hubiera ocurrido plantearse problemas de dinero, Irazusta había sido socio de Howard Hughes en el negocio de minas de estaño de Pichincha, un mecanismo extremadamente simple nos ponía en las manos el poder necesario, los jets y las alianzas y las coimas. Ni siquiera tuvimos una oficina, la computadora de Hagar Loss programó las tareas y las etapas. Dos meses después de la frase de Diana Rivero el laboratorio estuvo en condiciones de sustituir en Los frágiles retornos la secuencia ineficaz de los pájaros por otra que devolvía a Glenda el ritmo perfecto y el exacto sentido de su acción dramática. La película tenía ya algunos años y su reposición en los circuitos internacionales no provocó la menor sorpresa: la memoria juega con sus depositarios y les hace aceptar sus propias permutaciones y variantes, quizá la misma Glenda no hubiera percibido el cambio y sí, porque eso lo percibimos todos, la maravilla de una perfecta coincidencia con un recuerdo lavado de escorias, exactamente idéntico al deseo. La misión se cumplía sin sosiego, apenas asegurada la eficacia del laboratorio completamos el rescate de El fuego de la nieve y El prisma; las otras películas entraron en proceso con el ritmo exactamente previsto por el personal de Hagar Loss y del laboratorio. Tuvimos problemas con El uso de la elegancia, porque gente de los emiratos petroleros guardaba copias para su goce personal y fueron necesarias maniobras y concursos excepcionales para robarlas (no tenemos por qué usar otra palabra) y sustituirlas sin que los usuarios lo advirtieran. El laboratorio trabajaba en un nivel de perfección que en un comienzo nos había parecido inalcanzable aunque no nos atreviéramos a decírselo a Irazusta; curiosamente la más dubitativa había sido Diana, pero cuando Irazusta nos mostró Nunca se sabe por qué y vimos el verdadero final, vimos a Glenda que en lugar de volver a la casa de Romano enfilaba su auto hacia el farallón y nos destrozaba con su espléndida, necesaria caída en el torrente, supimos que la perfección podía ser de este mundo y que ahora era de Glenda para siempre, de Glenda para nosotros para siempre. Lo más difícil estaba desde luego en decidir los cambios, los cortes, las modificaciones de montaje y de ritmo; nuestras distintas maneras de sentir a Glenda provocaban duros enfrentamientos que sólo se aplacaban después de largos análisis y en algunos casos por imposición de una mayoría en el núcleo. Pero aunque algunos, derrotados, asistiéramos a la nueva versión con la amargura de que no se adecuara del todo a nuestros sueños, creo que a nadie le decepcionó el trabajo realizado; queríamos tanto a Glenda que los resultados eran siempre justificables, muchas veces más allá de lo previsto. Incluso hubo pocas alarmas: carta de un lector del infaltable Times asombrándose de que tres secuencias de El fuego de la nieve se dieran en un orden que creía recordar diferente, y también un artículo del crítico de La Opinión que protestaba por un supuesto corte en El prisma, imaginándose razones de mojigatería burocrática. En todos los casos se tomaron rápidas disposiciones para evitar posibles secuelas; no costó mucho, la gente es frívola y olvida o acepta o está a la caza de lo nuevo, el mundo del cine es fugitivo como la actualidad histórica, salvo para los que queremos tanto a Glenda.
Más peligrosas en el fondo eran las polémicas en el núcleo, el riesgo de un cisma o de una diáspora. Aunque nos sentíamos más que nunca unidos por la misión, hubo alguna noche en que se alzaron voces analíticas contagiadas de filosofía política, que en pleno trabajo se planteaban problemas morales, se preguntaban si no estaríamos entregándonos a una galería de espejos onanistas, a esculpir insensatamente una locura barroca en un colmillo de marfil o en un grano de arroz. No era fácil darles la espalda porque el núcleo sólo había podido cumplir la obra como un corazón o un avión cumplen la suya, ritmando una coherencia perfecta. No era fácil escuchar una crítica que nos acusaba de escapismo, que sospechaba un derroche de fuerzas desviadas de una realidad más apremiante, más necesitada de concurso en los tiempos que vivíamos. Y sin embargo no fue necesario aplastar secamente una herejía apenas esbozada, incluso sus protagonistas se limitaban a un reparo parcial, ellos y nosotros queríamos tanto a Glenda que por encima y más allá de las discrepancias éticas o históricas imperaba el sentimiento que siempre nos uniría, la certidumbre de que el perfeccionamiento de Glenda nos perfeccionaba y perfeccionaba el mundo. Tuvimos incluso la espléndida recompensa de que uno de los filósofos restableciera el equilibrio después de superar ese periodo de escrúpulos inanes; de su boca escuchamos que toda obra parcial es también historia, que algo tan inmenso como la invención de la imprenta había nacido del más individual y parcelado de los deseos, el de repetir y perpetuar un nombre de mujer.
Llegamos así al día en que tuvimos las pruebas de que la imagen de Glenda se proyectaba ahora sin la más leve flaqueza; las pantallas del mundo la vertían tal como ella misma -estábamos seguros- hubiera querido ser vertida, y quizá por eso no nos asombró demasiado enterarnos por la prensa de que acababa de anunciar su retiro del cine y del teatro. La involuntaria, maravillosa contribución de Glenda a nuestra obra no podía ser coincidencia ni milagro, simplemente algo en ella había acatado sin saberlo nuestro anónimo cariño, del fondo de su ser venía la única respuesta que podía darnos, el acto de amor que nos abarcaba en una entrega última, ésa que los profanos sólo entenderían como ausencia. Vivimos la felicidad del séptimo día, del descanso después de la creación; ahora podíamos ver cada obra de Glenda sin la agazapada amenaza de un mañana nuevamente plagado de errores y torpezas; ahora nos reuníamos con una liviandad de ángeles o de pájaros, en un presente absoluto que acaso se parecía a la eternidad.

Sí, pero un poeta había dicho bajo los mismos cielos de Glenda que la eternidad está enamorada de las obras del tiempo, y le tocó a Diana saberlo y darnos a noticia un año más tarde. Usual y humano: Glenda anunciaba su retorno a la pantalla, las razones de siempre, la frustración del profesional con las manos vacías, un personaje a la medida, un rodaje inminente. Nadie olvidaría esa noche en el café, justamente después de haber visto El uso de la elegancia que volvía a las salas del centro. Casi no fue necesario que Irazusta dijera lo que todos vivíamos como una amarga saliva de injusticia y rebeldía. Queríamos tanto a Glenda que nuestro desánimo no la alcanzaba; qué culpa tenía ella de ser actriz y de ser Glenda; el horror estaba en la máquina rota, en la realidad de cifras y prestigios y Oscars entrando como una fisura solapada en la esfera de nuestro cielo tan duramente ganado. Cuando Diana apoyó la mano en el brazo de Irazusta y dijo: "Sí, es lo único que queda por hacer", hablaba por todos sin necesidad de consultamos. Nunca el núcleo tuvo una fuerza tan terrible, nunca necesitó menos palabras para ponerla en marcha. Nos separamos deshechos, viviendo ya lo que habría de ocurrir en una fecha que sólo uno de nosotros conocería por adelantado. Estábamos seguros de no volver a encontrarnos en el café, de que cada uno escondería desde ahora la solitaria perfección de nuestro reino. Sabíamos que Irazusta iba a hacer lo necesario, nada más simple para alguien como él. Ni siquiera nos despedimos como de costumbre, con la liviana seguridad de volver a encontrarnos después del cine, alguna noche de Los frágiles retornos o de El látigo. Fue más bien un darse la espalda, pretextar que era tarde, que había que irse; salimos separados, cada uno llevándose su deseo de olvidar hasta que todo estuviera consumado, y sabiendo que no sería así, que aún nos faltaría abrir alguna mañana el diario y leer la noticia, las estúpidas frases de la consternación profesional. Nunca hablaríamos de eso con nadie, nos evitaríamos cortésmente en las salas y en la calle; sería la única manera de que el núcleo conservara su fidelidad, que guardara en el silencio la obra cumplida. Queríamos tanto a Glenda que le ofreceríamos una última perfección inviolable. En la altura intangible donde la habíamos exaltado, la preservaríamos de la caída, sus fieles podrían seguir adorándola sin mengua; no se baja vivo de una cruz.
De Queremos tanto a Glenda Cortázar, Julio; Cuentos completos 2, Buenos Aires, Alfaguara, 1996



Copiado traviesa y vilmente y, para más INRI... sin autorización, de Juan Duque en No se baja vivo de una cruz (cabaret climático).

32 comentarios:

Juan Duque Oliva dijo...

Iba a entrar a decirte que este lo conocía y que me inspiró un Cabaret Climático y mira lo que me encuentro, jejeje, que traviesa eres.

Me has emocionado te lo juro, abriendo esta caja de Pandora.

Besos

sonoio dijo...

cada tanto me encuentro un argentino en tús post
obvio que me siento feliz!

tal vez lo hayas leído, talvez no,
pero buscá a Manuel puig

es realmente maravilloso

un beso fauve

Juanma dijo...

Imprescindible y gran Julio Cortázar. Ha sido casualidad, pero tengo muy, muy reciente la lectura de este relato.

Abrazos.

manuel_h dijo...

maravilloso cuento, gracias por traerlo por aquí!

lisebe dijo...

Deliciosamente genial!!!

Fauve todos creo yo que queremos a Cortazar, pero el video de Juan (aunque ya lo conocia) ha estado el colofón a una excelente entrada.

Felicidades cielo.

Besitos cariño.

Catman dijo...

Deliciioso y sublime querida huesos!!
me ha encantado el video que no lo conocia
besotes

América dijo...

Ya conocía el trabajo de nuestro querido amigo!,,,,es talentoso como buena gente,he tenido el placer hoy de publicar un post con la voz de el,es decir el post se cierra con la lectura de...No te lo digo tendrás que ir a mi blog a oírlo te dará algo,en cuanto pueda me paso a leer tu post con calma...

Juan Duque Oliva dijo...

Por cierto el 18 RadioBlog Fiesta aniversario con premio muy muy muy especial.

Ese día tengo que entrevistarte por favor

Valentín VN dijo...

Lo que más me ha gustado: ver a Juan.

Susana Peiró dijo...

Vaya Fauve...qué maravilla y qué emocionante!

"Queremos tanto a Glenda" está tan asociado a Juan, tiene tanto que ver con el Cabaret Climático, con "nadie baja vivo de una cruz".

Gracias Preciosa, me conmueven muchísimo estos gestos!

Te abrazo Amiga!

gamar dijo...

Qué selección. Felicitaciones, es un muy buen aporte. Muchas gracias, un saludo desde muy lejos

Doctor Krapp dijo...

Por cierto la Glenda de Cortázar es la maravillosa actriz británica Glenda Jackson, portaestandarte de aquella cinematografía en los 60 y 70. ¿Qué habrá sido de ella? La última noticia es que era diputada laborista.

Paco Becerro dijo...

Siempre es agradable leer a Julio Cortazar.

Es curioso como de vez en cuando aún seguimos descubriendo pasajes increibles.

Gracias por esta "repesca"

Verdial dijo...

El relato lo conocía y No se Baja vivo de una Cruz de nuestro Luz de Gas, también, pero gracias por traerlo, que a nadie le amarga un dulce.

Un abrazo

Maritoñi dijo...

Le video se muy muy divertido, es genial este tipo.
Me gusta Cortázar, tanto que se me ponen celosos.

Besos con azúcar glasé.

Fauve, la petite sauvage dijo...

Ante todo, muchas gracias a todos por esta estupenda acogida y me alegro muchísimo de que os haya gustado, pero más aún, por supuesto, a Luz de Gas, ya que ni siquiera le pedí permiso, cosa que jamás hago (no soy muy amiga de sorpresas que no sé si van a gustar o no) y en estos días ya es la segunda vez que lo hago... Al menos, por prudencia, no cité el nick; pero, efectivamente, TODO está copiado de Luz de Gas y su Cabaret Climático de Juan Duque, ¡hasta el cuento de Cortázar! ;-)

Que por qué hice este homenaje, pues, como suelen pasar las cosas, todo surgió por una tontería tan tonta como que el otro día me estaba poniendo el pijama y al coger la camiseta me la puse del revés (la parde de delante hacia atrás y viceversa, claro) y entonces, en vez de quitármela y empezar de nuevo, la giré y volví a meter no la cabeza sino un brazo, pero por la abertura de la cabeza; primero me sentí tonta, luego mister Bean, acto seguido me acordé del cuento de Cortázar de cuyo nombre no logro acordarme pero quien lo haya leído ya lo estará recordando, que trata de cómo un hombre se pone un jersey; pensé en buscarlo pero ¿cómo? no iba a encender el ordenador, y ni idea de en qué libro lo leí, si lo tengo en casa, o en casa de mis padres, o si lo presté y no lo recuperé, o si lo leí en una biblioteca o prestado; el caso es que de repente me salió una frase que suelo decir a veces, ya sabéis que soy rarita: "Queremos tanto a Glenda"; que nadie me pregunte por qué, es una manía como la otra, "Más dura será la caída"; que digo sin venir a cuento y en alto como quien suspira o bufa...
Y claro, fue decir la frase y automáticamente recordar el "no se baja vivo de una cruz de su última frase y de Juan, y... creo que ya no tengo que decir más.

Luz de Gas, me encanta que te haya gustado, espero que no te haya molestado demasiado mi travesura ;-) y te lo tomes como un homenaje tan merecido como improvisado, ¡ya ves cómo surgió! Y espero que no sea una caja de Pandora; esa, guárdala bien, y cerrada ;-) Besísimos y APLAUSOS, ARTISTA.

Sonoio, sí, es que me gusta mucho la literatura latinoamericana, será por el idioma o por las traducciones, no sé, aunque también escritores europeos que escriben en diferentes idiomas me gustan, ¡yo qué sé! Me alegra muchísimo que te sientas feliz; ¡yo más! ;-) Y, como no, buscará a Manuel Puig, creo que no lo conozco o no lo recuerdo. Gracias y un beso.

Juanma, sí, imprescindible, y hasta hace poco lo tenía abandonado, es que con Cortázar me cogí una borrachera que me provocó no aborrecimiento, ni siquiera empacho, pero sí un aparcamiento parcial de descanso que se alargó demasiado... Y, sabes, me encaaaantan las casualidades; me alegras con esta. ¡Abrazos!

manuel_h, gracias a ti por venir, ¿has visto el vídeo? Te gustará ;-)

Lisebe querida, ¡es que todo es uno! Ya sabes, mis murales... (esta vez bien fácil de realizar, todo copiado del mismo sitio, ajajaj. Por eso puedo permitirme el lujo de decir que yo también lo encuentro deliciosamente genial. Te mandoun masaje bien dado, por un buen fisioterapeuta; ¡mejor que el beso! ;-)

Catman, ¡qué bien! Pues como ya está "descubierto", el del vídeo es el gran Juan Duque, bloguísticamente conocido como Luz de Gas, con su magnífico blog y su estupendo programa de radio que si no conoces te vuelvo a insistir para que visites, que te encantará. Mmimitos a mi otro gato.
(Juan, son tres euros).

Ay, América, que me entran ganas de seguir contestando e ir corriendo a tu blog; bueno, cuando termine aquí voy allí y a algunos más que tengo pendientes... Ay, a todos los que pueda, que una no es tan máquina como vosotros (máquina en el buen sentido, que os envidio porque yo no soy capaz de dar abasto). ¡Besos y hasta ahora!

Juan, sabes que yo siempre formaré parte de tu programa, como oyente, como parlante desincronizada, como cla, como lo que te dé la gana; tu programa ya es mi programa en el sentido de que me gusta tanto que forma parte de mí. Mil besos. (¿Premio? ¿y no está Eponine? ¡ayyyyy! ¡al número de comentarios, anda, que es en lo único que puedo ganar! xDDDD -Si se entera Maritoñi que tengo tantas ganas de comérmela...:P).

Valentín, cuánto me alegro; pues tienes muchas más cosas en su página, en su blog tiene las direcciones y puedes rebuscar por ahí uf, la de cosas que he visto yo... si es que yo me entero de lo famosa que es la gente, e importante e inteligente ochenta años después, pero ya veo que no soy la única, jeje.

Susana querida, ¡esa es la idea! Deberíamos hacerle un homenaje entre todos, la verdad, mi correo está en mi perfil, por si alguien se anima a organizar algo sorpresa, ahora que no nos oye... :P

¡Gracias, Gamar! Como habrás leído (quizás) lo tuve bastante fácil esta vez... Me alegro muchísimo de que os haya gustado el trabajo de otros que yo he copiado aquí por puro recreo y placer ;-)

Dr.Krapp, pues yo creo que es obvio pero a veces uno se equivoca; está bien especificarlo por si acaso. No, no sé nada de ella, es verdad; he buscado en internet y eso es lo último que aparece; supongo que los que saben más de cine quizás estén más puestos, aunque se haya retirado... Queremos tanto a Glenda...

Sí, El Actor Que Mejor Se Duerme, a mí también me parece siempre agradable y delicioso, y espero que el vídeo también te haya gustado. Por cierto, ¿Juan, conocers a Ángel de la Cruz -o viceversa xD? Podíamos presentarlos si no, ¿verdad, El Futuro Bloguero? Tuve tu página siempre de enlace al pinchar en el cartel de la peli Los muertos van deprisa pero hace poco la cambié al blog de la peli porque me pareció más adecuado, espero que no te haya parecido mal. El que quiera más información, ¡que pinche! Y que vaya a verla, que dentro de nada desaparecerá de la cartelera; ahora entiendo por qué nunca me gustan las pelis que ponen: porque las que me gustan no llegan a exhibirse en ciertas salas o pasan desapercibidas como le va a ocurrir a ésta (¡esperemos que no!) y con lo que la gente se perderá un verdadero peliculón. Qué pena, tanto mirar la industria y tan poco al arte...

Verdial, un dulce tan rico o más que las tortas Maritoñi, jajaajaj, bueno, no sé, que no las he probado... Pero ya sé quién es Maritoñi: se lo diré a Eponine, muahahahhah.

¡La auténtica, la genuína Maritoñi en mi blog! Mil gracias, REINA, por venir; no me extraña que se celen, jaja, y qué buen gusto tienes, y qué bien debes de saber, ¡no te imaginas las ganas que tengo de comerte! xDDDDD Rindo mi pleitesía ante vuesa merced, de mayor quiero ser así. ¡Beso sus pies!

maracuyá dijo...

Fauve!!!
Encantada estaba yo al leer a Cortázar y qué me encuentro al final!!!! Ay, ay, ay...qué bueno, buenísimo...Cómo he disfrutado a Juan, y cantando Cambalache...jajaja. Me alegraste el día, bueno, la noche ya.
Y después leer por qué se te había ocurrido poner la entrada.
El cuento deel jersey se llama No se culpe a Nadie...genial.
Sonoio te habla de Manuel Puig. Me sumo para recomendártelo.
Gracias!!!
Felices sueños y cariñitos

Fauve, la petite sauvage dijo...

¡Gracias, Mara y Cuyá! No me digas que no conocías esa página de Juan, ay, tienes que verla enterita...
Gracias por el título del cuento de Cortázar, ahora lo encontraré más fácil, de hecho ya lo he encontrado (;-))en internet, no voy a ir a los libros a buscarlo, y encima me dice en qué libro viene (bueno, ya sabes que tiene tantos de cuentos y/o relatos y que algunos de ellos aparecen en varios, como suele suceder) así que voy a copiarlo aquí de una página de internet donde lo he encontrado para el que no lo conozca (aunque sea más incómodo leer aquí, no dejéis de hacerlo, os gustará) y me voy a buscar YA a Manuel Puig porque ¡encima te gusta Chavela! ¡Ayyyyyyyyyy!

Va:

No se culpe a nadie

El frío complica siempre las cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas silba un tango mientras se aparta de la ventana abierta, busca el pulóver en el armario y empieza a ponérselo delante del espejo. No es fácil, a lo mejor por culpa de la camisa que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño de lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como de arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en punta. De un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese suya, pero ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano de siempre y él la deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor será meter el otro brazo en la otra manga a ver si así resulta más sencillo. Parecería que no lo es porque apenas la lana del pulóver se ha pegado otra vez a la tela de la camisa, la falta de costumbre de empezar por la otra manga dificulta todavía más la operación, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo para distraerse siente que la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra complementaria no conseguirá hacerla llegar nunca a la salida. Mejor todo al mismo tiempo, agachar la cabeza para calzarla a la altura del cuello del pulóver a la vez que mete el brazo libre en la otra manga enderezándola y tirando simultáneamente con los dos brazos y el cuello. En la repentina penumbra azul que lo envuelve parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir como un calor en la cara aunque parte de la cabeza ya debería estar afuera, pero la frente y toda la cara siguen cubiertas y las manos andan apenas por la mitad de las mangas, por más que tira nada sale afuera y ahora se le ocurre pensar que a lo mejor se ha equivocado en esa especie de cólera irónica con que reanudó la tarea, y que ha hecho la tontería de meter la cabeza en una de las mangas y una mano en el cuello del pulóver. Si fuese así su mano tendría que salir fácilmente, pero aunque tira con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar ninguna de las dos manos aunque en cambio parecería que la cabeza está a punto de abrirse paso porque la lana azul le aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y la boca, lo sofoca más de lo que hubiera podido imaginarse, obligándolo a respirar profundamente mientras la lana se va humedeciendo contra la boca, probablemente desteñirá y le manchará la cara de azul. Por suerte en ese mismo momento su mano derecha asoma al aire, al frío de afuera, por lo menos ya hay una afuera aunque la otra siga apresada en la manga, quizá era cierto que su mano derecha estaba metida en el cuello del pulóver, por eso lo que él creía el cuello le está apretando de esa manera la cara, sofocándolo cada vez más, y en cambio la mano ha podido salir fácilmente. De todos modos y para estar seguro lo único que puede hacer es seguir abriéndose paso, respirando a fondo y dejando escapar el aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide respirar perfectamente salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas de lana del cuello o de la manga del pulóver, y además hay el gusto del pulóver, ese gusto azul de la lana que le debe estar manchando la cara ahora que la humedad del aliento se mezcla cada vez más con la lana, y aunque no puede verlo porque si abre los ojos las pestañas tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de que el azul le va envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las mejillas, y todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de ponerse de una vez el pulóver sin contar que debe ser tarde y su mujer estará impacientándose en la puerta de la tienda. Se dice que lo más sensato es concentrar la atención en su mano derecha, porque esa mano por fuera del pulóver está en contacto con el aire frío de la habitación, es como un anuncio de que ya falta poco y además puede ayudarlo, ir subiendo por la espalda hasta aferrar el borde inferior del pulóver con ese movimiento clásico que ayuda a ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo. Lo malo es que aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de lana, parecería que el pulóver ha quedado completamente arrollado cerca del cuello y lo único que encuentra la mano es la camisa cada vez más arrugada y hasta salida en parte del pantalón, y de poco sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulóver porque sobre el pecho no se siente más que la camisa, el pulóver debe haber pasado apenas por los hombros y estará ahí arrollado y tenso como si él tuviera los hombros demasiado anchos para ese pulóver, lo que en definitiva prueba que realmente se ha equivocado y ha metido una mano en el cuello y la otra en una manga, con lo cual la distancia que va del cuello a una de las mangas es exactamente la mitad de la que va de una manga a otra, y eso explica que él tenga la cabeza un poco ladeada a la izquierda, del lado donde la mano sigue prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su mano derecha que ya está afuera se mueva con toda libertad en el aire aunque no consiga hacer bajar el pulóver que sigue como arrollado en lo alto de su cuerpo. Irónicamente se le ocurre que si hubiera una silla cerca podría descansar y respirar mejor hasta ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la orientación después de haber girado tantas veces con esa especie de gimnasia eufórica que inicia siempre la colocación de una prenda de ropa y que tiene algo de paso de baile disimulado, que nadie puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria y no a culpables tendencias coreográficas. En el fondo la verdadera solución sería sacarse el pulóver puesto que no ha podido ponérselo, y comprobar la entrada correcta de cada mano en las mangas y de la cabeza en el cuello, pero la mano derecha desordenadamente sigue yendo y viniendo como si ya fuera ridículo renunciar a esa altura de las cosas, y en algún momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia arriba sin que él comprenda a tiempo que el pulóver se le ha pegado en la cara con esa gomosidad húmeda del aliento mezclado con el azul de la lana, y cuando la mano tira hacia arriba es un dolor como si le desgarraran las orejas y quisieran arrancarle las pestañas. Entonces más despacio, entonces hay que utilizar la mano metida en la manga izquierda, si es la manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha ayudar a la mano izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse, aunque es casi imposible coordinar los movimientos de las dos manos, como si la mano izquierda fuese una rata metida en una jaula y desde afuera otra rata quisiera ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la esté mordiendo porque de golpe le duele la mano prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas sus fuerzas en eso que debe ser su mano y que le duele, le duele a tal punto que renuncia a quitarse el pulóver, prefiere intentar un último esfuerzo para sacar la cabeza fuera del cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo intenta luchando con todo el cuerpo, echándose hacia adelante y hacia atrás, girando en medio de la habitación, si es que está en el medio porque ahora alcanza a pensar que la ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir girando a ciegas, prefiere detenerse aunque su mano derecha siga yendo y viniendo sin ocuparse del pulóver, aunque su mano izquierda le duela cada vez más como si tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le obedece, contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a través de la manga el borde del pulóver arrollado en el hombro, tira hacia abajo casi sin fuerza, le duele demasiado y haría falta que la mano derecha ayudara en vez de trepar o bajar inútilmente por las piernas, en vez de pellizcarle el muslo como lo está haciendo, arañándolo y pellizcándolo a través de la ropa sin que pueda impedírselo porque toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha caído de rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira una vez más del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los ojos, absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa materia fría, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y espera un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo frío y diferente, el tiempo de fuera del pulóver, está de rodillas y es hermoso estar así hasta que poco a poco agradecidamente entreabre los ojos libres de la baba azul de la lana de adentro, entreabre los ojos y ve las cinco uñas negras suspendidas apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes de saltar contra sus ojos, y tiene el tiempo de bajar los párpados y echarse atrás cubriéndose con la mano izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo defienda desde dentro de la manga, para que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie y doce pisos.

De Final del juego
Cortázar, Julio; Ceremonias, Barcelona, Seix Barral, 1994

caotico_jq dijo...

Hola.

Gracias por pasarte y comentar. Sí, la verdad es que un concurso de belleza es eso: de belleza. Pese a ello, muchas modelos tienen grandes talentos e inteligencia, como Isabella Rossellini o Carla Bruni. Pero el caso de Dayana ya no es de ser inteligente o no serlo, sino de ser sensata o no serlo. Hablar en esos términos de Guantánamo es un poco fuerte, la verdad, independcientemente de que la invitaran a una comilona.

Un saludo.

Fauve, la petite sauvage dijo...

¡Hola, caótico!
Pero es que miss universo es una ganadora de un certámen DE BELLEZA. ¿a quién o con qué intereses se le ha llevado a visitar Guantánamo o se le ha preguntado? Ella debe responder por su belleza, no por sus conocimientos o sabiduría o inteligencia o simpatía, que puede tenerla o no, como le plazca o como pueda; los tontos, nosotros por leer lo que opina. No debe interesarnos su opinión sino su cara y su cuerpo.
Es la idea que repito siempre: el exagerado culto a lo estético nos ha llevado a confundir tantos términos...
Todos son dones, tanto la belleza como la inteligencia y los demás; todos se pueden tener o no y desarrollar o no; el mezclar churras con merinas ya es otra cuestión. Y las apariencias engañan. Tanto al pensar que un/a guapo/a va a ser inteligente como al rechazar a un/a feo/a gordo/a calvo/a etc. por su aspecto...
A ver si vamos aprendiendo a pasar y a distinguir (y me incluyo, por supuesto).

Caracola Light dijo...

Me encanta que hayas emocionado a Luz de Gas, la verdad es que es un buen texto.

Besos

Internautilus dijo...

Ajá..! ¿Pensabas que no te haría una visita? Pero si me tienes enganchadooooo.... Cortázar es un genio, del que tenemos mucho que aprender.- Y en eso estamos. !Gracias¡

Fauve, la petite sauvage dijo...

¡Hola, Soportándome! Pues no tiene mucho mérito emocionar a Luz de Gas, ya no digo porque lo haya copiado todo, todito, sino porque es tan fácil emocionarle... cántale una cancioncita bien elegida, recítale unos versos dulces, y ya es tuyo... :P

El texto es buenísimo, claro, es de Cortázar; pero ¿has visto el vídeo? ¡No te lo pierdas!



¡Internautilus! Pero esto qué es, me parece que yo que tanto renegaba de los que viven en la vida virtual estaba equivocada y que me voy a cambiar, esto me gusta más y estoy mejor rodeada, jaja, toda la creme de la creme a mi vera, ¡qué lujazo!
Gente que pulula por aquí, os recomiendo la página de éste magnífico artista que es además tan polifacético que es difícil dar crédito a que se pueda alcanzar tanto y tan bueno en tantos campos distintos.
¡Besitos, Domi!

RELATO DEL PRESENTE dijo...

Mi querido Cortázar...

No tengo más nada para agregar, nunca me canso de leer a este gigante de la literatura universal.

Fauve, la petite sauvage dijo...

Relato: Cortázar es Cortázar: nada hay que agregar, que está bien claro.

¿Has visto el vídeo de Juan?

maracuyá dijo...

Fauve
jajaja...gracias. Me encantó recordar el cuento de Cortázar.
Como le dices a Relato, no hay nada que agregar.

Fauve, la petite sauvage dijo...

Bueno, a veces sí que hay que agregar, depende de a quién, claro ;-)
Agrego muchos besos para tí, Sú.

Fermín Gámez dijo...

Yo también quiero H.M. Glenda I.

Cortázar fue también un referente para llegar a esta tremenda actriz.

Fauve, la petite sauvage dijo...

I love Fermín!

Sí, hay mucha tela en este post, no sólo es un fragmento, es el tema de Glenda, es el tema de Cortázar, ¡también el tema de Juan! (¿Has visto el vídeo?) y todo lo que implica cada cosa por separado y todo junto también. Gracias por tu comentario, sigo queriéndote tanto, con permiso de tu brujilla ;-)

Fernando García Pañeda dijo...

Es un ejemplo muy bueno, y poco citado, de los relatos de Cortázar. También tengo una edición sus cuentos completos, que me gustan más que sus novelas, todo sea dicho.
Viviendo entre cronopios es lo normal ;)
Un abrazo.

Fauve, la petite sauvage dijo...

A mí me gusta TODO TODITO, aunque hace tanto que no leo nada suyo, a no ser que sea en la prensa o en internet...

Día 23: lo dicho en otros comentarios, jejejje. Besos.

Fauve, la petite sauvage dijo...

¡Ey!
Veo mucha gente aquí que no ha votado para elegir mi avatar, ¿a qué esperáis? Venid a la primera entrada... por ahora y hasta que no se decida cuál es el ganador. Os espero a todos allí.

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